MARIO GALEANA | @MarioGaleana_
Fotografías de Luis Conde | @Luis_Cond
Eran las 9:03 de la mañana del jueves 5 de marzo cuando irrumpieron en el Zócalo de Puebla. Aparecieron envueltos en la luz nítida que precede a la primavera, en medio de las sombras recortadas de los edificios coloniales.
Al verlos pensé en un río. Un río prístino abriéndose paso en medio de la tierra. Un río de rostros sucediéndose uno tras otro. Un río inconmensurable, sin principio ni fin. Pensé en un río. Y, al escucharlos, en el fulgor que provoca una explosión. En el sonido de la historia.
Porque la historia debe escucharse exactamente de ese modo. Como un grito proferido por decenas de miles. Un grito partido en retazos, donde unos dicen “¡justicia, justicia, justicia!”, y otros más allá, en ese río inabarcable, dicen “¡por tu hijo también estaríamos aquí!”.
Estuve más de una hora de pie en el Zócalo esperando el fin de aquella multitud; nunca lo vi. Los cálculos más modestos estiman que 60 mil universitarios marcharon aquella mañana hacia Casa Aguayo, la sede del gobierno del estado. Por su parte, el comité organizador asegura que fueron 150 mil de 80 universidades.
Todos, sin embargo, coinciden en una cosa: la marcha del 5 de marzo ha sido la más grande en la historia de Puebla.
La marcha sin fin
La gente se agolpaba en los balcones y las ventanas para ver pasar a la multitud, mientras que otros, apostados a un costado de las calles, ofrecían botellas de agua y gritos de apoyo a los estudiantes universitarios.
Junto con ellos marchaban también vendedores ambulantes, como las moscas que suelen revolotear en torno a los rinocerontes. Vendían banderas de México en las que el rojo y el verde habían sido sustituidos por el negro, y otras en las que sólo podía leerse la leyenda #NiUnaBataMás, que se convirtió, al principio, en el eslogan de este movimiento universitario.
Para los hombres y mujeres que sólo atestiguaban la protesta, tener una de esas banderas era una necesidad imperante, un método de formar parte de todo eso. Así que iban, rodeaban a los comerciantes, les pagaban 25 pesos, y luego agitaban las banderas al paso de la multitud.
La marcha estaba dividida por universidades, pero todos gritaban, a su propio ritmo y exaltación, las mismas consignas. Cinco rectores marcharon junto a sus estudiantes, y lo hicieron con gorras o sombreros, con cómodos caquis o suaves nike, en conjuntos deportivos forrados o camisas bien planchadas, sonrisas bien marcadas o ceños fruncidos.
Sin embargo, el papel de los cinco fue más bien esquivo porque abandonaron la marcha justo en el Zócalo, antes de que ésta tomara rumbo hacia Casa Aguayo. La posibilidad de verse frente al gobernador los evaporó.
El encuentro con el gobernador
Antes de que los estudiantes cruzaran el Zócalo, la sede de gobierno ya había sido franqueada por cientos de vallas metálicas. Un policía custodiaba la franja metálica a unos metros de distancia de otro. Pero la llegada de la multitud los hacía parecer minúsculos.
Allí ocurrió lo improbable: el silencio. Un silencio dedicado exclusivamente al pase de lista de los cuatro jóvenes que, al volver del Carnaval de Huejotzingo, fueron asesinados en el transcurso de la madrugada del lunes 24 de febrero.
—¡Ximena Tirado Hernández!
—¡Presente!
—¡José Antonio Parada Cerpa!
—¡Presente!
—¡Javier Tirado Márquez!
—¡Presente!
—¡José Manuel Vital Castillo!
—¡Presente!
El gobernador Miguel Barbosa apareció en la puerta de Casa Aguayo. Junto a él, una comitiva de treinta y tantos fotógrafos, funcionarios, secretarios y burócratas zumbando a su alrededor como mosquitos de fruta. Fue recibido con un discurso que escuchó con el gesto rígido. Quiso decir algo, pero se le adelantó un joven airado que dijo que estaban hartos de promesas, de las mismas palabras que, a fuerza de sonar tantas veces, no significaban nada.
Entonces, cuando llegó su turno, Barbosa se dijo parte de la “cultura de protesta” y celebró que la universidad pública estuviera “viva, no controlada, no manipulada”. Mientras él hablaba, sin micrófonos ni altavoces, desde el cuerpo de la marcha se oía el rumor de las consignas.
La multitud estaba desparramada a lo largo de las callejuelas empedradas del Barrio de El Alto, en medio de sus viejos muros de adobe, extendiéndose sobre el bulevar 5 de Mayo, la principal arteria de la ciudad.
