Cuando tomamos un puño de tierra, la tierra, esa tierra, es nuestra por un momento. Podemos aplastarla, aventarla, juguetear con ella, como cuando de niños jugábamos a hacer tortillas con plastilina de colores.
Que nos olvidemos de comunidades que, por su situación geográfica o económica, no llegan al internet (ya ni se diga a los noticieros). Es decir, lo feo sería que no aprendiéramos la lección.