México 68: “prohibido prohibir la revolución”

estudiantes 68

GUSTAVO RAMÍREZ | @Taboobs

Inicio con una frase de José Revueltas este intento por explicar uno de los pasajes de la historia de México que más profundamente ha intrigado, conmovido y, sobre todo, indignado a su sociedad: el Movimiento Estudiantil y la matanza del miércoles 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las tres culturas de Tlatelolco. Inicio con esta frase porque la revolución sigue viva a 50 años de su comienzo.

No es casualidad que estos eventos se gestaran durante la década de los 60, periodo marcado por una rebeldía inusitada, por el compás vertiginoso del rocanrol, por la liberación sexual que buscaba reivindicar a los roles y por una generación que se atrevió a cuestionar las “buenas costumbres” y la adulación pública hacia los políticos.

El mundo gritaba a través de la voz de los jóvenes su exigencia de justicia, libertad, así como su llamado a la revolución de las conciencias. En nuestro país, alumnos de las Vocacionales, los Politécnicos, las Prepas y Facultades de la UNAM y una larga lista de instituciones privadas de educación superior, encarnaron un movimiento que dio voz al hartazgo de millones de mexicanos.

El Movimiento Estudiantil: “la tradición de la resistencia”

“Nunca se habían visto en México manifestaciones espontáneas tan grandes y tan extraordinariamente vivas como las estudiantiles. En realidad, el Movimiento Estudiantil sacudió a la sociedad mexicana y por eso el gobierno empezó a tener tanto miedo”

Félix Hernández Gamundi, delegado del IPN ante el CNH

El Movimiento Estudiantil surgió el 22 de julio de 1968, cuando el cuerpo de granaderos del Distrito Federal disolvió violentamente un enfrentamiento ocurrido en la plaza de la Ciudadela entre estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 del Politécnico y la preparatoria Isaac Ochoterena incorporada a la UNAM. La represión enlistó a los primeros presos políticos de aquel verano.

Sin embargo, para lograr entender la génesis del Movimiento es necesario remontarse al año de 1959, periodo de tensiones entre el gobierno y el sindicato ferrocarrilero que derivó en el encarcelamiento arbitrario de Demetrio Vallejo, evento que a la postre impulsaría una de las principales demandas de los estudiantes: la liberación de los presos políticos. Asimismo, la toma de la universidad de Morelia el 2 de octubre de 1966 permearía hondamente en la ideología de los jóvenes y la configuración del propio Movimiento.

El 23 de julio de 1968, un día después de la represión ocurrida en la plaza de la Ciudadela, el Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, nieto de Justo Sierra, encabezó una marcha multitudinaria que tenía como destino el zócalo de la ciudad, pero que tuvo que desviarse hacia el Parque Hundido de la Colonia del Valle tras advertir la presencia de escuadrones militares. Aquella manifestación condenó el uso de la fuerza contra los estudiantes, exigió la autonomía universitaria y legitimó al Movimiento.

Posteriormente, en la madrugada el 30 de julio, el entonces Secretario de Gobernación, Luis Echeverría, ordenó la intervención del ejército en la Preparatoria 1 de la UNAM ubicada en el antiguo Colegio de San Ildefonso, para disolver un supuesto disturbio entre estudiantes y granaderos, que culminó con un bazucazo a la histórica puerta del recinto. La mayoría de las crónicas coinciden en que ese evento cobró las primeras víctimas mortales del conflicto.

Ante la represión y la intimidación por parte del gobierno hacia los estudiantes, el 2 de agosto se creó el Consejo Nacional de Huelga para constituir, de manera formal, el Movimiento Estudiantil que exigiría el cumplimiento de seis puntos integrados en un pliego petitorio que se envió al presidente con la exigencia de entablar un diálogo público. 

Los puntos del pliego

  1. Libertad de todos los presos políticos
  2. Derogación del artículo 145 del Código Penal Federal
  3. Desaparición del cuerpo de granaderos
  4. Destitución de los jefes policiacos Luis Cueto, Raúl Mendiolea y A. Frías
  5. Indemnización de los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto
  6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionario culpables de los hechos sangrientos

Díaz Ordaz: el rey sin corona

“Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite. Y no podemos permitir ya que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”

Gustavo Díaz Ordaz en su informe de gobierno del 1ro. de septiembre de 1968

Si bien el Movimiento tuvo siempre un compromiso con la justicia, su espíritu de fiesta y rebeldía llevó a sus líderes a cometer errores determinantes y a caer en números excesos. La noche del 27 de agosto, un contingente integrado por unas 400 mil personas, llegó al zócalo del Distrito Federal para celebrar un mitin y exponer los puntos del pliego frente a Palacio Nacional.

En aquella manifestación, Sócrates Amado Campos Lemus, uno de los líderes del Movimiento, pronunció un discurso a través del magnavoz que, de acuerdo con la serie Sexenios de Enrique Krauze, concluyó invitando a los manifestantes a permanecer en la plancha del zócalo hasta que el presidente accediera al diálogo público y a la satisfacción de las demandas del pliego petitorio. El arrebato tuvo un alto precio pues el plantón fue disuelto con un despliegue militar que incluyó bayonetas, paracaidistas y tanquetas.

Esa noche, llegaron a su clímax la exacerbada obsesión de Díaz Ordaz por suprimir a la organización estudiantil y su miedo irracional por la injerencia comunista. Este momento marca un punto de quiebre en la ya de por sí tensa relación entre el presidente y el Movimiento.

