Oficina de objetos perdidos
Hoy, si algo se pierde, podemos comprar otro sin duda. No importa lo que cueste.
Hoy, si algo se pierde, podemos comprar otro sin duda. No importa lo que cueste.
Quién sabe qué tienen los trenes que son tan místicos. Uno se monta en ellos y confía en el destino, aunque no haya nada, salvo la pantalla de horarios, que nos garantice siquiera que ese tren es nuestro verdadero tren.
Tal vez el sentido de escribir, relatar o denunciar recaiga en el hecho irrefutable de saber de antemano que nunca nadie te hará caso. Nunca nadie te leerá.
Podremos decirle a nuestros hijos que hubo un día una mujer que con solo pararse en el escenario de una iglesia en Detroit o en el Radio City Music Hall, conseguía hacernos escuchar a Dios.
Por Pablo Íñigo Argüelles / @Piaa11 M y yo fuimos a Nueva York. Fue un viaje con universitarios de segundo semestre de Comunicación y la
Uno tiene cosas. Suéteres de navidad, boletos despintados del cine, llaveros, muchos llaveros, libretas, plumas que ya no pintan.
En la humildad hay mucho ego. En eso que queremos esconder hay muchas ganas de gritar.
La labor, pues, de un artista, debe ser humilde, pues está solamente recogiendo los pedazos de algo mucho más grande, algo que jamás podría entender.
Tal vez la correspondencia sea la única forma que los muertos tienen para decirnos que están ahí, en alguna parte.
Lo auténtico es lo que ni siquiera se ha detenido a pensar en si es, o si existe. A poco no cada vez más nos estamos llenando de lugares cuya esencia es igual a nada y en sus fachadas presumen de serlo todo. Aquí en Puebla, de algún tiempo a esta parte, somos especialistas en ello.