Por José Daniel Arias
A casi 50 años de la memoria de aquel fatídico 2 de octubre de 1968, fecha que quedó marcada con sangre en la memoria histórica del país y que cumple una doble función, tan contradictoria en sí misma que podría considerarse un error de conceptualización pero que, lamentablemente, en una nación tan surreal como lo es México es solo parte de una cotidianidad bien estructurada.
México es un país que, como cualquier otro, peca de manejar un doble discurso político y de emitir por lo tanto dos mensajes: El explícito y el implícito. Estos mensajes son en su mayoría como un centelleo, reciclables y que tan pronto se emiten se olvidan, sin embargo, los hay otros que se postergan y extienden en la historia, como una gran ola que no se detiene arrasando cada receptor sensorial e incrustando en la psique una idea colectiva, que perdura ya no en forma de discurso político, con palabras rimbombantes y lleno la mayor parte de las veces de hipocresía, sino ahora más bien como una conversación de sobremesa, una advertencia parental, un dicho por un maestro.
De esta forma el 2 de octubre cumple con una función de doble mensaje: Ese mismo que irónicamente ha pasado a ser también parte del discurso gubernamental y que proclama repetidamente que el 2 de octubre de 1968 es una fecha que ostenta en su interior un significado de violencia que no se debe de repetir bajo ninguna circunstancia. Y por otro lado el mensaje oculto, ese que, sin necesidad por parte del Estado de lanzar una amenaza a la sociedad manifestante contemporánea, continuamente es repetido en nuestra mente, pues este mensaje se marcó al rojo vivo en la piel de la sociedad y este es el frecuente recuerdo de que ir en contra del padre, o sea el Estado, puede conllevar a una represión por parte del mismo para mantener el estatus quo, lo complejo de esta idea es que se ha transmitido de generación en generación con intermitentes recordatorios de menor magnitud de que así es.
El miedo emanado del trauma colectivo es histórico, una nueva cadena ideológica implantada desde la niñez y hasta la vejez con una represión violenta y generacional por parte del Estado que lo confirma y lo reafirma constantemente, que impide que la herida cicatrice por completo y que curiosamente es una idea que si bien, comenzó como parte del discurso dominante fue propagada de manera un tanto involuntaria por los mismos que eran dominados, con justificantes de sobra por supuesto, haciendo que el miedo se hiciera algo generacional y que ahora en cada manifestación que se hace salga a flote la continua amenaza que persigue a las masas organizadas: La amenaza de una represión que puede culminar en genocidio.
Es hasta estos tiempos contemporáneos que ese miedo que caracterizó a la generación de nuestros padres y que resultó en luchas sociales prácticamente nulas durante sus años de juventud y que parecería que esto les hizo merecer el nombre de generación x, está desapareciendo, sin embargo, hoy en día nuestra generación se enfrenta a la bestia que representa la posmodernidad, época caracterizada por la masificación de la información, tanta que se hace nula a los sentidos, la espontaneidad y auge de movimientos sociales y la decadencia de estos mismos en una sola semana; la sociedad en general parece decidida a rebelarse en contra de todos los paradigmas establecidos, pero dentro de todo este fuego que incendia valles a su paso igualmente se esconde un vacío de significantes en las luchas fugaces que parecen incapaces de mantenerse unidas y condenadas a perecer en su propio nacimiento, gran parte del éxito neoliberal radica en la individualización de los problemas y victorias, reaccionarios ante todo pero incapaces de ver más allá de las formas implantando soluciones que solo maquillan a la verdadera bestia.
La posmodernidad neoliberal en términos sociales tiende a vaciar de contenido todo movimiento e idea y llenarlas con atributos aceptados por la generalidad y los estratos sociales altos, igualmente la masificación de la información excede el límite de nuestros sentidos, creando nuevos problemas cada segundo haciendo del pasado algo olvidable y carente de sentido y demandando de nuestra parte nuevas luchas sin culminar las anteriores, de continuar de esta forma la sociedad parecería condenada al fracaso de la insurgencia, es necesario tomarnos un respiro, dar paso al debate y reflexión y trazar las líneas del camino por el que queremos ir pues parece evidente que los objetivos son tantos que se hacen inalcanzables.