Veo ahora que el camino de Samuel Espinosa Mómox avanza entre dos paisajes. A la derecha, o tal vez a la izquierda, la literatura; del otro lado, los oficios.
BRYAN HERNÁNDEZ | @elbryaann_*
Si la memoria no me falla, leí por primera vez a Samuel Espinosa Mómox una tarde calurosa de finales de septiembre, un mes después que gané un sorteo en el que el IMACP regaló algunos libros producidos por ellos mismos. Tal vez al principio, cuando desarmé el paquete, sentado en uno de los escaños de madera del parque, el título de su libro no me llamó mucho la atención. ¿Qué significaba? ¿Quién era Samuel Espinosa Mómox? Pero apenas lo abrí y leí el primer poema, seguido de la ficha biográfica, estas y otras preguntas se empezaron a resolver, como si las respuestas hubieran sido alumbradas por un reflector.
La ficha biográfica decía algo así:
Samuel Espinosa Mómox (Puebla, 1985). Premio de Filosofía y Letras BUAP 2007 en el área de poesía. Publicado en diversas antologías de México, Colombia y Argentina. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales como Fronda, Definitivamente jueves, Círculo de Poesía, Revista Tierra Adentro y Revista Este País. Beneficiario del Programa Jóvenes Creadores 2010- 2011 del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico Puebla 2012 en el área de poesía. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante los periodos 2012- 2013 y 2013- 2014. Actualmente es barbero a tiempo completo.
Claro, me dije, por eso el primer poema con que abre su libro:
Mi libro se llama llevo diez años masticando poemas para un libro que
fue muchos proyectos y hubo libros que ahora son sólo un poema
y este libro ya no sé cómo se llama
Éste debe ser el bueno
Por eso también el título: Casquete Corto.
—La verdad es que siempre supe cortar el pelo, porque mi abuelo era barbero. Por supuesto, no puedo decir que me crio ni nada por el estilo, pero de chico sí pasé mucho tiempo con él; eran como mis vacaciones.
Hoy es domingo 8 de mayo de 2022. Son las seis de la tarde. Por la mañana hizo un calor de los mil demonios; ahora está a punto de venirse una tormenta.
Ha pasado mucho tiempo desde que leí a Samuel Espinosa Mómox por primera vez, aunque no tanto de la tarde en que lo conocí y platicamos en la terraza de un bar.
Fue hace dos meses. Entonces Samuel acababa de publicar un poema para la revista Este País, mientras que yo, por otra parte, andaba buscándolo desesperadamente para ponerme en contacto con él. Quería preguntarle cosas sobre su libro (había empezado a leerlo despacio, sin embargo, a medida que pasaba de página, sentía que no lo podía soltar) y de paso, proponerle una entrevista para escribir su perfil.
Cuando finalmente lo encontré, después de dos meses de búsqueda en los que consideré 1) llamar personalmente al IMACP para preguntar por su dirección, o 2) visitar alguna barbería famosa para ver si lo conocían, o si su nombre les sonaba de algo, pues mis pesquisas no parecían arrojar ningún tipo de luz (ni siquiera sabía cómo era físicamente), Samuel muy amablemente me contestó. Por Instagram. Y así, dos semanas después, quedamos de vernos en un bar del centro de la ciudad.
—Creo que para mí la barbería significa ‘no pensar’. Ha sido como un proceso de dejar de pensar y de teorizar la vida, y empezar a soltarme. Ser un poco primitivo, quizá, porque la gran ventaja que tiene un oficio como éste es que no regresas a casa con trabajo (…) Así que eso, en definitiva, para alguien que se dedica a escribir, sirve de mucho. ¡En todos los sentidos! Porque en la barbería eres tan bueno como tu último corte. Si tu último corte fue perfecto, ya la hiciste. Y si no, bueno, creo que de todas maneras no hay modo de corregir.
La cita fue a las ocho de la noche. Lo acabo de recordar ahora mientras transcribo íntegramente la conversación que tuve con Samuel. El plan consistía en platicar en el café de a lado, pero como era domingo (y los domingos, ya se sabe, no duran mucho), me topé con la sorpresa de que estaba cerrado. De ahí que decidiera citarlo en otro lugar.
