¿En qué se puede creer después de ver tus sueños morir?

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El unísono de los latidos del corazón sonará siempre más fuerte que el estallido de cualquier bala

Por Gustavo Ramírez / @Taboobs

Cuando uno es joven el cielo se ve tan cerca que suena lógico creer que podemos tocarlo con las manos. Esta idea cobra mucha más fuerza cuando se vive en un país ilusorio como México, un lugar en el que se escupe tanta basura que apenas es posible recordar algo si quiera relevante.

Una de las grandes frases de la Revolución Mexicana, por ejemplo; es aquella que dice que “el que quiera ser águila que vuele, el que quiera ser gusano que se arrastre pero que no grite cuando lo pisen”; pero ¿somos realmente nosotros quienes elegimos ser águilas o ser gusanos?

Girondo dijo una vez, en un poema que del todo tiene que ver con lo que hemos venido hablando, que “no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar”. Si bien es cierto que se trata de una reflexión mucho más cercana a lo carnal, es también; una suerte de homenaje a la crianza de la que somos víctimas los jóvenes.

Todo el tiempo se nos obliga a mirar al cielo como el límite de nuestras aspiraciones. Se nos enseña que soñar es un derecho y que, siendo joven, uno es libre de ejercer su derecho de soñar como mejor le convenga.

Aquél año, sin embargo, se nos prohibió cualquier autonomía. Fueron muertos con balas nuestros anhelos y dignidad. Toda sana ambición, inherente a la juventud, se diluyó hasta desaparecer en un profundo océano de amargura y desesperación.

El 68 en México fue un año difícil. Murieron mis amigos, murió Lucía y morí yo, porque entonces no había individuo: éramos todos miembros de una generación que creyó, firmemente, ver a sol de frente sin quemarse las pupilas y, aun así, la sangre corrió acaudalada nutriéndose de las gotas de lluvia.

¿En qué se puede creer después de ver tus sueños morir?

Los días que sucedieron a la larga noche del 2 de octubre de 1968 eran tan grises como los cielos de septiembre. Bastaba girar la cabeza y mirar alrededor para percibir un genuino miedo y el duelo generalizado no sólo por la muerte de la carne sino de lo humano.

Todos lamentamos ese acto que se apartaba de todo lo racional y que regresaba al salvajismo de los primeros días de este mundo ¿cuánto vale la vida?; nos preguntábamos. El mal gobierno impone a los “más” la ley de los “menos” y esa contradicción suele ser trágica. Poco importaba la opulenta y efímera prosperidad que creímos alcanzar ese año.

Sin embargo, nuestro mundo que en un momento fue empujado al abismo por un gobierno autoritario, fue de a poco encontrando la luz en el único lugar donde todo es posible: el amor. 

CONTINUARÁ…

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