Del murciélago que la calle nunca supo encontrar

vampiro pablo argüelles

HUGO CARRASCO | @H7GO

Hace poco menos de un mes, tuve la fortuna de ver en plena Librería Gandhi, la antología de cuentos “Vampiro”, cuyo título se debe al cuento de Pablo Argüelles, quien ganó con su relato del mismo nombre por supuesto el Sexto Premio Endira Cuento Corto. En estas líneas quise reseñarlo, no solo por lo vigoroso del relato en términos literarios, sino por la vigencia indeterminada que tendrá como texto. Si tienen la oportunidad queridos lectores, asómense a este libro, leyendo plumas frescas, que apuntan a renovar la literatura mexicana.   

La calle es esa pequeña fracción del mundo donde se manifiesta lo impredecible. Es, esa gran pila donde nos bautizamos unos a otros. En aras de saber nombrar sin acercarnos ante lo desconocido, damos rienda suelta a la imaginación; una imaginación que por supuesto, no siempre es la danza de la liberación y transformación de la realidad material; la imaginación también puede ser un ejercicio de crueldad, sobre todo en aras de conservar ese perverso equilibrio al que las calles y quienes habitan en ellas, se aferran.

Al leer Vampiro, uno puede pensar que más que espacios, nuestras calles son fenómenos que parecieran cobrar vida por sí mismas —a través del murmullo, del chisme, del rumor— que ejercen sin remordimiento alguno Gudelia San Martín y Gustavo. Más allá de ser personas, son también los pasos fronterizos que nos permiten conocer a la distancia —sin sofocarnos— , historias que hierven, que fueron. Son parte de la génesis de los rostros, que encontramos sin querer buscar. Son ventanas que transforman el ruido y el silencio en palabras, dándole al caos propio de la cuadra, un relato, un sentido que, a la larga, nos permite ubicarnos, reclamar a nuestros recuerdos, ciertos lugares. Así, debe resultar desolador para cualquier ciudad, el que las cuadras pierdan su relato, limitando su arquitectura al conjunto de casas, banquetas y calles ¿acaso no hemos tenido un Gustavo o una Gudelia en algún momento de nuestras vidas, que para bien o para mal, nos introdujera a lo desconocido de “allá afuera”? 

Como ejercicio literario, que profundiza la imaginación de su lector, Vampiro nos permite reinterpretar la calle como plataforma de la casualidad y la equivocación, siendo estos no un fin en sí mismo, sino pequeños eslabones de una cadena de eventos y augurios que nombran y moldean lo extraño, al otro, tal como sucede con el ‹‹vampiro››, quien se aparece “sin pedir permiso”, de la nada, y otros como ‹‹Gudelia›› que son también extraños de otra forma: permaneciendo más de lo que el curso natural de las cosas debiera dejar. 

Así, ante la imposibilidad de ser hito o elemento cotidiano de la cuadra, lo extraño, lo otro es tratado con una pragmática que surfea entre la hostilidad y la cooperación. Cuántas veces, me pregunto y le pregunto querido lector, no hemos ondulado nuestro comportamiento en esos mismos términos, con las otredades que nos rodean. 

Finalmente, uno de los elementos que se agradece del cuento escrito por Argüelles, es lo ‹‹impredecible››, guardando para nosotros, la sensación de que, lo ‹‹impredecible›› no es ese estado, donde lo que desconocíamos, se nos presenta de forma súbita. Más bien, nos hace ver dentro del relato, que no había ‹‹secretos››, sino variados aspectos que dábamos por sentado mientras leíamos. La imaginación -cruel quizá- y el gran trabajo de Gudelia y Gustavo ejecutan a la perfección su parte.

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

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