Orgullo y prejuicio: La aristocracia del rock

Aristocracia del rock

Por Fher Díaz / @elfherdiaz

En 1813, Jane Austen lanzó una obra que posteriormente se convertiría en un clásico de la literatura universal. ‘Orgullo y prejuicio’, una obra que retrataba la vida rural británica de finales del siglo XVIII, nos sumergía a la historia de Elizabeth Bennet, una jovencita muy inteligente y perspicaz que su vida da un giro cuando a su pueblo llega el aristócrata Fitzwilliam Darcy, quien se caracteriza por ser extremadamente prepotente, vanidoso y prejuicioso, y que hace menos a Elizabeth por su posición económica. Al final ambos personajes viven tribulaciones que los hacen llevarse por los sentimientos y terminan casándose. Un final rosa, hasta cierto punto complaciente, sin embargo el valor de la novela radica en la crítica mordaz hacia la sociedad inglesa de la época, aunque, si analizamos un poco, también podría aplicar hacia nuestra actualidad.

El clasismo lo vivimos diario, elegimos entablar una relación con quien se ve mejor vestido, con quien usa el mejor perfume, los mejores gadgets, concurre los lugares top de la ciudad, con gente bien; al “mal vestido” se le margina, se le tilda de inculto, naco o pobretón.

En cuanto a gustos musicales, lo que consideramos buen gusto puede englobar diversos géneros –rock, pop, jazz, etc-, pero es en el caso del rock donde se observa una “aristocratización” en sus oyentes más ávidos, pues quien se considera roquero hace menos al que escucha todo lo que no sea rock. Y no pretendo generalizar, hay gente que escucha rock pero acepta una cumbia o hasta reggeatón, no obstante, la mayoría de quienes se inician en el mundo “rocker” toman un estandarte y se vuelcan en un clasismo que en ocasiones preocupa.

El caso más claro está en Internet, el roquero lanza verborrea y media hacia los géneros latinos o el regional mexicano en específico: “Haz patria y mata a un reggaetonero”, “la banda es música de gente agropecuaria”, “la cumbia sólo la escucha gente naca y con primaria trunca”, etc. Y puede que parezcan broma las consignas anteriores, pero la cuestión es ¿qué les da derecho expresarse de esa manera? ¿Qué hay de malo dedicarse al ramo agropecuario? ¿Por qué se vuelve objeto de burla el no tener fácil acceso a la educación? ¿En qué afecta que la gente no tenga sus mismos gustos musicales? Muchos se escudan en los mismos argumentos, que todos los géneros mencionados son cutres y sin mucha ciencia para ejecutarlos, y que, en el caso específico del reggaetón, es misógino y alienta a la violencia sexual; y tienen razón, sin embargo, esa no es una excusa para hacer menos a los que escuchan y disfrutan de ese tipo de música, en el rock también existe misoginia y cosas vomitivas (Nickelback era una de ellas), sin embargo, con tal de pertenecer a ese círculo social “intelectual” donde nada les parece, se dejan de lado esos elementos.

Y no importa si hay miles de estudios que dicen que eres más inteligente si escuchas a Mozart o a Miles Davis, en lo personal me ha tocado ver a gente con mucha capacidad intelectual cantando una rola de Julión Álvarez, o perreando con Nicky Jam, y hasta bailando con Los Ángeles Azules. La cuestión es dejar que los demás sean felices sin tratar de imponer algo que para ti sea supuestamente lo correcto, dejar prejuicios a un lado, ya que, como decía Voltaire: “los prejuicios son la razón de los tontos”. Así que vive y deja vivir, o morir, al final nunca sabrás si te convertirás en un Fitzwilliam Darcy y termines amando lo que antes rechazabas. 

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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