Antes del diluvio: Entra al vacío

Mario

Por Mario Galeana / @MarioGaleana_

En septiembre de 2015 vi mi primera película del argentino Gaspar Noé. Yo vivía obsesionado con la idea de la muerte, y hallar Enter The Void (2009) en un sitio web de películas online —un sitio horrible, como cualquier otro, porque un click te lleva inmediatamente a otro sitio de apuestas o de porno— fue como arrojar un cerillo a un camino rociado con gasolina. La maravilla de Enter The Void es que se explica perfectamente en los primeros 15 minutos. Hay muchas drogas y, sobre todo, la eterna pregunta: ¿Qué ocurre después de la muerte? La narrativa de las siguientes dos horas y media del film se reduce a una traslación continua entre pasado, presente y futuro: una historia circular iluminada profusamente por las luces de neón de Tokyo, la ciudad en la que se ambienta la historia.

Como ocurre con cierta música, creo que Enter The Void es una película que debe verse colocado, porque el ritmo se hace más lento y repetitivo. Como la cadencia que adquieren algunos poemas con la repetición de ciertas frases. Desde septiembre se convirtió en mi película favorita y por eso he intentado hasta el cansancio que otros la vean también, pero desde entonces no han sido pocas las veces en que no he podido terminar de verla, ya sea porque me he quedado dormido, o porque mi acompañante se ha quedado dormida, o porque hemos comenzado a hacer el amor y de la película no ha quedado nada salvo el ruido al fondo.  

Pero otra cosa que consiguió Enter The Void es engancharme también con todo el cine de Gaspar Noé, un tipo que tiembla y habla a ráfagas en cada entrevista. Cabe hacer aquí una aclaración: no parece que este director se sienta muy identificado con la Argentina, sino más bien con Francia, donde radica desde hace muchos años. Es precisamente Francia el lugar en el que se ambienta la segunda película que conocí, Love (2015). Creo que este film puede sintetizarse en tres palabras: sexo, simetría y música. Vayamos al sexo: la película muestra la cadencia real de la sexualidad, actores reales teniendo sexo real, hablando de amor y sintiendo el hueco que deja ese amor. Vayamos a la simetría: la belleza de la imagen de la película se asienta en planos fijos, secuencias en las que los actores se miran unos a otros como si fueran el vivo reflejo de ellos mismos. Vayamos a la música: todo lo anterior está vestido con una biblioteca de canciones grandísimas que se convierten en la extensión de la imagen (Before The Beginning, de John Frusciante, se convirtió en mi canción favorita después de ver Love).

Enganchado con el cine del enfant terrible, sólo quedaba por ver Irreversible (2002). Pienso en este film como una provocación: desde el hilo narrativo de la historia hasta la elección de cada imagen, Irreversible es, sobre todo, una obra transgresora. Creo que en este tiempo la exhibición de una película como ésta sería imposible. Si ya hay quienes han sugerido que quemar Lolita, de Nabokov, es lo que más le conviene al mundo, no imagino qué pensarían aquellos sobre una escena de quince minutos en la que un tipo con el rostro desfigurado viola a Mónica Bellucci. Bueno, eso es Irreversible: una historia que se desarrolla hacia el pasado, con movimientos trepidantes de cámara que simbolizan el paso de un capítulo a otro, a través de un recorrido bestial bajo las luces rojas del Rectum, el club nocturno sadomasoquista en donde a un tipo le parten el cráneo con un extintor. Es, en definitiva, un mal viaje que hay que vivir.

Desde hace unos días me tiene inquieto el lanzamiento de la nueva película de Gaspar Noé, Clímax (2018). No pondré ninguna opinión sobre la película, porque sé de ella lo mismo que cualquiera que haya visto el tráiler. Al escribir esta ficha, descubrí que Clímax acaba de recibir el máximo galardón de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes de este año, y que, al recibirlo, Gaspar Noé dijo que ni siquiera sabía que había un premio y que, quizá, algo ha hecho mal para recibirlo. Yo, de Noé y Clímax, lo espero todo: ya ven que nunca hemos sido justos con nuestros héroes.

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