“Mi idioma es la gráfica”: un perfil de la artista Isabel Tello

Isabel tello portada
Fotografía de portada: Nacho Espino

La grabadora, ilustradora, pintora y tallerista poblana Isabel Tello nos contó más sobre su obra y lo que la inspira.

BRYAN HERNÁNDEZ | @elbryaann_*
Fotografías: NACHO ESPINO

Hoy es martes 30 de noviembre de 2021. Isabel Tello tiene 29 años y acaba de ganar hace un par de días el ‘Premio Estatal de la Juventud Vicente Suárez’ por su destacado trabajo como artista gráfica poblana, un reconocimiento del que dice sentirse súper agradecida, pues al mismo tiempo su obra se encuentra disponible en la Galería de Arte del Palacio Municipal, misma que estará abierta al público hasta finales de enero de 2022. 

—Es algo que amo hacer… —confiesa tras titubear un poco—. Para mí, mi gráfica, sí es trabajo, pero a la vez yo me encuentro y me exploro y me curo en ella, y el que tenga una respuesta así me hace sentir súper honrada, porque de alguna manera estoy llegando a otras personas con el mismo mensaje que a mí me ha ayudado a sanar… —hace una pequeña pausa, como si de pronto se acordase de algo. Pero al final agrega, con una sonrisa—: no sé, a veces también me siento un poco flotante, como que no me lo acabo de creer. 

Es la 1 de la tarde. Pese a que ha comenzado la temporada de invierno, afuera hace un sol que pega duro y que quema la piel. Pero nosotros estamos conversando en su estudio personal. 

Es una casa de dos pisos, ubicada a una cuadra del Parque San José, en el Centro Histórico de la ciudad. Conformado por dos piezas que dan a un patio tradicional de las casas de hace un siglo, con un coche tipo escarabajo estacionado frente al portón, Isabel Tello trabaja y dicta talleres aquí, acompañada de sus dos gatos, Tuna y Miel, que no tardan en asomarse para saludar. 

—De todas maneras, al final es la obra, no yo —reconoce después. 

isabel tello artista gráfica puebla
Fotografía: Nacho Espino.

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Calaveras & Catrinas- un recorrido por la gráfica mexicana

Fue a finales de octubre de 2021 que se montó esta exposición en la Galería de Arte del Palacio Municipal, como parte de la reactivación cultural a cargo del IMACP. En ella, Isabel Tello colabora con tres grabados de su autoría, junto a otros artistas de la talla de José Guadalupe Posadas, quien fuera célebre por sus dibujos y grabados sobre la muerte en la época de la Revolución.

Una de estas tres piezas con las que Isabel Tello participa muestra a una pareja de calaveras, acompañada de un perro pequeño, conduciendo un coche tipo escarabajo. Tal vez el mismo coche tipo escarabajo, estacionado frente al portón, en su estudio personal.

—Siento que tenemos esa responsabilidad y esa misión de compartir nuestro brillo, y esta es mi manera de hacerlo —dice Isabel Tello al respecto de la exposición. 

Suena una música a bajo volumen mediante una bocina pequeña que descansa sobre un mueble junto a la ventana: Heard Them Stirring, de los Fleet Foxes. Cuando Isabel coge dos sillas y las planta cara a cara junto a su mesa de trabajo, me pregunta si la debe apagar, pero le digo que no. 

Viste una remera azul con mangas y un pants gris con franjas a los costados. El cabello, que luce suelto, le cae en cascada por detrás de las orejas. Cuando Tuna y Miel entran a la pieza para saludar, ella les habla con una voz cargada de ternura, luego coge a uno sobre su regazo y me los presenta. Miel es un gato amarillo, casi naranja. Tuna, por otro lado, posee el pelaje oscuro, con detalles en las puntas café. 

Gráfica de isabel Tello puebla artista
Fotografía: Nacho Espino

Dice haber montado el estudio hace 5 años. La razón: no se sentía libre, creativa, efervescente, a los lugares a donde iba a trabajar. 