Lo que el gobernador decía sólo era audible para los pocos que yacían frente a él. Bastón en mano, apoyándose en un asistente, Barbosa recorría algunos puntos del frente de la valla. Al detenerse en otro punto, un joven le dijo que ya había llegado la hora de dejar de culpar a los gobiernos anteriores, y mientras Barbosa trataba de argumentar algo, otra estudiante lo increpó por los asaltos diarios.
—¡Todos los días yo resuelvo, decido cosas de seguridad pública! ¡Todos los días enfrento la corrupción! ¡Todos los días!
—¡Y todos los días nos roban! —le respondieron a bocajarro.
—No es todos los días, eh —le dijo con el dedo en alto, como los padres suelen regañar a sus pequeños hijos. Al fondo reverberaba el eco de las proclamas de la multitud.
—¡Todos los días nos roban afuera de la universidad! —gritó una estudiante.
—Hay que poner condiciones de seguridad extremas —viró el gobernador
—¡Usted lo dice porque tiene guaruras!
—¡Yo no tengo seguridad personal! ¡No digas cosas que no son!
Y la discusión fue zanjándose, Barbosa siguió avanzando a otros puntos y poco después volvió a su fortaleza. Se despidió diciéndoles a algunos estudiantes que volvería a platicar con ellos después de que se realizara una mesa de diálogo entre estudiantes y autoridades. La mesa duró cerca dos horas, pero no volvió a salir.
Se hicieron nuevas promesas: la creación de una fiscalía especial para la atención de universitarios, 2 mil policías más, mayor seguridad en camiones y campus. Y la pregunta que resuena es qué sucederá si no se cumple.
Porque, ¿qué puede ocurrir después de una marcha de cientos de miles?
El origen de la protesta
El movimiento estudiantil en Puebla inició tras el multihomicidio de Huejotzingo, pero su crecimiento exponencial es más complejo que eso.
Las protestas iniciaron el martes 26 de febrero de una forma espontánea. Pero en su segundo día, el miércoles 25 de febrero, el rector de la BUAP, Alfonso Esparza, dispuso todo para que las facultades marcharan hacia Casa Aguayo y se declarara de forma provisional un paro en toda la universidad.
Esparza tuvo una relación bastante tersa con los gobiernos anteriores… con Barbosa, las cosas han sido distintas. Tras deslizar que existen irregularidades en el manejo de los recursos de la universidad, el gobernador ha dicho que buscará instaurar un órgano de control al interior de la institución.
Frente a la amenaza, el rector advirtió que echaría a las calles a los estudiantes en defensa de la autonomía universitaria. No lo hizo directamente, sino a través de algunos directivos en las sesiones del Consejo Universitario. La protesta por el multihomicidio de cuatro jóvenes en sus veintes le facilitó las cosas, y sólo aprovechó la inercia.
Sin embargo, en su tercer día de protestas, el jueves 26 de febrero, el movimiento se extendió a más universidades. Eso rebasó al rector.
Poco a poco, en medio de los paros instaurados por los estudiantes, en las facultades fueron aflorando denuncias de acoso en contra de maestros y alumnos. Denuncias añejas que recordaban que algunas universidades no habían hecho nada en contra de los agresores.
En ese punto, el rector Esparza quiso dar marcha atrás. Publicó un desplegado en el que enlistó decenas de problemas que generaría un paro estudiantil indefinido: desde el retraso para trámites administrativos y pago de nómina, hasta la postergación del proceso de admisión de este año.
Pero la pólvora ya se había dispersado entre las universidades más exclusivas del estado, entre las más asequibles, las gratuitas, las populares. En prácticamente todas.
¿Por qué? Porque antes ser joven era un valor en sí, y ahora se requiere valor para serlo. Según el Inegi, el 31.1% de las víctimas de delitos cometidos en 2018 tenían entre 18 y 29 años. Ese año hubo 401 mil 534 delitos contra personas en ese rango de edad.
Hay una forma de decirlo mucho más sencilla: cada día, mil 100 jóvenes fueron víctimas de algo. Por eso, el multihomicidio de Huejotzingo fue la llamarada que puso fin a décadas de adormecimiento estudiantil.
Asomados al vértigo de la historia, los estudiantes no saben cómo terminará todo esto, ni cuándo. Por la tarde del mismo jueves, tres ofrecieron una breve conferencia de prensa en la que informaron que en cuatro estados más hubo manifestaciones de apoyo. Consideraron que su protesta había sido la más grande en el estado.
Quizá sólo estén seguros de eso. De que, muchos años después, cuando miren al pasado, podrán decir yo estuve ahí. Eran las 9:03 de la mañana del jueves 5 de marzo cuando irrumpimos en el Zócalo de Puebla. Aparecimos envueltos en la luz nítida que precede a la primavera, en medio de las sombras recortadas de los edificios coloniales…
Fotografía de portada: Rafael Pellegrin | @rafaelpellegrin_foto