¿Por qué hay personas molestas por el éxito que Benito Martínez, mejor conocido como Bad Bunny, ha ido ganando en los últimos años? En esta columna, Pablo Argüelles reflexiona sobre la situación.
PABLO ÍÑIGO ARGÜELLES | @Piaa11
¿De verdad?, ¿el único argumento de quienes dicen defender la buena música y el buen gusto es decir que antes sí había buena música y que ellos sí tienen buen gusto?
Yo esperaba un poco más de su pedantería: esperaba más de quienes se despiertan entre sábanas de satín falso al aroma de un Lavazza, odiando a Bad Bunny.
¡Se retuercen, mamá!, ¡míralos cómo se retuercen!, son como caracoles a los que echan sal, y la imagen de ellos retorciéndose es tan absurda como la imagen misma, porque para que haya sal y un caracol en la misma escena, debe haber primero un niño ocioso a quien nadie nunca llamó desde un principio.
Y míralos, también, poniendo ejemplos absurdos, falacias nostálgicas que incluyen oraciones comunes como “mis tiempos”, “el buen rock” o alguna cita de una década imprecisa, que casi siempre resulta ser una pésima paráfrasis copiona del Aullido de Allen Ginsberg.
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Yo quiero saber, de verdad, ¿por qué les duele tanto?, ¿qué es lo que les molesta tanto?, ¿por qué se retuercen tanto?
Si fuera profesor de música y estuviera enfrente de un salón, no les pediría a mis alumnos que compararan una partitura de Mozart junto a una transcripción de Yonaguni a partir de su complejidad; más bien, nos pediría que entre todos contestáramos:
¿por qué comparararíamos a los dos desde un principio?, ¿por qué nuestras referencias de lo que es “la buena música” viene casi siempre desde otra época, desde otro continente?, ¿qué especie de resentimiento nos lleva casi siempre a decir que la buena música se escribió por encargo de un monarca?
Yo creo que están confundidos: lo que detestan cuando despotrican de Bad Bunny no es precisamente a Bad Bunny, ni su música, ni siquiera el reguetón.
Lo que odian es la industria que mató a Michael Jackson mucho antes de su muerte, o esa misma que quemó miles de discos en el Cominskey Park de Chicago con odio disfrazado de defensa del buen gusto. Lo que odian es la industria, esa que mantiene a 300 mil personas en una fila virtual o especula sobre precios de reventa. Lo que odian no es la banda: es el asqueroso sistema de violencia que relata.
Pero, ¿la música?, ¿les asusta la música?
No lo creo.
Lo que les asusta no es la “lírica misógina” ni los “bailes obscenos”. Lo que les asusta es no entender que el mundo ya no es una caja, que la generación que miran desde la altura de un ladrillo de moralidad, habla de cosas que ustedes no entienden de una forma que tampoco entienden.
Pero no hacen ni el intento.
Lo que les da pavor (porque sí, es pavor) es ver que el mundo que tanto se envanecen de haber construido, está yendo en una dirección que no está bajo su control.
¿Les preocupan sus hijos?, ¿les preocupan sus oídos inocentes? ¿Les precoupa que crezcan en la “pobreza intelectual” que ofrece un género de música popular?
[Tenga, se le cayó su máscara]
Entonces no vengan con cuentos a pregonar que hubo algo mejor que de tan mejor no entenderían.
Mejor díganles que también hubo un Stravinski, que también hubo un Yupanki, que también hubo un Jimmy Cliff, que también hubo un Vladimir Vytsoski.
Díganles, también, que Bad Bunny vive en el mismo planeta que habitó Mercedes.
Enseñen, no intimiden. No escondan su fanatismo ni su intolerancia detrás de memes que le explican a alguien “inferior” lo que ustedes no serían tampoco capaces de explicarnos a la cara.
Y para los que se empeñan en buscar “figuras superiores” desde la cual confirmar sus prejuicios, no olviden que la música, al igual que la literatura, es una gran conversación:
no habría Beatles sin Beethoven.
Y lo dice Zimmerman, no lo digo yo:
Come mothers and fathers
Throughout the land
And don’t criticize
What you can’t understand
Your sons and your daughters
Are beyond your command
Your old road is rapidly agin’
Please get out of the new one
If you can’t lend your hand
For the times they are a-changin’
Sí, quémenme, retuérzance, aquí está la sal:
he utilizado unos versos de Dylan para defender a Bad Bunny.