—Me pasó muchas veces. De repente me sentía bloqueada, y no sabía por qué. Quizás se debiera a diversas situaciones que ocurrían en esos espacios. ¡Desde los maestros! Por ejemplo, que los maestros no valoraran tu trabajo porque ibas iniciando, o porque solo te vieran como un pedazo de carne a conquistar. Así que cuando monté mi propio taller, decidí que eso no iba a ocurrir aquí. 

En la pared del fondo cuelga el nombre con el que Isabel ha decidido bautizarlo: Eco Gráfica Editorial. Debajo de él, tres repisas acumulan objetos diversos entre plantas de interior. Con muestras de su trabajo colgando de las dos paredes restantes, resalta un artefacto misterioso (con el armazón barnizado de azul) en el lado derecho del estudio. Una especie de mesa alta y gigante, con un timón como de barco antiguo. Más tarde me dirá el nombre de este misterioso artefacto: Tórculo. Y, también, cómo lo llama ella personalmente: La Atlántida.

En realidad, un tórculo es un tipo de prensa con dos rodillos que sirve para imprimir grabados o calcografías. La placa que lleva el grabado puede ser de linóleo o de metal, según me explica Isabel, y esta puede imprimirse en cualquier tipo de tela o papel. 

***

Pero no todo siempre fue así. Con una infancia caótica y una adolescencia en estampida, cuenta que, en el principio, el arte era solamente un medio de sanación, algo que la ayudaba a encajar en el mundo y con el que se podía comunicar. Más tarde, sin embargo, lo convirtió en su manera de vivir. 

—… no sé, tal vez mi mayor obstáculo fue creer en mí misma, sobre todo al principio, pero aun así me doy cuenta de que nunca lo dejé de intentar. A pesar de que tuviera miedo, a pesar de que no me sintiera suficiente, o de que mirara a otros artistas y dijera: ‘Ay, no, pero lo que hago no está tan bonito’, siempre hubo una certeza en mí de que esto era algo que necesitaba hacer. 

Entonces estudiaba diseño gráfico, pero ya jugaba con la ilustración, por lo que solía escaparse de clases para ojear libros ilustrados en la biblioteca central. Algo que, por lo demás, podía prolongarse por horas, pues además de leerlos y de estudiarlos, le sorprendía que una historia pudiera ser contada en dos idiomas distintos: el gráfico y el escrito. 

Luego vinieron los talleres de arte y reciclaje y los colectivos. Pero cuando Isabel Tello empieza a hablar sobre esto, en sus ojos aflora de golpe un destello de luz. Protegidos tras el cristal de los lentes, entonces se mira las manos y sonríe antes de proseguir. 

—Yo empecé dando talleres de arte y reciclaje, y para mí eso fue como una pista. Me acuerdo perfectamente. Con Invasión de Niños Comelibros, por ejemplo, fui una vez a Tetela de Ocampo, a una fundación que se llama Rafael Bonilla, que es una casa preciosa a orillas de la ciudad, una casa que perteneció a un señor que fue artista y cuya nieta sigue recobrando su obra e integrando a la comunidad hasta el día de hoy. 

Miel de repente sube a la mesa. Isabel calla un momento, luego comenta, con la cabeza un poco ladeada, estudiando los movimientos felinos detenidamente: ‘Este wey de por sí es medio encimoso, ¿verdad, Miel, que eres encimoso?’.

—… Entonces, te digo, como que todo se fue conectando, y fueron todas estas experiencias que me ayudaron a crecer como artista. Me hacían sentir muy viva, y yo no podía dejar de pensar: ‘ay, quiero hacer más de esto’. 

Pero fue hasta con el Colectivo Tomate, organización sin fines de lucro, dedicada a impulsar proyectos para transformar el entorno, que Isabel Tello empezó a practicar el mural, y donde más tarde iría a descubrir su máxima pasión: el grabado en linóleo. 

