Reúnen los mejores cuentos de ciencia ficción mexicana de 2023

mejores cuentos de ciencia ficción mexicana

¿Te has preguntado cuáles son los mejores cuentos de ciencia ficción mexicana? Entonces deberías conocer este proyecto.

MARIO GALEANA | @MarioGaleana_

Entre la primera antología de ciencia ficción mexicana de los noventa y la más reciente se ha alzado un mundo distinto. O muchos, incontables mundos, para ser precisos. 

Basta echar una mirada a Lo Mejor de la Ficción Mexicana 2023 para corroborarlo: las fronteras del género son más elásticas, los tropos se subvierten y la experiencia acumulada del futuro, ya convertido en pasado, ha refinado la mirada especulativa de los autores contemporáneos.

El escritor José Luis Ramírez, ganador del Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción en 1995, es testigo de la madurez del ecosistema literario del género en México. Si antes los autores se contaban por decenas, ahora lo hacen por cientos. “Quizá en esa competencia ha ocurrido una mejora, una calidad”, dice.

Ramírez es editor de la antología que promete haber reunido los mejores cuentos de ciencia ficción publicados en México el año pasado. Una selección que reúne a autores nacidos entre los setenta y los noventa: Gabriela Damián Miravete, Axel Lima Muñiz, Damián Neri, Adriana Letechipía, Jorge Guerrero de la Torre, Julio María Fernández Meza, Mical Karina García Reyes, Yuri Bautista, Ajedus Balcázar Padilla y el mismo Ramírez.

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Pero no lo ha hecho solo. La selección de los cuentos correspondió a Efraím Blanco, fundador del Festival de Literatura Fantástica y la editorial independiente Lengua de Diablo; Laura Elena Cáceres, editora e integrante del Seminario de Estéticas de la Ciencia Ficción; Marina Gavito, académica e investigadora; Miguel Ángel Fernández, uno de los investigadores más reconocidos de la ciencia ficción; y Federico Schaffler, uno de los primeros editores que se aventuró a realizar antologías del género. 

–¿Cómo se elige “lo mejor” de la ciencia ficción? ¿Es posible? ¿Es posible elegir “lo mejor” de cualquier cosa? Pensando, claro, en que se atraviesan un montón de variables, como la cuestión de dónde se publica, el alcance que se tiene, quién elige qué se publica, qué se premia en los concursos, etcétera.

Mi mayor preocupación era esa, quién puede decidir que es lo mejor. Es muy complicado. Lo que decidimos fue preguntarle a la gente en una encuesta abierta. Pero no hubo un consenso, en parte porque hay muchos cuentos, en parte porque la gente conocía uno o dos libros, uno o dos autores, y no tenía un panorama muy amplio. Hubo muchas nominaciones con demasiados votos. Entonces le preguntamos a las revistas directamente, aprovechando que conozco a los editores. Me sorprendió mucho que todos dijeron que no podían contestar en ese momento, que debían consultarlo con sus consejos editoriales. Al final escogieron 25 textos y llegamos a una preselección. ¿Cómo escogimos los mejores? Reunimos a seis escritores que calificaron cinco rubros de cada cuento. No sé si fue el mejor criterio de selección, pero al final no fue un trabajo de una sola persona. Hubo un consenso. 

–Ahora que mencionas a este grupo que fungió como jurado, me viene a la cabeza la tesis de doctorado de Víctor Carrancá, quien explica el desarrollo de la ciencia ficción como un sistema, es decir, un conjunto de relaciones y comunidades, un espacio de interacción entre personas interesadas en el género. Por ejemplo, el caso de la revista Crononauta, de Alejandro Jodorowsky, que terminó formando a una generación entera de escritores. ¿Por qué parece que, a diferencia de otros géneros literarios, la ciencia ficción se construye así, en comunidad, como sistema? 

–Coincido completamente con Víctor. Creo que no tenemos de otra, que históricamente así ha sido. Jodorowsky con Crononauta y compañía hicieron el primer club mexicano de ciencia ficción. Y después, muchos años después, en los ochenta, con el Premio Puebla se empezaron a formar otros grupos, como la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía. Supongo que ha ocurrido así porque la comunidad es pequeña, tendemos mucho a armar clusters, grupos locales. Si me preguntas cuál es la situación en este momento, podría mencionar lo que pasa en Puebla con Axel (Lima) y el blog de Ciencia Ficción en México, y Mariana Carvajal con el Círculo Sizigias. Pero lo mismo pasa en Pachuca con Espejo Humeante o en Ciudad de México con Anapoyesis, en Chiapas con Axioma. Tendemos a reunirnos y a hacer las cosas en grupo.  No creo que haya nadie que pueda decir: “soy un lobo solitario, edito, publico y saco todo por mi cuenta”. Las revistas están publicando a muchos autores y, en tu comunidad, terminas juntándote con ellos para hacer cosas. Así ha sido desde la segunda mitad del siglo pasado. 

