Así “investiga” la BUAP denuncias de acoso sexual en la Escuela de Artes

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MARIO GALEANA | @MarioGaleana_

Un espectacular yace a la entrada del Complejo Cultural Universitario de la BUAP, donde se encuentra la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales, entre otras facultades. “¡ESTO TIENE QUE PARAR!”, dice el anuncio.

El espectacular fue colocado por la BUAP un par de meses después de que estudiantes de la Escuela de Artes se manifestaran y denunciaran por presunto acoso sexual y hostigamiento a un grupo de profesores. Y así, se hizo público lo que hasta entonces decenas de mujeres —y un pequeño grupo de hombres— habían callado.

Aquel gran anuncio publicitario contrasta con el trato que las estudiantes han recibido al tratar de presentar de denunciar a sus agresores mediante los mecanismos oficiales de la universidad.

Del discurso a los hechos. Foto: Cortesía.

Las estudiantes acudieron el jueves 9 de mayo a presentar sus denuncias ante la oficina de la abogada general, Rosa Isela Ávalos Méndez. A pesar de que fue la BUAP quien las emplazó a acudir aquel día, la abogada no las recibió bajo pretexto de encontrarse en una reunión.

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En su lugar fueron atendidas por Jorge Pinto Tepoxtecatl, defensor Adjunto de Asuntos de Trabajadores Académicos y Administrativos, y Praxedis Caritino Bravo Tlacatelpa, represente del área laboral de la BUAP.

Ambos mostraron incredulidad hacia la denuncia, a pesar de que las estudiantes llevaron consigo un voluminoso expediente en el que incluyeron 14 testimonios de mujeres y dos testimonios de hombres que relataban el acoso cometido por cuatro profesores de la Escuela.

Intento de abuso sexual, besos sin consentimiento, insinuaciones y otras manifestaciones de acoso quedaron relatadas en aquel informe de un ciento de páginas que las universitarias armaron por sí mismas.

Primera página de la denuncia presentada por las estudiantes. Foto: Cortesía.

Pero ni esto fue suficiente para que los representantes de la universidad se comprometieran a iniciar una investigación en contra de los profesores.

—Primero nos dicen que la denuncia se va a cerrar si no acudimos, y después resulta que la denuncia ni siquiera se había abierto. Que ésa era su supuesta investigación: el citatorio —relata, en entrevista, una de las universitarias.

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No sólo eso. Ellas creen que existe la posibilidad de que los datos contenidos en su denuncia sean utilizados como una forma de represalia por haber hecho públicos los casos de acoso.

—Fueron muy insistentes en el sentido de que querían que especificáramos quiénes estábamos denunciando. Porque después uno de los abogados confesó un poco que toda esa necesidad de información era porque algunos profesores se sentían afectados, y que tal vez tenían la necesidad de contrademandar —agrega otra estudiante. 

Los días que sucedieron a la denuncia 

Las fotografías y los dibujos de 12 profesores ondeaban en una cuerda que atravesaba uno de los patios de la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales.

Ocurrió el 22 de marzo pasado, pero la noticia corrió con rapidez. Quizá porque era, en cierto sentido, algo inédito.

Con el paso de los días, aquellas estudiantes que se atrevieron a realizar la denuncia colectiva fueron intimidadas de distintas formas. Bajo la condición del anonimato, todas fueron narradas a Manatí, que las reproduce a continuación.

Algunas fueron boletinadas por los coordinadores de las facultades, quienes recorrían salones enteros sólo para decir que ciertas denunciantes no eran de fiar.

Una maestra llegó al grado de explicarle a su salón que no todo podía ser considerado violación: que si un hombre insertaba el dedo anular en la vagina de una mujer no podía ser tipificado; que si se trataba del dedo de en medio, quizá sí.

Un maestro denunciado ampliamente como presunto acosador fue a casi todas las aulas para decir que, si existía algún testimonio más en su contra, allí estaría para escucharlo. Otros advirtieron que jamás serían despedidos, que víctimas y victimarios se seguirían viendo todos los días.

Alguien más pidió a las alumnas que, antes de denunciar, hubieran pensado en la salud psicológica de los maestros. Que la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales era tan nueva como para que sus reclamos la echaran a perder. Que pensaran en el esfuerzo de años.

Todas estas presuntas amenazas provocaron que, al final, sólo cuatro de aquellos 12 profesores señalados al principio de la protesta hayan sido incluidos en la denuncia formal que presentaron ante la universidad.

—Muchas tienen miedo. Nosotras no podíamos obligarlas a denunciar, porque algunas no se encuentran en condiciones para hacerlo. Por eso sólo acudimos a denunciar a cuatro —señala otra estudiante.  

“Nadie sabe cuántas han sido acosadas”

Cuando estos casos se hicieron públicos, las estudiantes no imaginaban lo que sucedería después: muchas otras personas que no estudian en la BUAP las contactaron para decirles que reconocían a sus presuntos agresores.

—Es increíble el espectro de todo esto —explica una estudiante—. Porque hay denuncias de profesores que insistían en Instagram o en redes y que finalmente no pasó de ahí. Pero hay personas a las que han tocado, a las que han besado por la fuerza, a las que han llevado a su casa, o que han intentado abusar de ellas en estado de ebriedad.

—En realidad no se sabe cuántas personas han sido acosadas —interviene un joven, el único que acompaña a las estudiantes el día en que formalizan su denuncia—. Yo he hablado con chicos de Danza y de Cine que dejaron la carrera por un profesor, y sus casos nunca se supieron.

—De hecho —agrega otra—, después de que hicimos lo del tendedero, otras personas nos escribieron diciéndonos que habían sido acosadas por esos profesores ¡desde la secundaria!

—Ni siquiera se trata de denuncias anónimas, porque nos dejaron números de teléfono y todo —completa otra estudiante—. La situación es que no los pudimos agregar a la denuncia porque ni siquiera ocurrieron en la universidad. Tenemos por lo menos denuncias hacia tres profesores de acosos muy graves en otras escuelas, contra menores de edad.

Cada día, estas estudiantes conviven con sus presuntos acosadores. Los ven horas enteras, por cinco días a la semana. El final del día trae consigo cierta carga de libertad para ellas. Porque no están más entre las cuatro paredes del salón. Así caminan hasta la parada del autobús. Y alzan la vista hasta donde está aquel espectacular instalado a la entrada del Complejo Cultural Universitario.

Sí, “esto tiene que parar”. La pregunta es cuándo.

 

***

Fotografía de portada: Especial.

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