Pagar y no morirse

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Por Juan Manuel Aguirre / @Aguirreq

En estos primeros días de inmersión en el sistema educativo inglés e inspirado por experiencias personales y algunas charlas espontáneas con mi roomie chino y mi novia en México, he podido profundizar en un vicio que tenemos en México en la educación privada, esa que comúnmente pasa desapercibida por los medios.

Las escuelas privadas, insertas en el (competidísimo en el caso poblano) mercado de la educación, tienen que funcionar cumpliendo las expectativas de un cliente que está acostumbrado a pagar por bienes y servicios que hagan más cómoda la vida.

Sin el ánimo de repetir en este artículo el repetido discurso de ‘el certificado de estudios como producto final de la educación’; propongo reflexionar sobre el conformismo que existe en las aulas.

En China, me contaba Yuwei, la educación es de altísima prioridad para los padres y por ello fomentan en sus hijos una actitud favorable hacia ésta, aun cuando lo más común es ingresar a un internado en donde se requieren 18 salones de un mismo grado escolar con un promedio de 65 estudiantes en cada uno. Un sistema que además genera un altísimo nivel de competencia para poder destacar entre los demás y poder acceder a la educación universitaria. – ¿Sabes?, me dijo, – en mi último año de preparatoria sólo dormía 3 horas al día y las demás los dedicaba a estudiar, todos estudiaban todo el tiempo.

Independientemente de si la educación de Yuwei fuera privada o pública, inhumana o no; justamente el exceso opuesto se ve en las escuelas “de paga” en nuestro contexto. Repito, los estudiantes y sus padres están acostumbrados a pagar por bienes y servicios que hagan más cómoda la vida, y por ello, se ha fomentado una cultura del mínimo esfuerzo desde la casa, que se ve reforzada con una estructura administrativa escolar que, en miras de no perder su cuota de matrícula o colegiatura, cae en excesos como:

1) Limitar la exigencia de los profesores porque los clientes se agotan,

2) Tolerar actitudes de falta de respeto hacia sus profesores,

3) Cursos, trabajos, exámenes y otros recursos semejantes para ayudar a los perezosos a aprobar (muchas veces sin remuneraciones por concepto de tiempo extra para los docentes) 

4) Privilegiar el ambiente y la arquitectura de las aulas sobre la calidad educativa.

Quizá alguno de ustedes, amigos lectores, podría continuar la lista.

Estos dos opuestos me invitan a concluir con algunas preguntas, que les comparto para reflexionar. ¿Cuáles son las consecuencias que puede tener un sistema educativo tan blando como el nuestro en el terreno político y económico?, es decir, ¿qué van a hacer niños y jóvenes de hoy cuando mañana vayan a votar y a representarnos?, ¿cómo van a desarrollar e implementar la innovación que impulse a nuestra economía?, ¿cómo van a formar hábitos de disciplina, resiliencia y renuncia que les permitan afrontar sus problemas familiares y laborales?

Está claro que las generalizaciones son malas, y que al final tenemos ejemplos que demuestran que aún con las deficiencias de nuestro sistema sobran mexicanos sobresalientes. Pero, una última pregunta, ¿de qué seríamos capaces si tuviéramos condiciones a la altura de los retos de hoy?

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