Mi pecado es ser joven

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Por Abayubá Duché / @AbayubaDuche

Es común que en México se denigre por las características inherentes a un grupo de personas. Las mujeres han sido estructuralmente violentadas al estar en constante desventaja frente al hombre. Los grupos indígenas han sido excluidos del desarrollo. Las personas con algún tipo de discapacidad han sido aisladas y olvidadas por el Estado y los jóvenes somos descalificados por nuestra condición temporal que, además, no controlamos.

En las últimas semanas he coincidido con diversos académicos, funcionarios y políticos destacados. Con todos he mantenido una postura crítica frente al sistema político mexicano, el cual, creo, se asemeja mucho más a una cleptocracia que a una democracia. Pero más allá de coincidir o no con esta descripción de la realidad, lo que realmente llama la atención es la razón por la que estas destacadas personalidades anulan un punto de vista.

Durante casi todos los encuentros que mantuve (vale exceptuar a Porfirio Muñoz Ledo) se me descalificó por una sola cuestión: ser joven. Al cuestionar la labor del Instituto Nacional Electoral (INE), Ciro Murayama aseguró que yo no entendía el rol del instituto por mi juventud. Al contraponer ideas sobre democracia con Jacqueline Peschard, descartó mi postura sentenciando que yo no entendía el valor de la transición debido a mi corta edad y al conversar con Santiago Creel se me trató como persona menor.

Paradójicamente, son esos mismos personajes quienes nos invitan a participar electoral y políticamente. Y somos justamente nosotros, los jóvenes, quienes seguramente definiremos las siguientes elecciones. Recordemos que 20 millones de jóvenes tendremos el derecho de votar el 1 de julio, sin importar lo que las longevas élites mexicanas piensen al respecto, sin importar que nuestro mayor mal sea nuestra edad.

Ese mal, con el que todos caminamos en algún momento, incluidos los viejos de hoy que intentan reivindicar sus éxitos democráticos, conseguidos, por cierto, durante su juventud; también es el elemento liberador que nos impulsa a describir la realidad tal cual es, sin eufemismos ni arreglos que intentan eludir cualquier ofensa hacia el poder.

Parece ser que la intelectualidad mexicana, esa que se disfraza con el traje de la democracia y presume su capacidad técnica, no tiene más que proteger su privilegio a costa de la verdad.

Pero más allá de la triste actuación de la academia mexicana, seremos nosotros los encargados de reivindicar nuestra posición y en el futuro no olvidar que un día también tuvimos la libertad de pensar, gracias a nuestra edad.

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