JESSICA BADILLO | @MasQueUnaHincha
A partir de la jornada pasada la Federación Mexicana de Futbol comenzó a poner a prueba un protocolo contra la homofobia; concretamente contra el grito de la afición que se da cuando algún portero despeja.
En caso de no respetar las reglas, a través del sonido local se debe emitir una advertencia a las personas que están en el estadio, si esto no funciona el juego se tendría que suspender unos minutos o de lo contrario, a la tercera llamada, el partido tendría que ser cancelado.
Este protocolo fue adoptado directamente desde la Confederación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Fútbol CONCACAF; que rige nuestro futbol de manera regional.
Estadios de todo el país, de varias ligas y divisiones tuvieron que comenzar a utilizar este protocolo; en el caso del estadio al que asistí este fin de semana se dieron dos advertencias mediante el sonido local, pero no se llegó a más.
Todo esto sucede debido a que ya hemos recibido advertencias por parte de FIFA que llegarían hasta tal grado de vetarnos del Mundial de Qatar 2022. Por eso, antes de llegar a ese extremo, la FMF pretende concienciar a la afición.
Está de más debatir acerca del grito, hay posturas a favor y en contra, al final todo se reduce a nuestra particular forma de ver futbol y de entenderlo como parte de nuestra realidad muy mexicana. Más allá de eso debemos entender que se ha llegado a un punto en el que habría consecuencias reales donde los menos afectados serían lo clubes o la Federación.
Creo que sería de mucha más ayuda saber a quién de verdad perjudicarían estas acciones. Vayamos al caso más grave: que se cancele el partido y por lo tanto el siguiente partido en ese estadio se juegue a puerta cerrada.
Deportivamente los clubes perderían puntos y recibirían una sanción. La afición que asistió al partido y que invirtió en boletos, transporte y consumo en el estadio perdería parte de los 90 minutos que se le prometieron a cambio de su inversión. Triste pero honestamente, nos recuperaremos, no es el fin del mundo.
Pensemos en esas personas que cada 15 días acumulan kilómetros de caminata recorriendo el estadio para que nosotros tengamos alimentos y bebidas en la comodidad de nuestro asiento: los vendedores y cubeteros.
Ellos dependen de la venta del día para regresar a sus casas y para llevar el sustento a las mismas. Sin afición, ellos se quedarían con sus productos y sin forma de venderlos dentro del estadio. Muchos de ellos pertenecen a sindicatos que les cobran una cuota, así que dependiendo del minuto en que se suspenda el partido podrían hasta tener que poner de su bolsillo para cubrirla.
Ahora tengamos en mente la imagen más triste de todas, un partido sin afición. ¿Qué implica? No hay necesidad de contratar elementos seguridad, no habría clientes para los vendedores y no habría ingresos de taquilla. Muchas personas que ya cuentan con ese ingreso dentro de su gasto, lo perderían ya que no trabajarían ese partido.
Estaríamos hablando, en teoría, de un mes sin ingreso extra para gente que no tiene la culpa de que un sector de aficionados no haga caso de las instrucciones que se dan en el sonido local.
¿De verdad vale la pena eso por gritarle al portero rival que muchas veces está tan concentrado que ni lo escucha o si lo hace, no le importa ni le afecta?
Viéndolo de esta forma, considero que las campañas de los equipos deben estar enfocadas a decirle a su afición quiénes son los que de verdad sufrirían las consecuencias de estas acciones.
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