“Y así, por mí, la libertad y el mar, responderán al corazón oscuro”
Pablo Neruda; Deber del poeta
Por Roberto Longoni / @Galleta27
Pablo Neruda, poeta, loco, chileno a perpetuidad, navegante de boca, confuso de palabras, caminante de arenas, administrador de escarabajos, marinero errante de un mar de letras que al sur-sur encontró su horizonte y su utopía.
Poeta y loco. Creador magnífico de atardeceres llevados por las olas. Afortunado de nubarrones, oscuro en las bibliotecas. Incansable, melancólico, ocurrente. Nariz dura, pelos escasos. Canto a la libertad y a Abya Yala; Nuestra América toda, sangrante y herida. Discreto afortunado, infortunio del silencio.
Neruda, como pocos, fue fiel a su época y a la historia de su pueblo, su propia historia. Requerido en la lucha, decidió ir más allá de las letras y las palabras, decidió ser parte entonces de la construcción de nuevos sentidos, nuevas formas de amar y de luchar, de sentir y decir.
Neruda, hijo del tiempo, de su tiempo. Batalla infinita contra la pasividad de los escritorios o la indiferencia de los colegas. Ardiente paciencia y esperanza en el hombre, en Chile y su destino.
Fue la enfermedad miserable del mundo la que lo arrancó a la hora precisa de la traición. Tristeza de ver los nubarrones sobre la patria que él, junto con tantas y tantos, habían soñado.
Por la ventana de Isla Negra, antes de la hora final, sus lágrimas debieron volverse lluvia, cumpliendo entonces lo que acerca del poeta sentenciaba Virginia Woolf: “más que cantar a la lluvia, se trata de hacer llover.”
Neruda tormenta, escrutador de cielos, soñoliento, activo por padecimiento, poeta por maldición y tonto de capirote. Eterno soñador:
“sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano.”