La violencia alcanza, otra vez, a un estudiante en Puebla

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MARIO GALEANA | @MarioGaleana_

La plaza bullía por el grito de miles de estudiantes y la palabra “justicia” resonaba entre los edificios del Centro Histórico. Era el mediodía del 26 de febrero de 2020, tres días después de que cuatro jóvenes —tres universitarios y un conductor— fueran asesinados en Huejotzingo.

Entre la multitud que protestaba por el crimen se encontraba Aldo Padilla Cid, de 18 años, estudiante de preparatoria. Aldo cargaba una lona blanca de grandes letras negras y rojas que decía: “(Mi familia) espera un graduado, no un cadáver”.

En la fotografía que ese día le tomó Michel, uno de sus compañeros, el rostro de Aldo apenas sobresale de la gran lona blanca que sostiene con las manos. Alguien detrás de él carga otra pancarta: “Venimos a estudiar, no a morir”.

Esa fotografía es hoy una herida que rezuma, el eco de un grito, la advertencia de que, nueve meses más tarde, la violencia contra los jóvenes en Puebla no ha cesado. Porque Aldo también fue asesinado: murió acuchillado durante un asalto la noche del 16 de noviembre, mientras volvía a casa tras una práctica de baile.

Aldo había caminado tantas otras veces por aquella calle. Al fin y al cabo era la Volcanes, la colonia en la que vivía. Pero aquel fue un día feriado, y el trajín de los vecinos y las luces de los puestos de tacos habían sido sustituidos por la quietud de la noche.

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Hasta este 24 de noviembre no se sabe quién o quiénes lo asesinaron. Lo que se sabe es que alcanzó a llegar a las rejas de la iglesia de la colonia, donde alguien lo vio y tomó su teléfono para contactar a Alicia, su mamá. Ella lo llevó al Hospital Universitario, donde finalmente murió.

Y, de pie en el punto exacto en el que su hijo fue encontrado, fue ella misma quien exigió justicia por el crimen. Lo hizo el 20 de noviembre, rodeada por su familia, los amigos de su hijo y sus vecinos. Esa noche caminaron en silencio por la colonia y montaron un altar en su memoria. Más tarde, frente a la prensa, Alicia deshojó el recuero de su hijo.

Durante una protesta realizada el 20 de noviembre, la familia de Aldo y sus amigos exigieron a las autoridades la detención del responsable o posibles responsables del asesinato. Fotografía: Guadalupe Juárez

“Era un chico demasiado bueno”, dijo. “Queremos que se dé con los responsables. A nosotros, a mi familia, la tienen aullando de dolor. Y no queremos que esto le pase a más familias, y eso era algo que mi hijo también pedía, que hubiera paz en las calles y justicia para los estudiantes que habían matado”.

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El recuerdo del movimiento estudiantil

Michel recuerda que nunca le mostró a Aldo la fotografía que le tomó aquel 26 de febrero. También recuerda que eran días electrizantes: días de paros estudiantiles, el comienzo de algo que había surgido por la rabia, aunque esa rabia había devenido en solidaridad, en compañerismo, en lucha.

Estábamos hartos de que a cada rato pasaran noticias de asesinatos, secuestros, desapariciones de estudiantes. Por la prepa también se habían sufrido asaltos, y eso fue lo que animó a la prepa, aunque más que nada por la solidaridad entre estudiantes”, dice.

A ese día le sucedió el 5 de marzo, que quedará marcado en la historia como el día en que decenas de miles —algunos aseguran que cientos de miles— de estudiantes marcharon exigiendo justicia por el homicidio de cuatro jóvenes.

Aldo marchó ese 5 de marzo. Y entonó a destajo ese viejo canto estudiantil tan popular por aquellos días, un canto que promete que aquellos que fueron asesinados en realidad no han muerto, y que las balas alcanzarán a aquellos que las dispararon.  

Van a volver, van a volver,
las balas que disparaste van a volver…
la sangre que derramaste la pagarás,
los estudiantes que asesinaste no morirán,
¡no morirán, no morirán!

El gobierno del estado respondió al movimiento con un montón de promesas. Un montón de promesas que no han sido cumplidas. Y el declive del movimiento estudiantil estuvo marcado por la misma fugacidad con la que comenzó. Se cruzó, ni más ni menos, una pandemia. Pero el asesinato de Aldo ha sido el recordatorio de que la violencia sigue allí.

“He platicado con un amigo muy cercano de Aldo, y tanto él como yo nos sentimos muy decepcionados del país. Nuestro mismo país nos quitó a nuestro amigo. Tenía tantas cosas, tenía una vida. Sí me genera impotencia, enojo, tristeza. Me siento cansado. Y, aunque no lo quiera aceptar, tengo más miedo”, dice Michel.

NOTA DEL EDITOR: Horas después de la publicación de esta nota, el Gobernador Miguel Barbosa dio a conocer que los asesinos de Aldo fueron detenidos. Más información en breve.

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