Por Karen Morales / @krenmf
La semana pasada una usuaria de Facebook de nombre Daniela Bedder compartía videos y fotos de “Cardamomo”, un local en Tepoztlán donde supuestamente sus amigos y ella habían sido discriminados a causa de homofobia por parte de empleadas del establecimiento. Tan sólo un día después del hecho BuzzFeed reproducía la noticia haciéndola aún más viral.
Las diferentes reacciones se dejaron ver inmediatamente. Desde las posturas que apostaban a que era culpa de los chavos por andarse exhibiendo, hasta la indignación por que eso fuera posible en un lugar tan turístico como Tepoztlán.
Sin embargo, la noticia dio un giro el 20 de febrero cuando Soy Homosensual sacaba un reportaje del hecho pero desde la perspectiva del local. En dicho reportaje se mostraban videos de las cámaras de vigilancia de Cardamomo que mostraban cómo muchos de los hechos descritos por Daniela no eran ciertos, además de que dejaban ver cómo los supuestos afectados retaban o tronaban los dedos a las empleadas del lugar.
Es cierto que durante los primeros dos días desde que salió tanto la publicación original como la de Buzzfeed, la indignación era la reacción común, cuando leí el segundo reportaje me di cuenta de un tipo de reacción que no había visto antes: la basada en clasismo y racismo.
¿En qué momento existe una división entre qué discriminación es más válida que otra?, ¿En dónde está la diferencia entre usar “maricón” a “india” como uso despectivo? Es bastante contradictorio pensar que esos comentarios salgan de alguien indignado porque le están violando los derechos.
Los medios tienen la capacidad de presentar a sectores y dibujarlos como “los malos” o “los buenos” en una lucha por recuperar o quitar derechos. Este caso es un buen recordatorio de cómo cualquier población “vulnerable” no está exenta de violentar a otra. En ocasiones, haber vivido discriminación nos hace incluso más sensibles a lo que pueden estar viviendo poblaciones, sin embargo, en muchos casos es claro que no es así.
Me parece una buena oportunidad para voltearnos a ver y analizar nuestra congruencia. La exclusión viene en lo cotidiano cuando usamos de broma una palabra a modo despectivo como “puta”, “maricón”, “retrasado” o “prieto”. Cuando decidimos ignorar el hecho de que al entrar al antro al de junto no lo dejaron entrar por su aspecto. O incluso cuando volteamos la mirada para no ceder el lugar a niños o ancianos.
Es, finalmente, un buen recordatorio de que independientemente en el lugar en el que estemos hay que dejar de dar la espalda a otras realidades y sus necesidades sólo porque no nos incluyen directamente.
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