La tendencia de los gobiernos sin partido

Democracia sin partidos políticos

Por Abayubá Duché / @amzdg

Europa volvió a respirar gracias a la victoria de Emmanuel Macron en las elecciones que lo convertirán en el presidente más joven de la Quinta República.

El 14 de mayo, Macron, de 39 años, se convertirá en el Jefe de Estado de una de las dos democracias más viejas y, si todo sale como se espera, el proyecto europeo seguirá “en marcha”. Pero la aparente derrota de Le Pen en las urnas no es motivo de festejo, ya que el 27% del electorado francés se abstuvo de votar, el 10% votó en blanco y más de una tercera parte apoyó explícitamente a Le Pen. Lo que se puede concluir, es que la mayoría de los franceses está inconforme con su realidad política.

Además, Macron tendrá que librar un tercer round: las elecciones para elegir al parlamento. A diferencia del sistema político mexicano, el sistema semi-presidencial francés está diseñado para establecer pesos y contrapesos al poder. Existen dos titulares del ejecutivo, un presidente que funge como jefe de estado votado en las urnas, y un primer ministro que se desempeña como jefe de gobierno propuesto por el presidente y elegido por el parlamento. Es evidente que si el presidente quiere tener un gobierno fuerte, necesitará una mayoría en el parlamento que apruebe a su primer ministro y le permita llevar a cabo su agenda de gobierno. Es ahí donde Le Pen buscará consolidar una fuerza importante que le permita condicionar la política del presidente electo.

Pero más allá de los resultados electorales que le regresan, relativamente, la tranquilidad a la clase política europea, es pertinente preguntarse ¿qué está pasando en el mundo que fortalece movimientos proteccionistas, nacionalistas y críticos con la clase gobernante? Si bien no hay respuesta sencilla, lo que sí se puede observar es que los daños colaterales del liberalismo económico, bien ejemplificados en la crisis económica de 2008, han sido capitalizados por aquellos que conscientes de la creciente inconformidad y hartazgo de la ciudadanía con su realidad laboral, económica y social, simplifican la multitud de retos que existen y se atreven a proponer soluciones falsas y aparentemente sencillas a los problemas cotidianos de las personas. Pero ¿contra qué luchan quienes han encontrado en el discurso populista una gran arma electoral?

La respuesta inmediata es contra el sistema. Pero, Trump, un multimillonario que financió campañas políticas como las de Bill Clinton para beneficiarse con leyes a modo; Marine Le Pen, hija de quien fue candidato a la presidencia de Francia y dirigió el partido que ahora ella encabeza; Emmanuel Macron, banquero miembro de las élites empresariales francesas; ¿no son en realidad parte vertebral del sistema que dicen atacar? Quizá lo que atacan es sólo a una parte del sistema: a los partidos políticos.

Aunque Trump ganó representando al partido republicano, la verdad es que logró vender una imagen de un individuo desligado a una ideología de gobierno y los hechos han demostrado que su partido no es propiamente su mejor amigo. Asimismo, aunque Macron fue miembro del gabinete del aún presidente francés François Hollande, logró ubicarse como un candidato independiente, alejado de las complejas burocracias partidistas que condicionan la voluntad política de los propios políticos.

Y parece claro, lo que realmente está en crisis, al menos frente a la opinión pública, son los partidos políticos como organizaciones que representan a un sector poblacional y le permiten a los ciudadanos acceder al poder. Tanto así que las nuevas alternativas políticas evitan ocupar la palabra “partido”. Por ejemplo, Podemos y Ciudadanos en España, En marcha en Francia y MORENA en México. Pero que los partidos políticos, pieza angular de los sistemas democráticos, ya no cumplan con su objetivo de aglutinar a suficientes personas en torno a un proyecto de gobierno, hace pensar que estas organizaciones tendrán que reinventarse rápidamente, cambiando sus mecanismos para la obtención del voto, mejorando y cumpliendo sus propuestas y ejerciendo el poder de manera eficiente y responsable. De lo contrario, el destino que les depara no se ve muy prometedor.

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