El águila albinegra (Spizaetus melanoleucus) es una especie poco conocida y estudiada en México. Los científicos, por los pocos avistamientos del ave rapaz, incluso la han descrito como un “fantasma”.
ASTRID ARELLANO | Mongabay
El hallazgo del nido lo realizó un turista. Era marzo de 2020 y el visitante caminaba en la parte más alta de una montaña en plena Selva Lacandona, en el sureste de México, cuando miró hacia arriba y apuntó al refugio construido con largas y delgadas ramas encima de un árbol. Fiorella Ortíz, bióloga que lo acompañaba en el recorrido ecoturístico por el Área de Conservación Campamento Tamandúa, tomó sus binoculares y comprobó el descubrimiento. El ave que vio le resultó extraña. Entonces, le tomó una fotografía y la envió a sus colegas.
“Nosotros dijimos: es el águila albinegra (Spizaetus melanoleucus). ¡Paren todo, tenemos que estar ahí! Es el primer nido que se conoce en México”, recuerda emocionado Alan Monroy-Ojeda, ecólogo tropical y responsable científico de la Iniciativa Águila Harpía Mexicana, proyecto a cargo de las organizaciones Dimensión Natural y Natura Mexicana, dedicadas a la investigación de especies prioritarias, la protección de los ecosistemas que habitan y el empoderamiento de las comunidades que los rodean.
Además del águila albinegra, esta iniciativa investiga a otras cinco especies de aves rapaces neotropicales del país, todas ellas categorizadas como especies en peligro de extinción por la Norma Oficial Mexicana: águila harpía (Harpia harpyja), águila elegante (Spizaetus ornatus), águila tirana (Spizaetus tyrannus), águila crestada (Morphnus guianensis) y zopilote rey (Sarcoramphus papa).
“Se conocen más nidos activos de águila real (Aquila chrysaetos) en México, que los que se conocen para todo este grupo de águilas tropicales juntas. En cuanto a esfuerzos de conservación en el país, hay una desatención mayúscula con estas otras águilas”, asevera el científico.
Monroy-Ojeda viajó junto a Santiago Gibert Isern, director de Dimensión Natural y responsable de la documentación gráfica y científica del proyecto,al Área de Conservación Campamento Tamandúa, ubicada en el ejido Flor del Marqués, en el municipio de Marqués de Comillas, Chiapas, y una de las múltiples áreas en donde este equipo de científicos ha trabajado con las aves por más de diez años.
Con la ayuda de los integrantes del campamento cargaron madera y construyeron una plataforma a unos 30 metros de distancia del árbol que tenía el nido, para hacer el primer monitoreo. “Y así, medio escondidos, nos turnábamos entre Santiago y yo. Él se subía con su equipo fotográfico y documentaba. Luego me subía yo, para observar. Ambos estábamos registrando el comportamiento”, explica Monroy-Ojeda.
El águila albinegra “es como un fantasma”, dice el experto. En la literatura científica sólo se sabe de cuatro nidos más, ubicados en países como Brasil, Surinam y Panamá, lo que la convierte en una de las aves rapaces menos conocidas en todo el Neotrópico.
Los misterios del águila albinegra
Su mirada es profunda y penetrante. Su iris color amarillo encendido está enmarcado por un antifaz negro. “Si te le quedas viendo, sientes como que se te va a lanzar”, dice Monroy-Ojeda. El especialista explica que esta imponente ave —una depredadora superior o tope—, se alimenta de tucanes, palomas y perdices, así como de mamíferos, reptiles y anfibios que suele cazar con un espectacular clavado desde el aire.
“Tiene unas garras superpoderosas. Una de sus maneras para cazar es elevándose en el cielo, luego se detiene y se avienta en picada. De un ‘trancazo’ mata a los pájaros que anden arriba del dosel. Nos ha tocado verla cazar y es bastante espectacular”, describe con emoción el científico.
La normatividad mexicana la tiene catalogada como en Peligro de Extinción y, aunque la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la ubica como de Menor Preocupación, destaca una tendencia poblacional en declive.
De acuerdo con el Programa de Acción para la Conservación de las Especies (PACE) especializado en las Águilas Neotropicales y Zopilote Rey —que publicó la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), bajo la coordinación editorial de Dimensión Natural—, su distribución abarca desde México hasta el norte de Argentina, aunque es considerada rara y amenazada en muchos de los países. En México, se encuentra desde el sur de Veracruz y oriente de Oaxaca, así como en Tamaulipas, y un único registro en Nayarit. Sus bosques predilectos son los tropicales de baja altitud.
Las principales amenazas para esta especie tienen que ver con la fragmentación de su hábitat y la deforestación.Sin embargo, también existen otros peligros como la cacería furtiva, la sustracción de polluelos y huevos de los nidos para su venta en el comercio ilegal, e incluso la ingesta accidental de pesticidas a través de sus presas.
“Las amenazas son las mismas para todo este grupo de rapaces neotropicales, en las seis especies. La principal es la pérdida de masa forestal con el avance de la frontera agropecuaria”, explica Santiago Gibert Isern. Se tumba la selva, se quema y se convierte en potrero, agrega. “También está la tala ilegal y aquí ocurre algo muy particular: como los nidos de estas águilas siempre están en árboles emergentes —que sobresalen de la altura promedio del resto de la selva—, y que suelen ser los más grandes y los que tienen mayor diámetro, muchas veces la tala coincide con los árboles que usan las águilas”, comenta.
Según las conclusiones de los científicos, el águila albinegra solía anidar en una selva mexicana bastante extensa, pero que empezó a reducirse a un ritmo constante. “Y pues el águila se fue quedando allí [en el Área de Conservación Campamento Tamandúa, en la Selva Lacandona]. No sabemos cuántos años lleva esa pareja anidando, pero la selva sí se ha ido reduciendo. Esperamos que se pueda conservar como está o incluso revertir ese proceso”, agrega Monroy-Ojeda.
Los intentos por sobrevivir
El hallazgo del nido se hizo, precisamente, sobre un árbol emergente de unos 25 metros de altura, sobresaliente del dosel. Allí fue donde el equipo logró monitorear el comportamiento de la pareja de águilas albinegras que anidó durante tres años consecutivos en el mismo sitio y que, durante este 2023, lo está intentando de nuevo. Esta especie tiene por costumbre anidar anualmente en el mismo lugar, siempre y cuando este no sea alterado.
El primer intento de anidación registrado fue en marzo de 2020, con el avistamiento del turista. En ese momento los especialistas iniciaron su seguimiento y un proceso inmediato de formación para los guías del Campamento Tamandúa, en materia de monitoreo y vigilancia de las águilas. Ellos, que ya trabajaban en la zona con turismo de naturaleza, campamentos ecológicos y conservación, eran las personas indicadas para informar sobre la progresión del nido, debido a su amplio conocimiento del territorio. Sin embargo, en aquel momento el nido fracasó por motivos desconocidos.
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