—Bueno, yo empecé a escribir como creo que muchos de la clase media empezamos: con timidez —fue una de las primeras cosas que me dijo Samuel cuando empezamos a platicar—. A mí, por ejemplo, me marcó mucho una profesora que tuve en la secundaria, era una persona bastante apasionada y que nos mostró mucho de literatura en poco tiempo. De hecho, ahora que recuerdo, nos hizo un concurso de poesía, muy triste, la verdad, como muchas de las cosas en secundaria, pero que a mí me llamó mucho la atención. Me despertó cierta curiosidad. Así que de ahí empecé a tomar talleres y cosas así, y al final decidí estudiar literatura en la BUAP.
Cinco minutos antes, yo había apuntado lo siguiente: «Grande y robusto», mientras Samuel Espinosa Mómox cruzaba las puertas del bar. «Vestimenta: zapatillas deportivas, camisa a cuadros, jeans azules». Sin embargo, lo que más llamó mi atención (apenas lo reconocí) fue su mata de pelo hecha una maraña, seguida de una barba negra, larga y tupida, como si recién se acabara de levantar. A propósito, Samuel bromearía: ‘Creo que mi abuelo se enojaría muchísimo si me viera así’. Por lo que todo, o casi todo, empieza acá.
—Yo crecí en la barbería de mi abuelo siendo el ‘chicharito’. El chicharito era el aprendiz, un niño que lo dejaban estar ahí para ver y ayudar en lo que se podía. Así que también me tocaba barrer, limpiar los espejos, sacudir, levantar la cortina (…). Por supuesto, a mi abuelo ya no le tocó el boom de estas barberías de moda, pero creo que aun así no le hubiera gustado, tal y como a la mayoría de barberos o peluqueros de antes no les gusta. Dicen: ¿por qué cobran tanto? Desprecian a los nuevos, y los nuevos hablan mal de los viejos, sobre todo por el modelo que ahora los nuevos quieren hacer: convertir a la barbería en el refugio del hombre común. Pero creo que antes sí era así. Por lo menos la barbería de mi abuelo, que estaba acá en la 5 Poniente, 305, sí era así. Ellos abrieron por ahí del 70, y digo ellos porque era una cooperativa. Tenían como veinte sillas, es decir, era gigantesco el lugar. Según me contaba mi abuelo, él y sus amigos se pelearon con el dueño, así que decidieron independizarse. De hecho, incluso tuvieron la intención de hacer un sindicato de peluqueros. Era una cosa muy loca. Y en ese sentido, eran radicales. Por lo menos, mi abuelo era muy orgulloso, fue de origen indígena, se apellidaba Mómox Michimani, y le gustaba vivir la vida como él quería y en los términos que él quería. De manera que yo crecí viendo eso, ¿no? Así que al final, aunque tuvimos nuestras diferencias, creo que influyó mucho en mí.
Pauso la conversación y enseguida consulto las primeras páginas de Casquete Corto. En estas se puede leer: «A la memoria de José Mómox Michimani, mi abuelo», seguido de un epígrafe de Brenda Ríos que reza así:
La constancia de ver a un hombre rasurarse: la crema
espumosa, el agua caliente, la navaja a pulso. Esa era
la idea que tuve de lo que significa ser hombre: ponerse
en el espejo y con tanta calma cambiarse el rostro,
sonreír a la audiencia —que era yo— y echarse de golpe
el cuenco de agua fresca
A propósito de los poemas que conforman el libro, que van desde el oficio de ser escritor, pasando por temas como el amor y la derrota y la época de la infancia, hasta reflexiones sobre su abuelo y la barbería, Samuel contaba que la mayoría habían sido escritos durante su primer año como becario de la Fundación para las Letras Mexicanas. También, que él pensaba que en buena parte se escribía para eso, para pagar las deudas de infancia.
—Creo que muchos tendemos a romantizar nuestra infancia, ya sea para lamentarnos o para pensar que fuimos felices, pero al final hay cosas que viviste y que no recuerdas que viviste, así que cuando pones un poquito de atención en eso, te das cuenta de que hubo tres o cuatro sucesos que te marcaron y que determinaron muchas de tus decisiones. Este libro, por ejemplo, es el trabajo de dos años en la FLM, en donde mucho tuvo que ver mi abuelo, pero también Antonio Deltoro, que fue mi maestro de poesía en la fundación. Ahora él está muy enfermo, pero yo lo reconozco casi como mi maestro de vida, porque fue quien verdaderamente me orientó a pagar deudas emocionales con la poesía. Me ayudó a trabajar quién era yo y quién no era yo. De hecho, recuerdo que entonces estaba escribiendo poemas sobre filosofía y cosas así, y él una vez me dijo: ah, órale, pues está muy bien, pero ¿cuándo me vas a hablar de ti? Es decir, ¿qué de esto es tuyo? Entonces el primer poema que escribí fue uno donde digo que estoy rasurándome y que tengo el mismo pulso que mi abuelo. Luego salieron los demás.
