Por Renata Bermúdez / @Renbyh
El 10 junio de cada año se celebra y reconoce la diversidad lingüística de nuestro país, ya que es el día de la Lengua de Señas Mexicana (LSM), una lengua nacional que forma parte de nuestro patrimonio lingüístico como lo establece la Ley.
Por cierto, la LSM ha generado un grupo que posee una lengua propia y una cultura: la cultura sorda, que tiene su propia historia.
Pedro Ponce de León, en 1520, fue la primera persona que se interesó en la educación de los sordos, usaba dactilología (ciencia de los dedos) y algunas configuraciones manuales. Años después, en Francia, el abad Charles Michel, asumió uno de los mayores retos: el diseño de la lengua de señas y convertirla en un método que permitiera la educación académica de las personas sordas. Diseñó un método para descomponer palabras complicadas y crear la seña, este método tenía como objetivo transmitir el desarrollo de los conocimientos.
En el caso mexicano es hasta 1821 que empieza a visibilizarse la importancia de la educación de las personas sordas, pero hasta 1861, bajo el gobierno de Benito Juárez, se estipula la creación de escuelas para personas sordas. Eduardo Huet, hace un gran esfuerzo por fundar muchas más escuelas para personas sordas en diferentes niveles: básico y superior. Porfirio Díaz también se comprometió con la educación de las personas sordas, ya que fundo escuelas y emitió leyes que reconocieran los derechos básicos de educación aunque se basaron en el oralismo.
Entrado el siglo XX muchas personas sordas comenzaron a empoderarse, a entrar en escuelas y hacer visible a la comunidad de su tiempo como un grupo presión en la creación de leyes, hasta que en 1970 se reconoció el día nacional del sordo. En los 2000 se crearon leyes que garantizan la inclusión de personas con discapacidad así como el reconocimiento de la LSM como una lengua nacional.
Actualmente, creo que es momento de dejar de pensar en las personas sordas como personas con discapacidad ya que la única diferencia es que unos podemos escuchar, otros no. Si reconocemos a las personas sordas como un grupo lingüístico diferente podremos romper las barreras que hemos creado entre nosotros, generaríamos convivencia en lugar de inclusión. Ellos viven siendo bilingües, son herederos de una lengua que rompe los esquemas, ya que a nivel cerebral se activan los procesos del lenguaje y del movimiento que se ubican en los dos hemisferios, aprenden a usar el español para leer y estudiar.
Desde que soy estudiante de la LSM he conocido a una comunidad sorda que todos los días me enfrenta a la otredad, una que me impulsa a salir de mi zona de confort y a conocer un mundo maravilloso para entender que la amistad y el amor que se puede tener no entiende de sonidos.