Víctor Jara: la actualidad de un canto libre

victor jara

ROBERTO LONGONI | @Galleta27

“Ahí donde llega todo / y donde todo comienza / canto que ha sido valiente / siempre será canción nueva” 

Víctor Jara, Manifiesto

A Víctor Jara los militares chilenos le metieron 44 balazos en el cuerpo. Antes lo habían humillado cortándole las manos y pidiéndole que tocara alguna de sus canciones. Lo tenían preso en el Estadio que hoy lleva su nombre desde el día 12 de septiembre de 1973, junto con otros cientos de sus compañeros de la Universidad Técnica del Estado, fundada en tiempos de la Unidad Popular para que los hijos e hijas de miles de trabajadores chilenos pudieran al fin acceder a la dignidad de la educación colectiva y pública. 

Víctor Jara formó y forjó, con su arte y activismo, parte del sueño que de manera general se conoce hasta del día de hoy como la “vía chilena al socialismo”. El intento contradictorio y complejo que, guiado por Salvador Allende y una gran y heterogénea base social, se propuso realizar el proyecto de una sociedad radicalmente distinta al capitalismo, usando las instituciones del orden liberal y burgués. 

Si el fracaso de este sueño se debe a la contradicción existente entre revolución radical e instituciones burguesas, a la división de las izquierdas o la debilidad de las bases sociales de la Unidad Popular, eso es algo que debe ser discutido y profundizado en otro momento. 

Más allá del análisis pragmático y político es importante enfocarnos en las pulsiones, deseos y anhelos que sostuvieron el proyecto de la “vía chilena al socialismo”, y que en tanto no han sido realizados, siguen teniendo plena vigencia. Estos constituyen una bella constelación que Víctor Jara alumbró con su propia estrella. 

Desde su papel de actor de teatro del oprimido o como cantante popular, Víctor siempre apuntó a lograr la unidad entre la teoría revolucionaria y su praxis cultural. La cultura, como siempre señaló, no era algo al margen del proceso revolucionario, sino una parte central del proyecto de liberación humana. Esta no debía servir a los intereses de la megalomanía o el mercado, sino a la transición de la condición de objeto pasivo a la cual estaba relegada la clase trabajadora, a sujeto activo de su propia historia. 

La potencia y actualidad de su canto radica en eso, en su honestidad y sensibilidad hacia la realidad histórica, pero también en su capacidad de expresar en notas y sonidos el sueño, inconcluso todavía, de que la tierra sea por fin una provincia del ser humano, de que esta sociedad sea un lugar de realización, placer y felicidad humana. 

Evidentemente a los militares chilenos, como a todos los militares del mundo, los conceptos de felicidad y placer humano les son ajenos y profundamente peligrosos. Por eso el odio con que mutilaron a Víctor y con que lo arrojaron el día 19 de septiembre junto a unas vías del tren en la población Santa Olga, uno de los tantos sectores marginales que desde entonces serían atemorizados por la violencia dictatorial.  

Las consignas que por entonces fluyeron como susurros fueron ciertas. Ahí estaba el cuerpo de Víctor Jara, pero su memoria y legado seguirían vivos e intactos. De los militares que planearon y ejecutaron su muerte se sabe un poco más hoy, aunque la justicia definitiva aún no se realiza. Sus nombres, como los de tantos otros cobardes, figuran solamente en los prontuarios jurídicos, y ahí estarán para siempre, acusados por crímenes en contra de la humanidad entera, sin ninguna dignidad u orgullo. 

El nombre de Víctor, su figura, pese a todo, sigue alimentando luchas y rebeldías. No solamente en Chile, en toda América Latina y el mundo sus canciones y poemas adornan cientos de plazas y calles, motivan la resistencia en contra de la injusticia y son vanguardia en los reclamos por una memoria que vaya emparejada de justicia, dignidad y verdad para las víctimas del horror. 

No es fortuito que las mismas canciones por las que condenaron a Víctor hoy sean cantadas y gritadas por miles de voces y guitarras en el actual Chile insurreccional. Sus captores lo sabían y por eso el miedo expresado en los balazos contra su cuerpo, la historia al final juzga. A ellos, sus asesinos, los tiene relegados en el calabozo del olvido, a Víctor hace rato que lo tiene absuelto. 

No es mero slogan decir que Víctor Jara sigue vivo y presente, basta con darse una vuelta por la Plaza Dignidad en Santiago de Chile por estos días, el reclamo es claro y tiene un eco profundo: de aquí no nos vamos hasta que valga la pena vivir, hasta ganarnos el derecho de vivir en paz. 

Los textos publicados en la sección “Opinión” son responsabilidad del autor/a y no necesariamente reflejan la línea editorial de Manatí.

Fotografía de portada: Yohan Navarro / Wikipedia

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