Sonaba una música de cumbia que en la grabación no he podido identificar. Mientras esperábamos a que trajeran nuestros cafés, sentados a la mesa del bar, cosa que enseguida al mesero le extrañó, pues lo normal hubiera sido una cubeta de cervezas en lugar de café, Samuel me contaba que siempre le había gustado leer, en parte porque consideraba que ‘como muchos de clase media baja, lo que no tenía de contactos lo quería compensar con conocimientos’, y en parte porque ya algunos autores habían despertado en él cierta fascinación. Hablaba de Jaime Sabines durante una época en que se había enfermado de amor, y del argentino Julio Cortázar, por el que más tarde estudiaría francés.
—Es bien chistoso porque no sé si haya un niño que quiera ser escritor. Es como un oficio más o menos aburrido, ¿no? —decía Samuel tratando de no reír—. Y de hecho creo que lo sigo pensando: que ser escritor es aburrido, pero tal vez no lo vemos así porque lo hemos romantizado. Al final creo que lo más importante para mí, y algo que me marcó mucho, fue entender que la poesía es el arte de atender todo en su pureza. Eso lo dice Elíseo Diego, y significa poner atención, aprender a darle lugar a la curiosidad y a la intuición. En ese sentido, creo que siempre fui muy intuitivo, tal como muchos niños lo son. Solo era cosa de resolver y poner atención a lo que estaba sucediendo y que quizá otros no veían. Pero, sin duda, la época en la que más escribí fue durante la preparatoria y los primeros años de la carrera. Escribía muchísimo y, desde luego, casi todo muy parecido a Sabines y a Cortázar, un plagio tremendo, pero de esos ejercicios salió un poema con el que gané el Premio de Filosofía y Letras Buap, y que después se publicó en una antología que se llama ‘La luz que va dando nombre, veinte años de poesía última en México’.
Dicho poema del que habla Samuel se titula ‘Dossier Desesperanza’. Lo acabo de confirmar ahora buscando la antología en Internet. Fue publicada en el 2007 por la Secretaría de Cultura de Puebla, bajo la dirección de Alí Calderón, y en ella pueden encontrarse a autores como Luis Jorge Boone, Federico Vite o Balam Rodrigo, cuando rondaban la misma edad que entonces tenía Samuel (entre 18 y 25 años) y eran jóvenes y habían decidido ponerse a escribir.
Algunos versos de ese poema dicen así:
Y sí
Yo soy el loco de las calles mudas
el despreciado de su sombra
la brava marejada que se estrella contra el muro
que se estrella y vuelve y no se cansa
***
«Conocí a Samuel en Acapulco», recuerda Óscar Alarcón. Me puse en contacto con Óscar Alarcón hace unos días, y después de preguntarle por la obra de Samuel, me envió un texto por correo al que tituló ‘Samuel Espinosa Mómox: una experiencia poética cotidiana’. «Específicamente en el festival Acapulco Barco de Libros. La poeta Yelitza Ruiz me dijo que compartiría habitación con un escritor de Puebla, que había tomado la decisión de poner en el mismo cuarto de hotel a los poblanos (…). Para ser honesto, en ese momento (creo que era la edición 2013) nunca había escuchado hablar de Samuel. Ya tenía publicado mi segundo libro (primero de entrevistas) Veintiuno. Charlas con 20 escritores, y me jactaba de conocer muy bien a los escritores poblanos. La ignorancia es atrevida y uno termina por desdeñar el lugar donde uno nace. Nos conocimos, lo escuché leer y me agradaron los poemas que traía. Tiempo después me enteré que estudió en la Preparatoria Emiliano Zapata de la BUAP, lugar donde ahora imparto clases, y que estudió en la Facultad de Filosofía y Letras. Intercambiamos un par de comentarios en Facebook y me di cuenta de que Samuel es un gran lector. Conocí varios de sus textos y poemas gracias a revistas electrónicas como Ruleta Rusa y Círculo de Poesía».
