MARIO GALEANA | @MarioGaleana_
En la sala de práctica oral de la Universidad Leonardo Da Vinci, adaptada para simular un juzgado, hay un vocerío de chicas y muchachos en sus veintes, una algazara en la que estallan carcajadas aun cuando María Luisa Núñez Barojas y el resto de los integrantes del colectivo La Voz de los Desaparecidos ya han entrado al lugar colocando por doquier los retratos que portan en lonas, gafetes y playeras.
A cada rostro le sucede una palabra que invoca al silencio: desaparecido, desaparecida.
Frente a mí queda el retrato de Juan de Dios Núñez Barojas, el hijo que María Luisa busca desde el 28 de abril de 2017. En la foto, una ligera sonrisa le cruza el rostro coronado con un sombrero y abierto tiene el cuello de la camisa gris floreada.
La sala se llena de aquellos retratos: de aquella voz. Pero el bullicio de los universitarios no cesa pese a que Gabriel Hernández Campos, asesor jurídico del colectivo, sube a un podio y saluda a todos a través del micrófono. La sala que da aforo a 50 personas es pequeña, lo suficiente para que el cuchicheo de la última fila sea escuchado hasta la primera, donde estoy.
Quizá esa sea la primera batalla en la cruzada que el único colectivo de familiares de desaparecidos en Puebla ha iniciado en el estado: la indolencia o el escepticismo de aquellos que no han perdido a nadie.
Éste es el sexto foro que el colectivo La Voz de los Desaparecidos realiza en Puebla. El de hoy es un escenario pequeño, pero las familias han recorrido ya cinco municipios en auditorios más grandes, y tienen en sus planes recorrer una decena más de escuelas y auditorios no sólo para denunciar sus propios casos, sino también para prevenir sobre los métodos criminales que se emplean en las desapariciones.
Gabriel es alto, moreno, calvo y de voz grave. Y es también portavoz de la estadística del horror. El 60% de las víctimas de desaparición —enumera— son mujeres, y la mitad de ellas son menores de edad. Puebla es el octavo lugar a nivel nacional con más desapariciones, pero la capital es el municipio con más víctimas de este delito, de acuerdo con su recuento. Diariamente desaparecen tres menores de edad. Pero los retratos —dice— nos recuerdan que los desaparecidos no son sólo números: son las hijas, los primos, las tías, los padres de alguien que aún los busca.
La estridencia de aquellas cifras hace que la sala de práctica oral enmudezca. Al fin. Y Gabriel tiene más cifras. Se tiene registro de 2 mil 73 carpetas de investigación por el delito de desaparición, pero la anulación de agencias del ministerio público y las amenazas a las que las familias son sujetas por parte de grupos criminales ha provocado que sólo el 25% de las desapariciones se denuncien formalmente. Por eso, Gabriel calcula que hay al menos 8 mil desaparecidos en el estado.
“Quizá 2 mil 73 investigaciones formales les parezcan pocas. Pero créanme que eso significa que hay 2 mil 73 casas en donde las familias tienen las luces prendidas con la esperanza de que su familiar vuelva”-
Gabrel Hernández Campos, asesor jurídico del colectivo La Voz de los Desaparecidos.
A la intervención de Gabriel le sucede la de María Luisa, que antes de tomar el micrófono se cuelga sobre el pecho la fotografía de su hijo. María Luisa es de estatura promedio, tiene el cabello corto y habla meticulosamente. Fundó el colectivo buscando a Juan de Dios, quien desapareció con dos amigos más mientras volvía de una comida.
De vuelta a casa, en una pequeña localidad de Palmar de Bravo, Juan de Dios no pudo transitar por la carretera usual y tuvo que desviarse a través de un camino conocido por atracos. Ésa fue la última vez que se supo de él.
María Luisa explica a los universitarios que la desaparición de las personas no implica que éstas hubieran estado vinculadas con conductas antisociales o delictivas. A lo largo de la charla lo repite unas cuatro veces, quizá porque a cada desaparición le sucede —casi siempre— la criminalización de la víctima.
Y para ejemplificarlo, María Luisa cuenta la historia Nadia Guadalupe Morales Rosales, de 17 años, quien desapareció el 27 de octubre de 2017. Aquella mañana, la madre de Nadia la vio abordar la combi que la trasladaría de la colonia Lomas de San Miguel hasta su preparatoria, ubicada en el centro de Puebla. Nadie supo más de ella hasta hoy.
“¿En qué pudo haber estado metida esta niña? ¡En nada! Iba a su escuela”, dice María Luisa y a unos cuantos metros de ella, portando el retrato de su hija, la madre de Nadia, Victoria Rosales Camacho, asiente repetidamente.
María Luisa dice a los chicos reunidos en la sala de práctica oral que está allí para prevenirlos. Que no confíen en ningún contacto de redes sociales al que no identifiquen plenamente. Que compartan con sus amigos o familiares la ubicación exacta del lugar en el que estarán. Que estén atentos.
La sesión termina. No hay preguntas. Los retratos son recogidos uno por uno. Como un anuario contra el olvido.