Todos somos migrantes en esta tierra

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Roberto Longoni / @Galleta27

Pongámonos en los zapatos de aquellas personas, de aquellos náufragos y caminantes, donde reside el potencial espiritual de este mundo. Al final, todos somos migrantes en esta tierra.

No son 750, son miles. Los hay de todos los colores, de todas las razas, de todas las naciones de ese submundo que ha creado este sistema desigual e inhumano. No son solamente 750 africanos tratando de cruzar el mar mediterráneo. No son solamente cientos de centroamericanos montados en un tren de la muerte. Somos miles de seres humanos llevados al suicidio colectivo por la dinámica dominante del consumo, la corrupción, el racismo, el fascismo neoliberal y el genocidio.

La migración es un síntoma de la enfermedad de esta civilización. Miles de personas alrededor del mundo se ven obligadas a dejar sus tierras, a sus familias y su identidad por buscar un futuro mejor, por huir de la muerte y la represión, del hambre y la miseria.

¿Qué clase de sistema es este? Un sistema que vomita y margina a miles de seres humanos para mantener el nivel de vida lujoso de unos pocos. Al final solo queda un camino, solo queda una balsa maltrecha, una bestia sobre rieles de metal, los cayos en los pies y apretar los puños de coraje cuando te detienen, te torturan o te matan.

La respuesta de los gobiernos, tanto de la “civilizada” Europa, como de la América “bruta” es la misma. Proponer políticas que promueven la violencia, las detenciones, los abusos. Todo detrás de una pantalla que nos muestra el pretendido lado “humano” del poder. En el fondo hay un plan de dominación, de muerte y eliminación de todo lo que pueda ser ajeno o extraño.

Como dice el fallecido escritor argentino Ernesto Sábato:

“Esos idiotas en el poder siguen creyendo que se trata de un asunto policial, y sus soluciones son policías, militares, pistolas y macanas, cuando, más que nada, se trata de un asunto humano en toda su integridad. Es un asunto de valores, de educación, de corazón, de entrañas.” 

Al mirarnos al espejo nos daremos cuenta de que no somos iguales a nadie en este planeta, precisamente eso es lo que nos hace únicos, y lo que igual nos asemeja. Pongámonos en los zapatos de aquellas personas, de aquellos náufragos y caminantes, donde reside el potencial espiritual de este mundo. Al final, todos somos migrantes en esta tierra.

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