Óscar Alarcón es escritor y periodista. Recientemente coordinó la colección Extra(e)ditados de la Buap, en el que figuran autores como Óscar de la Borbolla o Adán Medellín.
«… Cuando leí su ensayo Tres fotografías de Esther Seligson me agradó la forma disruptiva en la que Samuel declara que creció en la religión evangélica, hecho que me resultó insólito, pues entre la gente poblana que estudia literatura se tiene la falsa creencia —y a estas alturas de la vida, medio fantoche— de que el escritor, y más el poeta, no debe profesar religión alguna. Y hasta se llega a creer que mientras más hereje, mejor poeta se es. Falso (…). Cuando la pandemia nos asoló, sobra decir que los lugares a los que asistíamos cerraron, y entre estos estaban las peluquerías. Mi padre y yo asistíamos a una peluquería que se llamaba Los Tres Hermanos, en Cholula. Cuando nos tuvimos que encerrar, pensábamos que no sería bueno que nos dejáramos crecer el cabello, que la muerte podría sorprendernos en cualquier instante y que, en caso de hacerlo, lo mejor sería irse del mundo bien peluqueados. Nuevamente, la comunicación fue por redes sociales. Samuel anunciaba sus servicios como peluquero a domicilio, con todas las medidas de seguridad. Así pues, las sesiones comenzaron a llevarse a cabo en la casa de mi padre. He de confesar que cuando pasan los días y llega la hora del corte, es un deleite hablar con Samuel: la poesía en Puebla, los premios literarios, el fútbol, las generaciones de escritores, los gordos, la rancia socialité poblana. Y qué decir de su conocimiento sobre autoras y autores: Brenda Ríos, Federico Vite, Pepe Prado. A todos los hemos leído y de ellos hemos hablado (cabe aclarar que siempre para bien). Presentamos su poemario Casquete Corto en el hall virtual de la Biblioteca Central. Y personalmente tengo una deuda con él: presentar su libro Maracaná, 1950 en la prepa Emiliano Zapata, pues es un gusto compartir un lugar común».
***
Veo ahora que el camino de Samuel avanza entre dos paisajes. A la derecha, o tal vez a la izquierda, la literatura; del otro lado, los oficios. Ninguno es mayor que otro, pues tal y como él aceptaba, sería un error alejarse de la vida del trabajo.
—Para mí fue muy importante saber que, si yo no tengo nada que comer, puedo mezclar agua y harina y hacer pan. Esto fue una de las primeras cosas que aprendí cuando regresé de Ciudad de México. En otras palabras, retornar a los oficios, después de haber vivido cuatro años como escritor, o como yo creía que debía vivir un escritor, me enseñó a ser humilde otra vez, si es que lo había olvidado ya (…). Porque, claro, cuando eres escritor, te dedicas a platicar con puros amigos escritores que se pelearon porque no les dieron tal beca, porque no los reconocieron en tal medio, porque hicieron un artículo y no los nombraron. Entonces, inevitablemente, tú piensas: Pero ¡¿cómo que no me conocen?! Si yo soy muy importante, si yo gané tres becas, si yo obtuve tal premio. A eso me refiero con aprender a ser humilde otra vez.
Por supuesto, eso no quiere decir que no disfrute del chisme literario. En realidad, le gusta muchísimo, pues además, según recordaba Samuel, este había tenido su boom en el 2012, luego de que varios escritores como Federico Vite o Luis Felipe Lomelí vinieran a refugiarse a la maestría en literatura de la BUAP.
Para entonces, vagábamos sin rumbo fijo por las calles del centro. Como el bar cerraba temprano, habíamos tenido que apurar de un trago la taza de café, de ahí que, una vez afuera, decidiéramos ponernos a caminar.
Entretanto, Samuel me contaba de sus escritores favoritos. Hablaba de Amos Oz, de José Watanabe, pero también de escritoras contemporáneas como Lorena Huitrón o Brenda Ríos, la escritora viva favorita de Samuel.
