Por eso seguimos caminando

coyhaique

Por Carlos Galeana / @Caalgaba93

Hace algunos días volví a abrir la libreta que se convirtió en ( algo así como) un diario cuando estuve de intercambio; la abrí y había dos palabras: “Balmaceda Aeropuerto 🙂 “, efectivamente, trataba de llegar en menos de 5 horas a ese lugar porque sino perdía mi vuelo.

Estuve una hora caminando y pidiendo aventón junto con una amiga; de fondo se veían las montañas coloridas con un efecto fantástico debido a que las nubes hacían que hubiera sombra en algunas zonas. Además el aire era demasiado frío y corría a gran velocidad, ya que éste llegaba a movernos o a tirarnos con la mochila.

¡Por fin!, se detuvo una camioneta, el conductor nos dijo que nos subiéramos a la batea, con gusto seguimos las instrucciones. Atrás había restos de comida, paja y aserrín, el olor era un poco extraño, ya que en este mismo espacio venía un cerdo, el cual creíamos que estaba muerto, pero no, descubrimos que seguía vivo cuando en un frenón despertó y comenzó a hacer ruido, tanto como si lo estuvieran matando. Por fortuna venía amarrado.

Después de quedar oliendo a cochino y con mucha basura en los ojos, el señor nos dijo que bajáramos, ya que él tenía que desviarse. Le dimos las gracias y continúo con su destino.

Caminamos otros metros más, faltaban tres horas para que nuestro vuelo saliera. Tanta fue nuestra suerte, que otra camioneta, ahora con familia a bordo, decidió darnos el ride. Parecía que el auto en cualquier momento se iba a detener, ya que estaba muy viejo y hacia sonidos extraños mientras avanzaba. Aquí no hubo nada relevante, sólo nos dijeron que amaban México y que antes de morir necesitaban conocer ese gran país.

Misma historia, tuvieron que desviarse, y nosotros seguimos caminando, creíamos que ya no llegaríamos. ¿Perder el vuelo?, maldita sea, ¡mañana es navidad!, ¿ahora qué haremos?, ¡mierda, mi puto dinero!, fueron algunas frases que dijimos ante la desesperación.

¿Para dónde van?, dijo un señor que manejaba un tráiler, si no mal recuerdo su nombre era Ramón. Contestamos que para el aeropuerto de Balmaceda, que nuestro vuelo estaba a punto de salir y que si no llegábamos estábamos jodidos.

¡Yo los llevo, súbanse!, tranquilidad, fue lo que sentimos. Tras una plática de poco más de media hora, don Ramón nos dejó en la entrada principal de nuestro destino. ¡Suerte, éxito y que viva México!, fueron sus palabras de despedida.

Después de leer esta breve anotación en mi cuaderno, recordé que afortunadamente en este mundo aún hay gente en la que se puede confiar. Me sentí tranquilo y la paz regresó por unos momentos en mi, pues horas antes había abierto un periódico digital y sentí nauseas al enterarme que encontraron los restos de cuatro personas que había desaparecido en Veracruz, entre ellos el de una estudiante, y después supe que otros 600 más fueron hallados en el que ahora llaman “el campo de exterminio más grande de México“.

Bien comentó alguna vez una maestra, “México no termina de irse al hoyo, porque por fortuna, aún hay gente buena. Mientras haya una haciendo acciones positivas, esto seguirá caminando”.

¿Ya qué nos queda?

Nos leemos luego, nos vemos después.

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