13 de septiembre: la manifestación del silencio

“Y  de aquellas decenas y después cientos de miles solo se oían los pasos. El silencio era más impresionante que la multitud”

Luis González de Alba en su libro Los días y los años

Con la manifestación silenciosa, el Movimiento alcanzó su punto de mayor legitimidad y dignidad. En un momento en el que las disputas con el gobierno, las provocaciones y la represión habían llegado al zenit, el silencio de los estudiantes demostró que su lucha era pacífica y organizada. En aquella marcha surgió la “v” de la victoria o de “venceremos”, representada por los dedos índice y medio de la mano derecha (actualmente la seña se realiza con la mano izquierda durante las manifestaciones en alusión a la ideología política).

A pesar de lo logrado por los estudiantes con la marcha del silencio, el 18 de septiembre el ejercito tomó la Ciudad Universitaria en un nuevo acto de represión. El Movimiento empezó a debilitarse y el 25 de septiembre la Junta de Gobierno de la UNAM aceptó la renuncia del Rector Javier Barros Sierra.

2 de octubre: la amarga tarde de Tlateloco

“Que parte en dos, que en dos debe partir si nuestra memoria no es débil o si nos dejamos sobornar por el olvido, la vida de la ciudad. La vida de la juventud que empezó a morir esa tarde, que siguió muriendo a lo largo de la madrugada, que no sabe hoy si está viva o está muerta o simplemente aletargada, esperando”

Luis Spota en su libro La plaza

Durante la mañana del miércoles 2 de octubre, algunos representantes de las diferentes asambleas de estudiantes y maestros del Consejo Nacional de Huelga se reunieron con los voceros del gobierno Andrés Caso y Jorge de la Vega Domínguez. En el encuentro se reiteró la disposición al diálogo público del Movimiento sin lograr una respuesta concreta por parte del Ejecutivo.

Hacia las 3:30 de la tarde, un contingente de al menos 15 mil personas entre alumnos, profesores, vecinos, sindicalizados y un numeroso grupo de hombres identificados por un guante o un pañuelo blanco en la mano, se congregaron para celebrar un mitin del CNH en la Plaza de las tres culturas de Tlatelolco. Durante el evento se reafirmó la posición de lucha del Movimiento y se hizo pública la cancelación de una marcha programada hacia el Casco de Santo Tomás. Un helicóptero sobrevoló la plaza en círculos durante el pronunciamiento de los discursos.

Alrededor de las 6:30 de la tarde, la aeronave dejó caer luces de bengala sobre la plaza y comenzó una balacera cuyo fuego nutrido duró por espacio de una hora. Los primeros disparos provinieron del tercer piso del edifico Chihuahua, en donde se había instalado el magnavoz para el mitin. Posteriormente, surgieron nuevos disparos desde la cúpula de la iglesia y el edificio de Relaciones Exteriores. El ejército intervino con celeridad y disparó en contra de los agentes de guante blanco que se encontraban distribuidos en el balcón y los departamentos. Después se supo que estos hombres formaban parte del Batallón Olimpia, un escuadrón creado para resguardar la seguridad los Juegos Olímpicos que se inaugurarían 10 días después.

En el tiroteo murieron cientos de personas. La cifra exacta, como en cualquier dictadura, carece de exactitud. La versión oficial no rebasa los 40 ejecutados, el monolito que se construyó en la plaza ronda los 20 y el número más cercano a la realidad que ahí se vivió, fue proporcionado por un reportero del diario inglés The Guardian que se encontraba en México para realizar la cobertura de las Olimpiadas y quien enumeró al menos 320 muertos.

Los sobrevivientes fueron arrestados y llevados a las diferentes comisarías del Distrito Federal y al Campo Militar 1 para ser acusados, enjuiciados y trasladados al Palacio Negro de Lecumberri para ser brutalmente torturados.

Aquellos que lograron escapar de La Plaza estaban seguros de que al día siguiente iniciaría la revolución. No pasó nada. Las primeras planas de los periódicos habían minimizado los hechos. Esto se debió, en gran medida, a que los militares y policías que participaron en la masacre, destruyeron la evidencia capturada por reporteros y fotógrafos.

A 50 del 68: “un largo camino hacia la democracia”

Hoy se cumplen 50 años de la represión ejercida en contra de aquel Movimiento que, aunque breve, logró sacudir las conciencias de los ciudadanos y provocar la irracionalidad de un gobierno iracundo y tirano. Hoy, después de la violencia, del azoro, de las desapariciones y de la matanza; seguimos habitando un país en el que la violencia está incrustada en lo más delgado de nuestro salvajismo: de nuestra animalidad.

Díaz Ordaz impuso a los más la ley de los menos y esa contradicción fue trágica. La conmemoración por los 50 años de la masacre de estudiantes provocó la remoción de algunas placas que, con letras de bronce, enaltecían la personalidad de aquel rostro simiesco que usó las armas del ejército contra su pueblo. El peso de la memoria continuará reposando sobre la tumba de Gustavo mientras el gobierno no termine de pagar su deuda histórica con México: ni perdón ni olvido.

Seguimos lamentando Tlatelolco, Ayotzinapa y un largo etcétera que no se cansa de acumular desgracias. Gobiernos van y vienen pero aquí nunca pasa nada. Es como si esa noble estirpe de gente trabajadora que es México estuviera trágicamente condenada a padecer los sinsabores de la violencia para siempre.

Sin embargo, el 68 sembró una semilla que se está cosechando 50 años después, con la llegada de la izquierda al poder en una figura que, aunque desdibujada, encarna no solo el hartazgo y el repudio de la sociedad hacia la clase política sino la esperanza de que algún día México será diferente.

El 68 nos mostró la ruta, pero todavía falta “un largo camino hacia la democracia”.   

Como dijo Rosario Castellanos: “para no olvidar, hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

 

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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