Incertidumbre para 2018

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Por Abayubá Duché / @amzdg

Aunque las elecciones presidenciales se celebrarán en junio de 2018, la maquinaria política ya se echó a andar. Aspirantes y suspirantes preparan gestos, discursos, estructuras y carteras, muchas carteras para financiar la madre de todas las elecciones. Pero, quienes ya han comunicado sus pretensiones presidenciales deberán superar muchos retos para seguir soñando con “soñar” en los pinos. Entre los múltiples desafíos que se presentan en la carrera presidencial, hay por lo menos tres que los posibles contendientes no pueden ignorar, esencialmente, porque influirán en el proceso y, muy probablemente, en el resultado final: la elección del Estado de México, el contexto internacional y el posicionamiento frente a la corrupción y la inseguridad (los dos problemas más presentes en la opinión pública).

Si bien el financiamiento que el INE otorga a los partidos es excesivo, también es cierto que el clientelismo, patentado por el PRI y mimetizado por todos los partidos políticos, exige una alta concentración de dinero. ¿Y de dónde sale el dinero? Es de más sabido que la base económica para la competencia electoral proviene, fundamentalmente, de 3 canales: el crimen organizado, la cúpula empresarial y los gobiernos estatales que han propiciado la multiplicación de caciques regionales de gran poder. Es por eso que el PRI, si quiere mantenerse en la competencia presidencial, por las gubernaturas y por el congreso; tiene que hacerse con el gobierno del estado más grande del país y, por tanto, con más recursos. Y si puntualizo en el PRI, es porque el partido ha optado, durante decenas de años, por la creación y perpetuación de enormes redes de clientelismo, compra y coacción del voto, así como artimañas corruptas de todo tipo, quedándose hoy con los niveles de credibilidad más bajos de su historia. Por supuesto que el resto de los partidos no queda exento de estas prácticas, pero al menos el PAN y MORENA, se sitúan con niveles de legitimidad por encima que el revolucionario institucional.

En relación al contexto internacional, ningún candidato o candidata podrá ignorar la amenaza que Trump representa para México. Es por eso que al menos tres de los presidenciables más populares iniciaron giras por Estados Unidos. Aunque tradicionalmente el voto foráneo es minúsculo, la coyuntura con el vecino del norte podría ser un incentivo suficiente para motivar a mexicanos residentes en Estados Unidos a emitir su voto en 2018. Frente a este escenario, el PRI parece arrancar con una ventaja relativa, entre otras cosas, porque al ser el partido en el poder maneja los recursos ordinarios y extraordinarios que fueron asignados a los 50 consulados para la protección de migrantes. Asimismo, las promesas trumpianas de levantar un muro y realizar deportaciones masivas, no podrán ser eludidas por quienes persiguen la silla presidencial.

Por último, el posicionamiento que los aspirantes tomen en torno a la corrupción y la inseguridad será primordial para atraer a un amplio espectro del electorado que aún no tiene claro por quién votar. Es evidente que Andrés Manuel es quien mejor ha capitalizado los escándalos de corrupción. Con su discurso anti-élites logró posicionarse como el antagonista de un régimen abusivo e ineficiente. Esto no quiere decir que su estructura esté libre de manejos turbios o que en su partido no militen personajes de oscura reputación que en el futuro reciente afecten su imagen. En temas de seguridad, AMLO no ha sido claro y se ha limitado a decir que las balas no son la única salida a los enormes retos de violencia, al tiempo que propone una policía federal con mando único.

Por su parte, los contendientes panistas, incapaces de sacar ventaja de los numerosos casos de corrupción, en gran medida porque su partido se ha visto envuelto en muchos de estos (por ejemplo, el caso Padrés); intentan posicionarse como la opción prudente. En lo que a la seguridad refiere, tanto Moreno Valle como Margarita Zavala, se enfrentarán al reto de deslindarse de su pasado, ya que ambos están relacionados con eventos violentos. En 2014, Moreno Valle proclamó la polémica ley bala, asociada con la muerte de un niño de 13 años en la comunidad de San Bernardino Chalchihuapan, quien recibió un impacto de bala en la cabeza. Margarita, por su parte, apoyó públicamente la “estrategia” que Felipe Calderón, su marido, impulsó en 2006 y que, según numerosos estudios, no hizo más que propiciar una enorme espiral de violencia. Finalmente, Ricardo Anaya; joven, talentoso y oportunista, (para muestra su cambio de postura frente a la reforma energética que aprobó y a las condiciones que le pone al PRI para aprobar de ley de seguridad interior, a cambio de la aprobación del mando mixto) es quien puede salir mejor librado.

A pesar de no tener grandes activos políticos, el PAN podría atraer a quienes, determinantemente, no votarán por el PRI y miran con escepticismo a MORENA. Después de todo, en comparación con el gobierno peñista, los doce años de panismo no lucen tan mal para algunos. Como dicen muchos: vale más viejo conocido que nuevo por conocer.

En lo que al PRI refiere, nada se ve sencillo. La corrupción es hoy, para muchos, el común denominador de las cabezas de la octogenaria fuerza política. El daño que los Duarte, Borge, Moreira, Fidel Herrera, Marín y compañía le hicieron al país y al partido, es incalculable. Y a pesar de los esfuerzos de Enrique Ochoa por cambiarle la cara al PRI, quince meses parecen poco para lograrlo. Sobre seguridad, los tricolores tampoco son autoridad moral. Gobiernan los estados más inseguros y no han articulado una estrategia de seguridad alternativa.

Al parecer, para 2018 ninguna fuerza política tiene las cosas sencillas y la inevitable conclusión es que la obsesión con las elecciones es, en México, totalmente injustificada. Si bien estas son un ejercicio primordial dentro de un sistema representativo, la realidad es que pueden ser consideradas como una linda pieza artesanal que completa la inacabada fachada democrática del sistema político mexicano.  

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