El país del puño cerrado

sismo

Por Danaé Ramírez Arjona

Nunca olvidaré la mañana del 19 de septiembre de 2017. Era martes, recuerdo que me levanté a las 6:30 am para arreglar mis cosas, desayunar y empezar mi día. Mientras desayunaba, mi mamá y yo veíamos el noticiero de canal Once, donde aparecía la transmisión en vivo desde la plancha del zócalo de la Ciudad de México, del presidente Peña Nieto y otros personajes de altos cargos haciendo honores mientras se izaba la bandera, todo esto recordando a las víctimas del terremoto de 8.1° que había azotado a la ciudad, 32 años antes.

Juro que pensé lo que habría hecho yo en una situación así, ¿estaría preparada para algo de esa magnitud? Mi madre me había relatado varias veces que ella, en el 85 tras el movimiento telúrico, había acudido a ser voluntaria a la delegación Venustiano Carranza (junto con muchos otros jóvenes universitarios), al ser de estatura alta utilizaban su medida para cortar bolsas para cadáver. Me decía que la gente se había organizado de forma masiva al no ver acción por parte del gobierno, la gran urbe se había parado pero las hormigas trabajaban sin cesar. Dijo que el encontrar a los bebés fue una luz de esperanza en el ambiente de tiricia que reinaba la ciudad.

Recordé todo eso mientras veía a los militares y al presidente en esa mañana, ¿qué hubiese hecho?

13:14pm. Estaba entrando al gimnasio cuando ocurrió el movimiento. Una señora de limpieza dijo “¿está temblando?”, a lo que respondí “no creo señora”, de repente lo sentimos. Iba incrementando más y más la intensidad, las paredes empezaron a crujir, las cosas cayeron y todos empezamos a movernos rápidamente. Recuerdo que pensé que iba a quedar atrapada, me dije “ya fue”. Pero algo me impulso, no sé qué fue, solo corrí a la salida. Volteé a ver la alberca, donde unos minutos antes se daba una clase para niños al mismo tiempo de una clase para adultos mayores, y ahora el agua se movía como el mar picado. Maestros y papás luchaban contra el agua y sacaban a todos los alumnos. Salimos del establecimiento, nos preguntaron si nos encontrábamos bien y nos dieron la instrucción de esperar a que protección civil inspeccionara las instalaciones antes de volver a entrar.

Afortunadamente yo tenía todas mis cosas a la mano y me dirigí a mi casa que estaba a unas cuantas calles de ahí. Por azares del destino yo no tenía celular en esa semana, realmente no había forma de que me localizaran. Al ir volver a casa, vi pedazos de pared, cristales y cables regados en el piso, algunos edificios tenían grandes grietas en sus paredes y varias ventanas habían explotado. Cuando llegué a casa, después de un fuerte abrazo de prolongados minutos por parte de mi mamá, en el cual sin palabras nos dijimos todo, descubrimos que no había luz ni señal de teléfono. Corrimos a hacer compras de pánico e hicimos nuestras mochilas por si había réplicas más fuertes, con lo que creímos más importante, mudas de ropa, papeles y dos que tres fotos. Más tarde cuando regresó la luz, supimos por el noticiero que las regiones de Ciudad de México, Morelos y Oaxaca también estaban muy afectadas. La cuenta de las víctimas iba aumentando, pero nadie sabía a ciencia cierta qué estaba sucediendo, qué tan afectados estábamos o qué iba a pasar después.

Al día siguiente me enlisté en el centro de acopio de mi Universidad. Recibir, agradecer, clasificar, tachar códigos de barras, escribir mensajes de apoyo, empaquetar, subir a transporte, entregar, esa fue mi rutina y la de muchos otros compañeros universitarios, maestros y padres de familia de miércoles a viernes. Muchos amigos difundían en redes sociales información de dónde acudir a dejar víveres, listas de las comunidades afectadas, propuestas de ir a otros estados a ayudar a levantar escombros. Ayuda no faltaba, hermandad sobraba. Había momentos en que terminábamos rendidos, no podíamos con el dolor de espalda, brazos y piernas que nos dejaba el estar de 9 de la mañana hasta que no quedara nada que clasificar. Pero creo que hablo por muchos cuando digo que había algo que nos movía a continuar, sólo sabíamos que nuestra ayuda se necesitaba, que alguien afuera había perdido casa o familia y que nosotros podíamos contribuir de alguna manera a su situación.

Varios, si no es que todos mis amigos del extranjero me preguntaban por redes sociales si me encontraba bien, si mi familia estaba bien y si podían ayudar de alguna manera. No había sentido tanta solidaridad extranjera desde el anuncio del nuevo presidente estadounidense.

Pensar ahora en el 19S, a un año de lo ocurrido, me deja un sabor amargo en la boca. Vivo en la ciudad de Puebla y a pesar de no ser oriunda de ahí, yo me siento poblana de pura cepa. Como bien se sabe el estado de Puebla fue uno de los lugares más afectados por el terremoto de 7.1°, todavía hoy hay varios edificios e iglesias en el centro de la ciudad que exhiben notificaciones de seguridad civil que advierten del daño en su interior. Eso solamente en la ciudad, ya que comunidades más alejadas siguen afectadas y sin ser totalmente reconstruidas.

No tiene mucho que en mi timeline de Facebook salió nuevamente el video donde aparecen unos voluntarios con picos y palas en las manos, caminando y subidos en camionetas entonando una famosa estrofa de la canción mexicana:

“Ay, ay, ay, ay, canta y no llores,

Porque cantando se alegran

Cielito lindo los corazones.”

La chica que está grabando dice: “están cantando el Cielito lindo…¡VIVA MÉXICO!”

El sentimiento que surgió en mi fue el mismo de la primera vez que lo vi, como si mi corazón se estrujara, pero al mismo tiempo supiera que todo iba a estar bien. Que en tiempos de crisis todos en esta nación éramos uno y no dejaríamos que nada le pasara a  el/la hermano/a más afectado/a. Somos el país donde el puño cerrado en alto significa y significará el silencio solidario en tiempos de crisis.

Fotografía Adrián RC .

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Lucero

Eres gente bien nacida. Estoy orgullosa de ti.

Sara Ortega

Gracias por colaborar y gracias por compartir, pues así como tú Mamá comentó y aprendiste, tú eres un ejemplo a seguir, la colaboración desinteresada y conciente para ayudar en situaciones críticas de cualquier ser humano. Si todos tuviéramos claro que debemos actuar en equipo. La vida sería seguramente más fácil. Y no solo en momentos difíciles. Gracias una vez más y gracias a tu Madre, por educarte en armonía.

Maximiliano

Felicidades Danaé, es un texto muy bien estructurado, con un contenido muy interesante y emotivo.

Liz Santillan

Felicidades Dana, eres un ser humano maravilloso y ejemplar.
Gracias a jóvenes como tú nuestro país tiene un futuro prometedor. Vivir esa época como hija y repetirla como madre ha sido totalmente distinta.
Gracias por compartir.

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