—No sé qué es lo nuevo, porque ya no me da el tiempo para leer como antes. Aun así, si tuviera que decir unos nombres, sin duda mencionaría a Brenda Ríos. Brenda es mi escritora favorita viva, creo que eso diría. Pues además es una persona muy inteligente, muy cercana como a mí me gustaría escribir. Por supuesto, es innegable lo que está haciendo Mariana Enríquez o Cristina Rivera Garza, son escritoras muy talentosas, con un estilo muy definido, pero creo que también hay otras escritoras muy buenas y que quizá no tienen la misma popularidad. En ese sentido, creo que ellos constituyen buena parte de los escritores que me gusta leer. Leo con cierto prejuicio, me gusta leer a los de mi clase social.
Eran las diez de la noche. Ya no quedaba nadie en el centro, los locales se hallaban cerrados. Y aunque era cierto que estaban encendidas las farolas de luz, había partes del recorrido en los que, lentamente, sin darnos cuenta, nos engullía la oscuridad.
Tal vez entonces no lo pensé, pero ahora veo que el camino de Samuel también había sido así. Con sus luces y sus sombras, con sus momentos tiernos y felices, con sus momentos de confrontación. Mientras subíamos por la 2 Oriente, en dirección al Paseo Bravo, esta fue una de las últimas cosas que me contó:
—Para mí la CDMX fue una fiesta total, pero también donde aprendí muchísimo de lo que no soy. Como que hasta los treinta años yo hice todo lo que pudiera hacer para convertirme en escritor, en el escritor que quería ser, pero que al final nunca fui; iba conferencias, tomaba talleres, asistía a reuniones, primero acá en Puebla en la Casa del escritor, después en los espacios culturales de la CDMX (…). Sin embargo, lo que al final se me quedó muy grabado, y que de alguna manera me fracturó del grupo de la fundación, fue la vez que me dijeron: ‘Tú no puedes estar aquí, tú no perteneces aquí’. Estábamos en una fiesta y andábamos muy felices, pero de repente uno de mis compañeros me encaró y me dijo: ‘Tú no puedes estar aquí, tú no perteneces aquí’. Todavía ahora me pregunto por qué sucedió, no nos llevábamos mal, pero andando el tiempo lo tuve que reconocer. Yo no pertenecía a la vida literaria de allá. Por más que lo disfruté y tuve amigos y leí y escribí y aprendí muchas cosas, la ciudad que tanto amé nunca me recibió. Siempre hubo una barrera con el círculo literario de ahí, porque para entrar tienes que ser el más borracho, el más fiestero, o el más de algo para que te respeten. De lo contrario, eres otro más. Así que por mucho tiempo yo me la viví tratando de ser aceptado, y cuando finalmente comprendí que nunca iba a suceder, que yo era un escritor Poblano, con mayúsculas, eso sí, dejé de fingir lo que no soy.
De ahí que Samuel volviera a la ciudad de Puebla, de ahí que comenzara su peregrinaje por los oficios. Luego, bajo la dirección de Pepe Prado, publicaría Casquete Corto e inmediatamente después Maracaná, 1950. Aunque entretanto, tal y como él me contaba, también se convertiría en papá, en papá de Esther, eso sí.
***
Ha pasado un mes desde que empecé a escribir este perfil. No quiero ahondar en detalles, solo diré que escucho una canción que se llama Vickie, de Dualizm, que la casa está en silencio y hace sol, y que después de hacer este enorme recorrido de la mano de Samuel, me siento completamente renovado, con fuerzas para seguir tirando pa’lante, para no dejar de avanzar. Pues como él mismo dice en su poema ‘Messi anuncia su retiro de la selección tras perder otra final en penales’:
No sabemos perder pero tampoco
lo hemos perdido todo
Seguimos vivos
todavía
«Cada vez que platico con Samuel me quedo reflexionando sobre los temas que abordamos. Me gusta la charla que desarrolla: es una poética cotidiana, y eso lo enriquece más como poeta, porque lo hace ser un escritor con pluma auténtica, nada impostado. Es un poeta que se acerca al humor, a la ironía de manera aguda, sus pláticas son como escuchar a un panadero, a un cocinero(oficios que también ha desempeñado) o a un peluquero que tiene toda la experiencia del mundo. Creo que hay que buscar a Samuel por sus letras, sus poemarios, pero también hay que buscarlo para contar con el honor de su amistad». Óscar Alarcón.
Bryan Hernández es colaborador invitado*