Y después del 1 de julio, ¿qué sigue?

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Por Abayubá Duché / @AbayubaDuche

La campaña presidencial más seguida en la era moderna del sistema político mexicano terminó. Este domingo elegiremos al responsable de dirigir el Estado mexicano durante los próximos seis años y los retos que enfrentará parecen mayúsculos: la relación con Estados Unidos y particularmente con Trump, la ola de violencia que mantiene una tendencia creciente, la enorme corrupción, la desigualdad más grande de la OCDE y la enorme polarización de la sociedad mexicana.

Es quizá este último reto por el que se deberá empezar. El próximo presidente de México podrá pronunciar un discurso de rabia, que separe aún más a las y los mexicanos; o uno de reconciliación entre todas y todos los ciudadanos, que promueva unidad frente a las amenazas del norte y los riesgos internos.

El próximo jefe del Estado mexicano inaugurará un periodo de transición que se antoja complicado, entre acusaciones que, en ocasiones, son penales; agresiones públicas y descalificaciones permanentes. Y si bien gran parte de la clase empresarial, de los medios de comunicación y de la propia clase política se caracterizan por su pragmatismo para alinearse al poder, la realidad es que cuesta preveer si quien ocupe los pinos (o palacio nacional) será capaz de aglutinar tantos intereses, en muchas ocasiones contradictorios, bajo el mismo paraguas político.

Además, la polarización más intensa y, probablemente, genuina, es la de las grandes capas de la sociedad. No sorprende encontrarse con debates que terminan en agresiones, ofensas e incluso violencia. El hartazgo social, visiblemente mal canalizado, podría terminar en un enfrentamiento poco sano que deje frágil el funcionamiento de una democracia.

El 2 de julio, los liderazgos políticos de este país, o lo que quede de ellos, tendrán la obligación de anteponer la nación y olvidarse, por mucho que duela, de los señalamientos personales, los ataques ilegítimos y los intentos por acabar, de mala manera, con el oponente.

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