Cosas que le pasan a uno: Prolegómeno de Pascua

Pablo opijnoj

Por Pablo Íñigo Argüelles / @piaa11

En la humildad hay mucho ego. En eso que queremos esconder hay muchas ganas de gritar. En lo que pretendemos hacer, cantar o escribir solamente para nosotros, se esconden unas ganas inmensas de ser reconocidos. Pero sobre todo hay ego, mucho ego. Y el ego no es precisamente algo negativo, salvo cuando se cae en falsas modestias, presunciones y mitomanías. Eso es muy de políticos, ya saben, el traje indígena, la selfie amable o la asociación civil que peca de altruista.

Ayer vi “Yo no me llamo Rubén Blades”, un documental sobre el compositor panameño que trajo la gira Ambulante y que me hizo ir al cine tan emocionado como cuando de niño fui a ver cierta película sobre magos con capa al hombro y varita en mano. Y vaya que me queda claro que no hay hombre más humilde que Rubén Blades -o Ruben Bleids- un tipo brillante, genio y sobre todo humano, demasiado humano, tan humano que sublima su ego en una humildad encantadora.

No es el mejor documental, pero si uno que nos provee de anécdotas invaluables a los que nos consideramos ratones de biblioteca en los temas musicales. Vale la pena el documental, dirigido por Abner Benaim, solo por ver a uno de los más grandes compositores de nuestro tiempo sacar la basura de su casa en Chelsea al mismo tiempo que cuenta la vez en que debutó en el Madison Square Garden junto a Ray Barreto, o cuando improvisó un doo-woop con Paul Simon, Billy Joel, Bruce Springsteen, Dion y James Taylor.

***

Las lluvias comienzan y el pavimento huele a memoria. De verdad, la lluvia y sus olores póstumos abren portales del tiempo en todas partes. La lluvia nos hace regresar, no sé muy bien a qué, pero lo hace. Ayer cuando salía del cine de ver lo de Rubén Blades, todo emanaba ese olor a tranquilidad después de tormenta, me acordé entonces, por alguna razón desconocida, de un jueves santo en que mi hermano (ocho años mayor que yo) se las arregló para llevarme de la mano a rentar una película.

También descubrí que es muy probable que mi ineficiencia para relatar historias tuviera sus orígenes ese jueves lluvioso de mediados de la década de los noventa, cuando fui incapaz de describirle al empleado del Videocentro de qué trataba la película que estaba buscando desesperadamente: “Es de caricaturas. Un tostador se hace amigo de una licuadora y una cuchara y entonces vuelan”.  Por supuesto es la fecha que ni yo sé a qué película me estaba refiriendo, nunca dimos con ella, pero hay que reconocer la paciencia pedagógica con la que ese empleado atendía las exigencias torpes de un niño de cinco años y también a mi hermano mayor, que se las arreglaba para dividirse entre ir a las Siete Casas con toda la familia y cumplirle los caprichos a su hermano pequeño.

La lluvia trae consigo lugares que ya no existen, momentos exclusivos solo a personas en cierto parámetro de tiempo: ir a Videocentro a rentar un VHS, regresar a casa y que las películas trajeran consigo la noche entre olor a lluvia es un ritual extinto, así como en un futuro lo será contemplar las jacarandás en abril.

Aprovechen estos días de lluvia para ir de viaje a alguna parte.

**No escribí nada la semana pasada. Se me olvidó que era jueves. Así pasa. Pero aquí estoy, no es amenaza, es aviso, a quien corresponda: no me he ido.

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