El árbitro, el hombre que no juega

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Por Obed Ruiz  de Apuntes de Rabona

No es por menospreciar, pero existen posiciones dentro del terreno de juego a las que todos huyen. Dice el escritor brasileño Sérgio Rodrigues que el lateral izquierdo es el lugar de los ineptos, y tal vez tenga razón, ningún niño que ame el futbol y sea zurdo quiere quedarse en la banda, justo como el punto más atrasado del campo por ese sector. Todos los siniestros con talento quieren ser como Maradona, Hugo Sánchez, Raúl, Rivaldo o Rivelino.

La posición de guardameta es otra de las menos atractivas para la mayoría, después de todo, el objetivo del juego es meter goles y no evitarlos, sin embargo, ni siquiera el hipotético paredón de fusilamiento es tan renegado como aquél que tiene que resignarse a correr de un lado a otro sin la oportunidad de tener contacto con el esférico. Ningún puesto es tan poco valorado como el del árbitro.

En realidad tampoco es indispensable que exista un árbitro: su carácter insustituible e irremplazable lo hacen irrelevante. La portería puede formarse con un par de piedras, ropa o cualquier bulto que permita delimitar los palos imaginarios; el número de jugadores puede ser menor al establecido, incluso los partidos no oficiales –esos en los que realmente prevalece la esencia del futbol, ya sea en las calles o en las escuelas– hay equipos con un jugador más que el otro. El portero, nuevamente, a pesar de su figura fatídica, puede variar entre todos los integrantes de un cuadro o simplemente desaparecer, pero en pocas ocasiones se necesita de la figura del árbitro. En primer lugar, porque a pesar de su presencia dentro del terreno no cuenta con un papel protagonista y, en segundo, porque nadie en su sano juicio quiere hacerse a un lado cuando se acerca el balón.

Es imposible imaginar un partido sin jugadores, un área de juego delimitada y un balón –o sus equivalentes–. Lo que sí es posible es hacer justicia por mano propia, establecer un par de reglas: sin zancadillas, entradas por la espalda, ni malas intenciones. Incluso en un juego de nivel profesional sería fácil imaginar la ausencia del árbitro. Es cierto, al principio podría generarse un caos, pero con el tiempo la afición y los jugadores se adaptarían a la situación, incluso es probable que desaparecieran las faltas fingidas y los engaños ante la ausencia de una presencia irrefutable.

¿El árbitro es realmente el hombre con mayor jerarquía dentro del campo? Es difícil hacerla de autoridad en un país donde las figuras de poder parece que fueron creadas para su desafío y no para establecer una línea de respeto. Los jugadores se quejan de las veces en que la afición se mete con ellos por una mala actuación, pero el árbitro debe hacer oídos sordos a todas las insinuaciones e insultos que reciben, incluso aquellos en los que se meten con sus familias.

¿Se imaginan ser un niño y que tu mayor ídolo sea Pierluigi Collina? Los demás chicos se reirán del incrédulo y lo verán como un ser extraño, ajeno, como aquellos que aún cuando se visten de pantaloncillos cortos no interactúan con la número cinco. No importa el nombre que se utilice, juez, mediador, intermediario, intercesor, interventor, dictaminador, regulador o colegiado, su presencia siempre será de mal augurio.

Pero tal vez el árbitro es mas necesario de lo que parece y se ha dicho en estas palabras. No es que gusten de hacerse notar, al final del día también son seres humanos, y en su afán de parecer un poco menos estrictos e imparciales de lo que se cree, han tratado de mezclarse entre los demás de muchas formas, la principal es la que dijo Eduardo Galeano, durante más de un siglo, el árbitro vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores, mismos con los que trata de integrarse a un juego del que, desde un principio, fue relegado.

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