GUADALUPE JUÁREZ | @LupJMendez
Una mujer con bastón y a paso lento llama mi atención porque veo en su rostro cómo se asoma el dolor. Sí, es ese dolor similar al que se refleja en la mirada de las 30 personas que conocen de ausencias, de impotencia, de injusticia e impunidad, y que con las fotos de sus padres, madres, hermanos, hijos e hijas en mano marchan este viernes 10 de mayo en la capital poblana para exigir a las autoridades que busquen a sus seres queridos.
Pero el dolor de Minerva va acompañado de una mueca. Es del dolor físico que aumenta y se hace más grande a cada paso. Tan grande que sus ojos se llenan de lágrimas porque ella ha tenido que parar apenas una calle después del Zócalo: la primera en un recorrido de 15 calles hasta llegar a la Fiscalía General del Estado (FGE).
Nadie se ha percatado de que Minerva ya no va en el contingente que clama justicia y respuestas, y que los vehículos aceleran atrás de las dos patrullas de tránsito que custodian la marcha, sin importar que ella siga intentando avanzar abajo de la acera acompañada de dos de sus nietas.
Minerva lleva la foto de su hijo José Martín Jiménez González, un comerciante de toallas que desapareció en Chachapa —junta auxiliar de Amozoc— el 22 de noviembre de 2018.
Y ahí, con ese retrato entre las manos, Minerva, de 80 años, quiere contener las lágrimas y el dolor en la cadera que le impide caminar, hasta que las lágrimas caen por sus mejillas y con voz quebrada me dice que quiere seguir en la marcha porque ahora vive de limosnas. Porque, de sus siete hijos, él, José Martín, era quien la mantenía y cuidaba. Porque hace un año él le pidió que ya no fuera a vender a los tianguis, como desde hace 18 años, aquellas toallas de baño —que han sido su sustento y forma de vida— después de que tuvo un accidente y se lastimó la cadera y se fracturó el fémur izquierdo. Porque por él quiere vivir. Por él. Para poder verlo de nuevo.
Aquel día se ha quedado fijo en su memoria. Era un jueves de noviembre de 2018. José Martín entró a su recámara y le pidió su bendición, como hacía todos los días antes de que saliera de su casa. Y aquella fue la última vez que lo vio.
“Mi hijo siempre me pedía la bendición. Se fue, no se llevó el celular, ni nada, ni su identificación”, relata Minerva.
La investigación por parte de las autoridades tampoco ha avanzado en seis meses, aunque la denuncia de la desaparición de José Martín la hizo un par de días después de la última vez que lo vio.
Y en ese medio año ha recorrido anfiteatros, sanatorios mentales, hospitales, fosas clandestinas —incluida la del mercado Morelos en la capital poblana—. Incluso buscó entre una pila de cuerpos hallados en el panteón de Amozoc antes de que llegaran las autoridades. Pero su búsqueda no ha tenido éxito.
“Me voy a cuidar más, aunque siempre ando caminando y vengo sola a la Fiscalía, y ando buscando en todas partes, pero quiero vivir para volverlo a ver. Porque Dios me tiene que dejar vivir para volverlo a ver”, me dice, cuando tres decenas de madres piden lo mismo en las calles de Puebla.