GUADALUPE JUÁREZ | @LupJMendez
Sergio Méndez define rostros desde cero. Elige entre pómulos pronunciados o delgados, si lleva bigote o no, o una barba —de candado, completa o rizada—, el tono de piel, la forma de los ojos, la nariz, la boca, las cejas, las pestañas, los párpados, las cuencas de los ojos y las comisuras de los labios. Sus manos son capaces de hacer que una cara refleje amabilidad o furia.
Algunos llegan a él con la petición de ser los más sonrientes; otros quieren ser capaces de generar terror, con cuernos de ser posible. También hay aquellos que le piden parecerse a algún personaje de película, a Cantinflas, Pedro Infante, o a alguien de cómic o un anime.
Pero la mayoría quiere tener rasgos europeos, la piel blanca, las mejillas rosadas, los ojos claros, las pestañas largas, cejas delgadas y quizás un bigote… como marca la tradición que debe lucir un huehue, un danzante que baile en los carnavales por las calles de Puebla antes de que inicie la Cuaresma.
Hay ocasiones en las que Sergio se convierte en cirujano, modifica lo ya hecho, da otro color a la piel, agrega un rasgo diferente o trata de que lo que se ve, no se deteriore. Depende de lo que el dueño de ese rostro le pida.
Desde niño, en el taller de su padre, veía cómo Enrique Méndez hacía máscaras para los huehues y, entonces, él jugaba a hacer lo mismo.
Cuando creció, Sergio decidió estudiar artes plásticas para seguir con el negocio. De vez en cuando ayudaba a su padre —quien ya es reconocido por su trabajo como escultor—, pero en ese tiempo nunca hizo un rostro nuevo por sí solo.
Desde hace ocho años, en un local de la 7 Sur, entre Reforma y la 3 Poniente, hizo su primera careta para un huehue en fibra de vidrio y luego, por primera vez, en madera. Así, ha logrado imprimir su sello y hacerse de su propio nombre en los atuendos de los integrantes del Carnaval.
Hasta ahora, no hay ninguna máscara que a Sergio se le haga inolvidable; a cada una le invierte el tiempo y la calidad que necesita para que un huehue se luzca.
El proceso de creación
Para Sergio, lo más importante es platicar en persona con cada uno de sus posibles clientes, para definir las características de las máscaras. Si le piden una cotización en redes sociales, prefiere reunirse con ellos cara a cara, y así saber cómo es que quieren que luzcan sus caretas.
La más sencilla en fibra de vidrio se lleva hasta cuatro días enteros de trabajo. Empieza con un molde y, aunque es de calidad, no es única, porque pueden salir entre tres y cuatro similares, puesto que se trata de un proceso que es por serie.
El costo aproximado de una máscara de este material es de mil 700 pesos, pero aumenta conforme se pidan más detalles en el rostro: si los párpados son móviles, es decir, si pueden abrir y cerrar los ojos.
Para una careta de madera, el proceso puede ser de hasta 15 días, desde que tiene el tablón en sus manos, recorta el tamaño de la máscara, define uno a una a una las partes de la cara, pule, pinta con laca y agrega los detalles como la barba, el bigote. Pero la garantía es que el rostro será único e irrepetible.
Por este trabajo mínimo ha cobrado 3 mil 100 pesos. Cuando le piden más rasgos y otros detalles, como regular ocurre con los rostros de los diablos, la máscara llega a los 5 mil 500 pesos.
Antes de que yo entrara a esto, desconocía los gastos que ellos realizan. Un huehue que podamos decir que se respete, va a tener una buena careta, un buen traje y sus plumas… para mí es un precio elevado, si a eso sumas todo esto, es muy caro. Muchas veces pensarán que no tiene nada extraordinario el Carnaval, pero yo lo veo desde mi punto de vista de mi trabajo, de lo que ellos invierten, y la calidad que buscan”, cuenta a Manatí.
Sergio no sólo hace máscaras, sus manos también crean desde un marco sencillo hasta el más complejo y son capaces de restaurar un óleo o piezas de madera, incluidas las caretas de otros artistas.
Una herencia que tambalea
Es el segundo de tres hermanos y el único que siguió el legado de su padre, pero admite que, aunque le gustaría que su hijo y su hija continúen con el negocio, prefiere apoyarlos en sus sueños por lo difícil que es obtener ingresos en su oficio.
Para Sergio hay “buenos” años en los que logra hacer entre 70 y 80 máscaras que le encargan después de Semana Santa y otros antes de la Cuaresma, cuando inician el Carnaval. Pero en “malos” años sólo llegan 15 clientes.
A uno de sus hijos lo apoyará como artista plástico —aunque al igual que él hizo con su padre, hace pruebas en su taller rescatando la técnica de pintar las máscaras de madera al óleo y no con laca, pieza que nos muestra con orgullo— y a la otra de sus hijas interesada en estudiar veterinaria, muy lejos del gusto por el arte como a Sergio.
“Hay muchos contrastes en este trabajo, porque es algo que podemos decir que a veces nos va bien, a veces no tan bien. Si ves eso de detalles en el oficio, no quieres eso para tus hijos, porque quieres que les vaya perfecto. Yo te podría decir que en el caso de mi hijo potencial lo tiene, pero en otra área. Mi hija, pues veterinaria y a ambos los tenemos que apoyar”.
Fotografía de portada: Daniel Casas.