–Ahora que te pusiste en contacto con estas revistas, que revisaste un gran número de cuentos, certámenes, libros, ¿cuál dirías que es el estado de salud de este sistema literario?

–Diría que en los últimos cinco años ha estado muy saludable. En el sitio web de ciencia ficción que administro, llevamos estadísticas de todo lo que se publica y vemos que hay más revistas activas, más editoriales independientes, más ediciones de autor y publicaciones electrónicas que nunca. Y por mucho. En los noventa me tocó vivir el boom de la ciencia ficción con el movimiento ciberpunk. Cuando mucho, éramos una veintena de autores que publicamos, a lo largo de toda esa década, alrededor de 2 mil 100 publicaciones. En lo que va de esta década ya hemos rebasado las 3 mil publicaciones y hay cientos de autores. Esos son los efectos de un sistema muy saludable, una nueva época dorada de la ciencia ficción. En los años cincuenta hubo alrededor de 200 publicaciones y 10 autores. En los noventa, para no borrar a nadie, digamos que eran 50 autores. Ahora son cientos, es un apogeo sin precedentes. Y eso sólo por hablar de literatura, porque aparte hay cine, teatro, comic…

–Parece, además, que hay un boom de la ciencia ficción en México y en muchos países de Hispanoamérica. Me llama la atención el caso de escritores que incursionan en el género, aunque no necesariamente hayan formado una carrera en la ciencia ficción o se asuman como escritores del género. ¿Percibes algo semejante?

–Estoy de acuerdo. Hay varios autores que no son cienciaficcioneros, no surgieron dentro del género sino que han experimentado con él, lo han utilizado como una herramienta para contar sus historias. Cada vez son más, aunque, en el caso de Yuri Herrera, él tiene varias publicaciones de ciencia ficción. Alberto Chimal, por ejemplo, acaba de sacar un par de novelas de ciencia ficción, aunque tradicionalmente lo consideremos más de fantasía o género fantástico. No sólo ocurre entre los hispanos; estoy pensando en Kazuo Ishiguro y su novela Klara y el Sol, que es de ciencia ficción. Además, cada vez más autores del género trabajan en las fronteras: no hablamos de distopías, robots o alienígenas, sino de una literatura que juega con el weird y con otros géneros. Creo que eso sucede porque la ciencia ficción no es tanto un subgénero de la literatura, sino más bien se ha convertido en una herramienta de la literatura actual para contar historias. En estos tiempos inmersos en la era tecnológica, es un lenguaje común. Y la ciencia ficción se ha vuelto parte de ese lenguaje común para contar historias. 

–Regresando a la selección de los cuentos, me parece muy interesante el comentario que Federico Schaffler realiza en el prólogo del libro, en donde explica que en los años noventa, cuando se hacían algunas de las primeras antologías de ciencia ficción, los criterios de selección eran mucho más laxos. 

–Lo dice muy bien y, si me preguntas, en mi experiencia personal como editor y autor me quitó las palabras de la boca. En los noventa y los ochenta, incluso a principios de los dos mil, lo que queríamos era publicar, que se conocieran los autores, las historias, que el subgénero trascendiera del grupo, del gremio. Eso fue lo que paso con Schaffler en Más allá de lo imaginado. Lo dice él: nos interesaba difundirla, publicar y que se conocieran los trabajos. 

En mi experiencia, te puedo decir que con Fractal, el fanzine del Tec de Puebla que editamos Gerardo Sifuentes, Caín Kuri y yo, decidimos publicar todo lo que nos llegaba. Teníamos criterios mínimos, como la condición de que no tuviera faltas de ortografía o cuestiones parecidas. Creo que Schaffler hacía lo mismo con Umbrales, aunque no puedo hablar por él. Umbrales fue una revista con más de 50 números que publicó a 500 autores, la más grande que hemos tenido en México. Ahora, publicar a alguien bajo estos criterios tan laxos ya no cabe. Porque al final de cuentas se compite en un mercado editorial. No vale decir: “tuve una idea chabacana o divertida” cuando compites con Chimal, Kashuo o Yuri Herrera en el escaparate. Se requiere más argumento, más originalidad, más técnica. En el pasado podías publicar y ser destacado entre los 20 o 30 escritores que existían. Hoy ya no. Se necesita calidad. 

