La primera vez que acosé a una mujer

ACOSOMUJER

Por Rosie Arreola / @rosieArreola

No es secreto que cuando viví en Santiago me enamoré de un chileno. Al joven en cuestión lo vi un par de veces antes de tener una primera cita con él, que fue del cine a un barecito donde tomamos y vimos fútbol. Yo no caché ni una weá porque no soy aficionada, pero él sí, él era fan del equipo deportivo de la “U”[niversidad] de Chile.

Concretamos vernos de nuevo el sábado siguiente, jugaba La U contra La Calera y él tenía boletos. Pensé “meh, YOLO, el chileno me gusta y nunca he ido a un estadio, why not?”, aunque después un amigo de la universidad —que le iba al Colo— me regañó por meterme a weás de flaites, la verdad es que nunca caché por qué, pero cuando eres extranjera e incauta siempre te metes donde no. Así es la cosa.

Ese día el chileno me prestó una camiseta de su equipo y junto a un par de amigos suyos nos acomodamos en las gradas mientras la gente cantaba y hacía porras —que me aprendí… Ash.—. La U salió campeón nunca supe exactamente de qué: Festejos, cantos, abrazos, lágrimas. Fue súper emocionante, sinceramente.

“Vamos a celebrar a la plaza”, decían todos. Se referían a Plaza Italia, que es el equivalente al Ángel de la Independencia, si así lo quieren ver. Salimos bailando y brincando del estadio, no el de la U, porque no tiene, donde inmediatamente compramos cervezas que no dejamos de tomar —ni en el metro— hasta llegar.

Más cantos, más bebidas, más brincos, más selfies… Todo estaba increíble hasta que llegaron los carabineros a dispersar la masa de gente con agua a presión, ya saben,tranqui yoloswag. Nos fuimos en metro a otra plaza donde, mientras mi vejiga quería estallar, ellos siguieron tomando.

Ya era tarde. Estábamos los cinco esperando un semáforo cuando se acerca una muchacha preguntando por la iglesia tal por cual. Y él, el weón, mientras me tenía agarrada de la mano, dijo: “No sé dónde está la iglesia, pero yo te puedo hacer gritar ‘Dios’” seguido por los demás con una avalancha de piropos y frases que no escuché. No dije palabra, me congelé.

Aquello se me volvió un hilo de sonido en el oído, uno agudo, uno constante, mientras veía a la joven cruzar la calle en dirección contraria a nosotros. Esa noche, que dentro de mi ebriedad no me fijé si venían autos, que quería decirle dónde estaba la iglesia aunque no lo sabía, que pensé en acompañarla para que llegara a donde quería, que pude haber dicho algo, no lo hice.

La cruda moral de esa vez me sigue pegando hasta ahora, que pude haberla defendido y por el contrario me uní a ellos con mi silencio. Me da tanta vergüenza pensar en eso, me siento tan decepcionada de mí. Quisiera verla y pedirle perdón por no hacer respetar su dignidad, esa que se merece no solo por ser mujer, si no por ser humano. De todos, la más weona fui yo. Me arrepiento tanto.

Llevaba varios días pensando en escribir esto, en cómo fui parte del acoso, cómo violenté a otra mujer. Yo sé que no soy la única, pero eso queda en la conciencia de cada quien.

#MiPrimerAcoso nos mostró historias tristísimas e indignantes en tan solo 140 caracteres, reflejó una realidad que, lamentablemente, las mujeres vivimos a diario. Y sí, puedo contar historias de las veces que he sido acosada en la calle/escuela/Internet, pero hoy quise hablar de cómo nosotras participamos en nuestro propio acoso, cómo lo cosificamos, cómo lo permitimos, como al ignorarlo lo promovemos.

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#MiPrimerAcoso y después #VivasNosQueremos provocaron también que algunos hombres compartieran historias sobre cómo han acosado (directa o indirectamente) a las mujeres, mostrando su apoyo al movimiento.

Estos no son hashtags pedorroscualesquiera ni deben tomarse a la ligera, invitaron y empujaron a muchos la reflexión, a querer cambiar, a más que querer, hacer; al menos así pasó conmigo.

En respuesta al mame: Sí, es verdad que ellos también son sujetos de acoso, pero es más probable que a una chica le de ansiedad pasar sola en la noche al lado de un grupo de hombres parados en la banqueta, que si el caso fuera contrario. No podemos negar el machismo enraizado en nuestra cultura.

Gente, ya basta, esto no se trata de ver quien sufre más, se trata de buscar equidad y no igualdad, porque hombres y mujeres no somos iguales pero sí valemos lo mismo, y son esos detalles que nos hacen diferentes los que embellecen la vida.

Hago un llamado especial para las mujeres, las invito a recordar si alguna vez fueron ustedes las acosadoras, y por ese recuerdo, hagamos un cambio para que no existan ni víctimas ni victimarios. El mundo no va a salvarse solo porque haya escrito este post, pero si logro que dos que tres personas reflexionen al leerlo, ya es un “win” para todos.

“Deberías maquillarte más”, “pareces niña”, “las señoritas no deben hablar así”, “los machos no lloran”, “ellos solo buscan cogerte”,”todas son iguales”, BULLSH*T, hagamos una cultura fuerte, inteligente, consciente de sus palabras, una cultura capaz de dividir la cuenta, capaz de defender a la muchacha que busca la iglesia.

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