La talavera poblana: patrimonio inmaterial de la humanidad

Talavera poblana patrimonio

La UNESCO entregó el certificado que inscribe a la talavera poblana como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad; te compartimos la historia.

PALOMA FERNÁNDEZ | @PalomaPEN

La talavera poblana es una tradición milenaria que se ha convertido en una pieza de la identidad cultural e histórica del estado de Puebla.

Recientemente, la UNESCO entregó el certificado que inscribe a la talavera como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Esto significa que su elaboración ya es una tradición que debe preservarse y valorarse, debido a su complejidad, tiempo y valor artesanal.

La talavera poblana es una de las piezas de alfarería más icónicas cuando se habla algo que represente al estado, pero su valor va más allá de lo estético.

Su origen deriva de Bagdad, donde comerciantes llevaban estas artesanías a las islas de Málaga, lugar en el que predominaba el estilo de cerámica mayólica —como se le denominó en este territorio a lo que hoy conocemos como talavera—.

Esta técnica se trasladó hasta España, donde se estableció en las ciudades de Talavera de la Reina, el barrio de Triana en Sevilla y puente de Arzobispo.

A partir de esa tradición occidental y europea, podemos comenzar a hablar de su llegada a México y más específicamente a Puebla.

Esta guarda varias incógnitas que nos llevan a una historia en común. Los colonizadores que llegaron a México en 1521 comenzaron a traer consigo diversos productos y bienes, pero fue hasta 1550 cuando algunos artesanos, maestros de la talavera, comenzaron a establecerse en Puebla.

Con la mezcla de influencias prehispánicas, comenzaron a elaborar estas piezas o abrir sus propios talleres, que más adelante ayudarían a heredar esta tradición a hijos u aprendices (generalmente criollos o mestizos).

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Para 1994, la talavera poblana obtuvo la denominación de origen, gracias a los diseños que se imprimen en ella. 

Una sola pieza de talavera puede llevar meses en su elaboración. Actualmente solo existen siete talleres, todos dentro de Puebla, con un Certificado de Elaboración de Origen, que avala que la pieza de talavera que se adquiere fue hecha con todas las medidas necesarias además de llevar un proceso auténtico como si del propio siglo XVI se tratase. 

El proceso que lleva una pieza de talavera consta de diversos pasos. Entre éstos se encuentran los siguientes:

El barro: Mezclando barro blanco y negro se obtiene una macilla que debe dejarse reposar durante aproximadamente dos semanas; a este proceso se le llama maduración. Debe pasar por este proceso para poder ser utilizado en la elaboración de piezas. 

Moldeado: Una vez que ha pasado el tiempo apropiado para su maduración, el barro toma una consistencia más sólida, como una plastilina. En este momento pueden comenzar a moldear platos, tazas, vasijas o cualquier otra pieza. Se les deja secar una o dos semanas para poder llegar al siguiente paso.

Primer horneado: Las piezas están listas a nivel de forma, para darles consistencia son llevadas a un horno que está a mil grados centígrados por un lapso de 10 horas. El producto es denominado jahuete, palabra en náhuatl que significa “bien cocido” o “bizcocho”.

Vidriado: La parte más importante de la elaboración, ya que esta le da el característico color blanco que vemos en la pieza final. El vidriado se hace con una mezcla que contiene sílice, cenizas, plomo, estaño, entre otros materiales; a esta se le llama alarca.  Las piezas son sumergidas en tinas repletas de esta mezcla para posteriormente dejar secar de 24 a 48 horas. 

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Estarcido y decorado: Estos pasos finales son en los que la talavera empieza a ver su ya tradicional patrón floreado o los maestros alfareros explotan su creatividad. Por medio del estarcido, un proceso de calca de un diseño en la pieza con un papel que tiene un patrón punteado, con ayuda de polvo de carbón se impregna en la talavera. Siguiendo este patrón comienza a decorarse con pigmentos naturales: azul cobalto, azul fino, amarillo, verde y rojo.  

Segunda cocción y producto final: Esta segunda cocción se realiza a mil 150 grados centígrados, y es aquí donde el esmalte y los pigmentos se funden para lograr esos colores vibrantes sobre esa base blancuzca que les hace icónicos y bellos para cualquier espectador.

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