El miedo que hoy gobierna Brasil

bolsonaro

Por Alexia M. Montalban / @AlexiaMtzM

Luego de un proceso electoral violento y sumamente polarizado, Jair Bolsonaro rindió protesta como presidente de Brasil el 1 de enero de 2019. Caracterizado por su homofobia y racismo, -lo que aparentemente le dio muchos seguidores, entre los que había un gran porcentaje de jóvenes- ganó la segunda vuelta con el 55.13% de los votos.

Antes de analizar los eventos de los últimos meses, vale la pena detenernos un poco para recordar el pasado militar que Brasil vivió de 1964 a 1985 forjado con represión, tortura y sistemática violación de Derechos Humanos, una herida que actualmente le sigue doliendo a una de las democracias más grandes del continente.

Justamente en este contexto dictatorial es que Bolsonaro empieza su formación militar para convertirse en capitán, hecho que ha sido fundamental en su perfil como congresista y candidato a la presidencia de su país ya que reiteradamente ha expresado su apoyo al uso de la fuerza militar, así como sus declaraciones a favor de la tortura, por citar algunos ejemplos.

El apoyo multitudinario con el que Bolsonaro ganó las elecciones viene construyéndose desde la década de los ochenta, cuando el actual presidente de Brasil entró a la política defendiendo los derechos de los militares.

Como diputado ha sido calificado de conservador y de extrema derecha gracias a su defensa del derecho a la portación de armas y la legítima defensa, así como su rechazo hacia los derechos de las mujeres y otras minorías como la comunidad LGBT; posiciones que hoy siguen vigentes en su discurso.

Parece que el pasado militar se reaviva con Bolsonaro ya que su gabinete está conformado por al menos cinco ministros que cuentan con una carrera militar y el vicepresidente Hamilton Mourão que se retiró de las fuerzas armadas apenas el año pasado pero que igualmente sirvió como militar desde 1971. Sin mencionar que, de los veintidós puestos que conforman el gabinete, sólo dos son ocupados por mujeres. Esto no debería de causar sorpresa ya que otro de los adjetivos con el que se califica al hoy presidente de Brasil es el de misógino.

Brasil recibió la candidatura de Bolsonaro en un momento de profunda inestabilidad política, económica y social con un expresidente encarcelado como candidato presidencial del Partido de los Trabajadores, Luis Inácio Lula da Silva, que fue sentenciado a 12 años de cárcel por su supuesta participación en uno de los casos de corrupción más grandes en la historia brasileña.

A pesar del masivo apoyo que Lula recibió, no logró estar en las boletas, lo que también fue decisivo en la elección del 2018 en donde Fernando Haddad tomó su lugar pero no consiguió el mismo apoyo que el expresidente.

Un hombre fuerte que representara un verdadero contrapeso ante la aplastante corrupción y violencia que ahoga a Brasil fue, a grandes rasgos, lo que llevó a Bolsonaro a ganar la elección de octubre del año pasado. Las instituciones democráticas le han fallado considerablemente al pueblo y el partido político que había estado gobernando del 2003 al 2016 perdió su credibilidad con los casos de corrupción cuyas investigaciones llegaron hasta la presidencia.

Así, con desconfianza en las instituciones, una percepción generalizada de inseguridad y una crisis económica es que el discurso violento y autoritario de Bolsonaro es tan aceptado y en muchos casos reproducido en el país en donde los Derechos Humanos y las minorías pasaron a ser sólo un estorbo para el progreso que promete la administración entrante. Es por esto que la candidatura de Bolsonaro fue muchas veces calificada como de “outsider”, por no estar relacionado con casos de corrupción, así como no pertenecer a un partido que haya estado anteriormente en el poder y sus promesas.

Las propuestas de este presidente son una amenaza para las minorías que conforman Brasil en donde se encuentran las mujeres, la comunidad LGBTTTIQ, las comunidades indígenas, los migrantes, los quilombas y el medio ambiente. Respecto a este último no hay que olvidar que Bolsonaro básicamente no cree en la crisis climática que hoy atravesamos y alega que es un tema ideológico por lo que no es prioritario.

En sus primeras horas como presidente emitió un decreto que le atribuye al Ministerio de Agricultura la responsabilidad del cuidado del Amazonas y de la delimitación de territorios indígenas (esta última acción antes la llevaba a cabo el Ministerio de Justicia). Además, desde su candidatura ha prometido reiteradas veces la salida de Brasil del Acuerdo de París.

Podría parecer muy claro que los intereses de esta administración están impulsados por una visión que niega la diversidad brasileña y que realmente no es para todos; las prioridades de Bolsonaro están concentradas en las manos de algunos empresarios, grupos evangélicos y élites militares que han confirmado que el miedo es indispensable para la construcción de un gobierno autoritario que garantice cierta seguridad y estabilidad a través de medidas violentas.

Por otro lado, con la reciente salida de Brasil del Pacto Mundial sobre Migración de la ONU, este país se podría agregar a la ahora extensa lista de países en los que la xenofobia ha sido determinante en la creación de políticas públicas, así como elecciones. A menos de un mes de la toma de posesión de Jair Bolsonaro se puede vislumbrar un panorama desolador que promete más polarización y violencia en un país lastimado por un pasado autoritario y un presente desigual e injusto.

Este podría ser el momento para que la oposición, a través de verdaderos contrapesos y acciones de la mano de la sociedad civil,  vuelva a ganar la confianza de una sociedad que hoy no cree en las instituciones.

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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