—Sí, fue justo el camino del mural el que me llevó a hacer grabado. Un día, mientras realizaba un mural en Apizaco-Tlaxcala, llegó un señor que tenía un taller de grabado en Chacala- Nayarit. Llevaba una prensita como de tortillero, junto con las gubias y el linóleo, y bien amoroso nos enseñó a todos cómo se debía de hacer. 

El linograbado es una variante del grabado en el que una hoja de linóleo se utiliza como matriz. El diseño se graba sobre la superficie plana de linóleo, ayudado por un cuchillo, gubias o cincel. Cuando el diseño está terminado, la placa se entinta con un rodillo, para que después pueda imprimirse en tela o papel. 

Entre los artistas que utilizaron esta técnica para hacer parte de su obra, se encuentran nada menos que Pablo Picasso, Henri Matisse y Jean Arp. 

—Así que aquel fue mi primer acercamiento, pero fue en el Jardín Etnobotánico de Cholula donde lo hice más real. Un amigo me dijo que colaboráramos, él haciendo grabado y yo pintando. Pero ahí le dije que también me enseñara a hacer eso. No sé, como que me llamaba mucho la atención. 

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Fotografía: Nacho Espino.

***

En Instagram aparece como @isabeltellografica. Lo mismo recibe invitaciones a ferias de arte que mensajes de personas en otras partes del mundo. Hace poco, por ejemplo, recibió el mensaje de una chica argentina. La razón: acababa de tatuarse un grabado suyo en la espalda.

—Fue un grabado que hice de una mujer zapatista. Esta chica me escribió y me dijo que había estado buscando imágenes que representaran este movimiento. Como una mujer que estuviese trabajando la tierra, que estuviese sembrando una semilla y siendo una semilla también. Entonces me encontró. 

La medalla que le entregó hace unos días el Instituto Poblano de la Juventud cuelga en la pared del recibidor. En la pieza de a lado, resalta un estante lleno de libros y un pequeño sofá. Fuera, no se oye nada. Dentro, la música es ya casi imperceptible. Con la gaveta del escritorio atiborrada de papeles, Isabel coge una libreta y me lee la cita de algo que soñó:

“Si quieres cumplir tu sueño, tienes que ser tu sueño.”

Estamos hablando acerca del proceso de creación. 

—Creo que somos recolectores de experiencias, de pistas que vamos encontrando. Justo los viajes, la naturaleza, o el convivir con la gente que quiero, despiertan en mí emociones que después se vuelven algo visual. Algo así como una reinterpretación.

Pero como igual dice, no todo es suyo, pues a veces también cuenta historias de otras personas. De proyectos o de cooperativas. 

—Así es. Ahorita, por ejemplo, estoy haciendo un grabado para un festival de ciclismo de montaña, que será en Sayulita. Apenas hice uno para Baja California. Así que en realidad las ideas vienen de muchos lados. 

Muestra entonces el grabado que está haciendo para el festival de ciclismo de montaña.  Negro sobre blanco, dibujado todavía a lápiz sobre una hoja de papel, aparece en un primer plano el rostro de un venado cola blanca. Encima de él, los tentáculos de un pulpo se adhieren a sus cuernos, de cuyas puntas brotan como salpullido hongos silvestres. 

Tal vez el resultado final no sea así. Puede que en el proceso surjan nuevas ideas, o el azaroso descuido de un trazo que cambie toda la perspectiva. Sin embargo, lo que definitivamente no ocurrirá, tal como ella me dice, es que lo deseche por completo.

—Cada vez soy menos dura con eso, ¿sabes? Aunque claro, cuando termino de ver algo es normal que diga ‘ah, esto pude haberlo hecho mejor’ o ‘ah, esto pudo haber sido diferente’, pero en realidad, como es un proceso largo, donde inviertes muchísima energía, siento que no se puede tirar así como así.  

Entonces me cuenta la historia de un grabado que hizo. Su nombre: ‘Amar en tiempo caracol’. Dos corazones recargados uno contra otro, de cuyo interior emergen sendos caracoles aproximándose entre sí. Una linografía impresa en papel hecho a mano de lirio acuático del lago de Pátzcuaro, misma que enmarcada cuelga en una esquina de la pared. 

