¿Por quién doblan las campanas?

CONEXIÓN

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A todos como humanidad nos une algo trascendente y único, una cadena infinita de esperanza y complicidad.

Los judíos tienen una peculiar y especial forma de hablar de sus muertos. Alguna vez escuché a un rabino referirse al holocausto y al genocidio que su pueblo sufrió durante la Segunda Guerra Mundial (razón por la cual quizás uno nunca entenderá lo que este mismo pueblo hace atentando contra los palestinos) y mencionó algo que me pareció preciso y conmovedor:

“No mataron simplemente a seis millones de judíos, sino que nos han matado a todos nosotros seis millones de veces.”

En esta frase, en esta manera de comprender las relaciones colectivas y humanas, sociales e individuales, cuyo sentido y origen sagrado se expresa en todo, está resumida la idea de que a todos como humanidad nos une algo trascendente y único, una cadena infinita de esperanza y complicidad.

En medio de la barbarie de occidente, la franca descomposición social y cultural, la represión y el genocidio, la explotación desmedida y la violencia que ya perdió todo límite o sentido, es complicado pensar en lo que como humanidad nos toca hacer o lo que hemos dejado de hacer por cobardía, ignorancia o soberbia.

Es cierto entonces que en cierta mediada fuimos y somos culpables de lo que sucede y sucedió. Que nosotros permitimos los campos de concentración, los fascismos, el ecocidio en nombre de un tramposo progreso que ha excluido de su “festín” a más de la mitad de la población mundial. Lamentablemente hemos asistido como testigos pasivos a las masacres de los pueblo indígenas, al asesinato de mujeres (28 veces nos han matado en lo que va del año aquí en Puebla) y hombres, a la represión de estudiantes y colectivos, al sacrificio del sentido en nombre de la modernidad o la ciencia, a la exclusión y opresión que sufren miles de hermanos de todo el mundo castigados por a guerra y que parecieran no tener lugar en este mundo (un lugar que deberíamos darles y que no nos hemos atrevido a dar).

A esto se refiere el poeta John Donne al expresar:

“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”

Si doblan por uno, por mi, por ti, por todos, entonces algo debemos hacer por respetar ese lazo sagrado que nos conjuga en el universo. No porque pueda o no pasarnos, si no por que vale la pena luchar por redimir a esta humanidad cada vez más podrida. Como también rezan los judíos en su Talmud: “Quien salva a un hombre, salva a la humanidad entera.”

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