Crónicas de mi querida Soledad (Extracto)

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Por César Santos

Desperté queriendo seguir dormido, mi corazón por su parte, quería tomar el primer vuelo a otro continente y yo, yo no podía dejar de pensar en cuanto le había amado y ella solo se fue, como aquél que desde el puerto se alejaba de casa para ir a la mar, como aquel niño que cansado de patear su pelota la deja sola bajo la lluvia, así se fue… Hay realidades que no pueden evadirse, su abandono era la primera y el continuar con mi vida era la segunda, desaliñado y armado de tristeza y enojo (porque toda tristeza lleva de base un gran enojo) me resigné.

Decidí emprender camino, el olor a café negro y cigarro abundaba mi barba cuando de pronto escuché una voz a mi paso; -¡Buenos días!- vociferó de forma emotiva aquella persona al pasar junto a mí, -Pero… ¿Qué carajos?, ¿Quién llena su boca de alegría sabiéndome dolido por aquella estocada en el corazón?, ¡el amor de mi vida se fue!- alegó furioso mi ser, no concebía siquiera como el día podía ser “bueno” como aquella mujer me había deseado, tenía días de no sentir uno solo de esa categoría y hoy más que nunca no lo quería así. Recorrí mi apartamento perturbado por la idea de tener un buen día y mientras más lo pensaba, más me molestaba, acaso ¿no tenía derecho yo a vivir un mal día?, ¿Quién diablos dijo que tiene que ser una regla que todos los días son buenos? Y entonces lo noté, también existían las “buenas tardes” y las “buenas noches” y existía ese horrible “feliz cumpleaños”, la sociedad nos había acorralado a la  realidad de que lo socialmente aceptable tiene que ser feliz, tiene que ser bueno y tiene que ser alegre, cuando alguien te ve triste corre a secar tus lágrimas y a hacerte reír, los psicólogos pasan la vida atacando la tristeza como si fuera el mayor de los delitos y vuelvo entonces a preguntarlo ¿Quién decidió que no tengo derecho a la tristeza?, el mundo no es solo para las personas felices, por ello tanta gente sufre en secreto, porque quien sufre en público es juzgado por no ser feliz.

Sin mayor problema lo decidí, quería ser una persona triste, quería llorar, quería estar todo el día en cama y sentirme orgulloso de ello, porque somos seres humanos, no máquinas de sonrisas falsas de las que encuentras por cada parte donde caminas, pasé mi día justo como quería; Esa misma noche mientras intentaba levantarme sin fuerzas después de haber gritado y llorado por su amor, sonó mi puerta y al abrir, aquella mujer me preguntó con tono desesperado “Pero ¿qué pasa por tu mente?, ¿hasta dónde quieres llegar por ella?, ¿Dónde se supone que tienes el corazón?, ¿Qué mierda no sientes nada?”…En ese momento el olor a tequila dio lugar a un intento de oración desde mis labios y solo pude mencionar: “¿Que dónde tengo el corazón?, el tuyo no sé dónde esté, pero el mío sigue bebiendo vino en aquel balcón en Florencia donde me prometí jamás volver llorar por su amor”; “Y ¿Si lo prometiste por qué lloras?”-agregó, “Lloro por mí, por todo el cariño que le tuve y que hoy me doy cuenta del poco que me tengo”- Se quedó sin palabras, me miró a los ojos y entonces me di cuenta que era yo el mayor de los imbéciles, que había dado amor como quien regala su dinero y que al final de la noche solo piensa en donde dejó lo que en verdad le hace feliz.

Pero ¿saben?, al final del día son esos los momentos que te recuerdan cuan humano puedes ser y cuanto puedes sentir… entonces volteé a mi repisa y vi aquella foto de ambos; Fue cierto día de Octubre, ella y yo estábamos en Ciudad de México bebiendo un tequila sobrevalorado en cierto auditorio que lleva por nombre “Nacional”, aunque al menos la mitad de la nación no tenga el dinero necesario para pisarlo alguna vez en su vida, en fin esa es otra historia… Su sonrisa coqueta cada vez que bebía de su vaso y me veía a los ojos, me hacía pensar que aquel cansado día caminando por paseo de la Reforma había valido la pena, sus ojos brillantes como un par de esmeraldas se fijaban en mi -¡Qué fortuna!- pensaba de forma inocente mientras esperaba el momento de entrar a aquel concierto cuyo interprete no es de mi agrado pero debo admitir que tiene cierto estilo para portar el traje de charro… El momento llegó y durante aquellas casi tres horas, sus besos y sus abrazos no se hicieron esperar, sin duda alguna en ese instante me podría comparar con cualquiera que se denomine el hombre más feliz del mundo, uno suele sacrificar gustos y momentos con tal de ver feliz a quien ama, habrá quien diga que es estúpido emprender un viaje solo, pero para mí, estar con Soledad es un estilo de vida. Las letras expresan el alma de quienes amamos la literatura, hoy pongo en sus manos parte de mí, esperando que como lector, lo disfruten tanto como yo lo hago desde mis manos y pronto podamos leernos nuevamente y encontrarnos aquí, donde yo les doy la historia y ustedes le ponen los nombres.

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