—Yo lo hice por un poema que me escribieron. Amarnos en tiempo caracol, despacio y sintiéndolo. Y cuando lo terminé dije mhee… Pero no me encantó, ¿sabes? Tal vez porque no plasmé exactamente lo que quería decir. Sin embargo, es de las obras que más me piden, que más conecta con la gente, con la que más se sienten identificados. Así que no sé… Como que está bien loco. 

***

Hoy es martes 7 de diciembre de 2021. Ha pasado una semana desde que hablé con Isabel. Pero entretanto, he vuelto a entrar a la galería del Palacio Municipal. 

Con las manos cruzadas por detrás de la cintura, en pie junto al ejemplar de un periódico de la época de la revolución, observo entonces cómo una niña, emocionada y eufórica, pasa corriendo de la primera sala hacia la segunda, y luego, vacilante, llama a su madre en francés. 

—¿Qué ocurre? —le pregunta la madre en un forzado español.

La niña se agacha como si fuera a recoger algo, luego se incorpora y apunta con el dedo hacia una dirección. 

Les carrés jaunes… (los cuadros amarillos) —dice la niña entusiasmada, sin dejar de sonreír, en su perfectísimo francés.

Así que cuando yo alzo la cara, para seguir el trazo imaginario de la pequeña, descubro, con perplejidad, que conduce a un cuadro de Isabel. 

Con el sol de la mañana calentando el azulejo de los soportales, las cristaleras de la galería, y el Palacio Municipal entero, me viene entonces a la memoria la última parte de nuestra conversación. 

Hablábamos sobre los viajes, que cada vez se hacían más frecuentes en la carrera de Isabel. Yo le había escuchado decir en una entrevista, allá por el 2019, que tenía pensado viajar a Guatemala para dictar un taller. Sin embargo, no sabía si este viaje se había hecho realidad. Cuando finalmente se lo pregunté, esto fue lo que me contestó:

—Sí, ese viaje sucedió, y fue HEEERMOSO, de las cosas más bonitas que me hubieran podido pasar. Viajé con mi obra a Guatemala, y compartí mi arte en un lugar en donde no tenían ni idea de quién era yo —explicaba Isabel asintiendo repetidas veces con la cabeza, la cara llena de felicidad, incapaz de contener la emoción—. Recuerdo que di un taller al que no fue nadie, porque como digo, nadie sabía quién demonios era, pero aun así se los di a los chicos que trabajaban ahí, y quedaron fascinados. Llevé sellos corporales, así que al final todos quedaron tapizados con grabados míos. 

Y de repente, quien sabe por qué, la imagen cobró vida. Lo recuerdo. Mientras me decía que aquel viaje lo había hecho desde Chiapas, acompañada por amigos muy queridos, yo veía a Isabel Tello descender sobre el mapa de la República, internarse en la humedad de la selva, con una placa de linóleo bajo el brazo, y cruzar la frontera de Tapachula. 

—Me gusta pensar que no hay fronteras. Ahorita, en una universidad de Holanda, por ejemplo, me pidieron que diseñara la imagen para un proyecto feminista, antirracista, de mujeres bien fuertotas… Apenas se llevaron a Ucrania mi obra. Ahorita se la llevaron a Dublin. 

Finalmente, cuando la niña que habla francés y su madre salen de la galería, yo vuelvo a mirar los cuadros de Isabel. Con detenimiento, mientras trazo en mi cabeza las calles por las que tiraré —Palafox & Mendoza, la 6 norte, el Barrio del Artista, bulevar Cinco de mayo—, constato entonces algo que me dijo al final de la conversación. 

—Me hace feliz que a lugares tan lejanos pueda llegar, ya sea en persona o impresa en papel. Lugares en donde no es necesario que hable el idioma, mi idioma es la gráfica, y eso se entiende en todos lados, ¿no?

Fotografía: Nacho Espino.

Bryan Hernández es colaborador invitado*

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