–Otra cosa que Schaffler sostiene es precisamente que hay más calidad. ¿Crees que los escritores actuales han pasado por un proceso de profesionalización o se debe a la competencia en el mercado editorial? ¿O quizá un poco de ambas?

–Me encantaría decirte que ha sido profesionalización, es una de las razones por las que hago las cosas que hago. Porque tenemos que profesionalizar el género, salirnos de la tendencia del microrrelato, de las que son ocurrencias literarias o participaciones breves. Cualquiera puede tener un momento de inspiración y tener un resultado breve, pero no cualquiera tiene la disciplina para escribir una novela, la antología, un libro de cuentos. Me encantaría decir que es una cuestión de profesionalización. No sé si obedezca al mercado, porque no competimos en las mismas circunstancias que los premios Nobel o los best seller. Creo que ha sido más bien una coyuntura. ¿Cómo pongo mi libro en el aparador de novedades? ¿Cómo hago para que se publiquen más de 100 ejemplares? Es cierto que eso sí podría responder al mercado, porque queremos tener más lectores, ofrecer historias novedosas, competir contra lo que sale en internet, contra las casas editoriales que vomitan toda la ciencia ficción anglosajona. Quizá en esa competencia ha ocurrido una mejora, una calidad. Voy a plantearlo en términos darwinistas: la supervivencia nos ha hecho evolucionar. 

–Solía decirse que, a diferencia de los países occidentales, en México no se produce tecnología, sino que se sufre, y que eso modificaba el sustrato de la literatura del género. Pero dejando de lado estos lugares comunes, ¿es posible pensar en una ciencia ficción mexicana? En el libro, por ejemplo, hay muchos temas que no necesariamente responden al contexto nacional.

–Creo que para que sea ciencia ficción mexicana sólo tiene que estar hechas por mexicanismo, sin tratar mexicanismos o temas correspondientes al nacionalismo. Para precisarlo mejor: la ciencia ficción mexicana sólo debe tener elementos de especulación y ser hecha por mexicanos. Migrantes, nacionalizados, etcétera, pero mexicanos. ¿Y qué temas trataría? Los temas de la literatura universal. La ciencia ficción nunca ha hablado de ciencia  y tecnología, sino de la extrapolación y del reflejo de hacia dónde creemos que nos va a llevar el uso o aplicación de ciertas tecnologías. No hacemos difusión ni pedagogía ni exaltación de la ciencia, como lo hacía el modernismo, estamos contando historias que nos pasan a nosotros. 

Además, en México se hace mucha investigación. Hay investigadores que han ganado el Nobel, gente que hace ciencia de frontera. Creo que el detalle es que no se difunde. En esta edición, en este libro, hay textos de ciencia ficción dura, como el texto de Gabriela Damián, que está escrito en un lenguaje geológico. Es un ejercicio bellísimo sobre cómo utilizar la ciencia como metáfora para situaciones muy personales. O el texto de Julio María Fernández, un cuento weird donde trabaja con biología y posee todo un bagaje científico que sirve como puesta en escena para contar la historia. Claro, no se trata de que los textos deban ser correctos de manera científica. La prueba es el viaje en el tiempo, que es imposible, pero que ha sido uno de los tropos de la ciencia ficción desde el principio. Sólo debe haber un razonamiento científico para ratificar el elemento fantástico de la historia. Todo esto rompe el paradigma de que si no se hace ciencia en tu país no puedes escribir sobre ciencia. Porque las leyes de la física son iguales en México que en cualquier otro país. 

–¿Crees que en la antología Lo Mejor de la Ciencia Ficción Mexicana 2023 hay temas comunes, temas que cruzan todos los cuentos seleccionados?  

–Son temas disímiles, no hay más de dos historias que vayan sobre lo mismo, que partan sobre la misma raíz, o de los tropos tradicionales de alienígenas, distopías, naves espaciales. Uno de los factores que se calificó durante la selección fue la innovación y eso hizo que los cuentos fueran muy originales, en el sentido de que plantean propuestas que no se ven tradicionalmente en la ciencia ficción. La anomalía Shiva, de Ajedsus Balcázar, plantea la aparición de portales que aparecen y los elementos mexicanos están presentes entre los científicos. La madre sumergida, de Yuri Bautista, es una mezcla de weird con horror cósmico que plantea una relación entre madre e Hijo. En El lenguaje olvidado, de Gabriela Damián, se utiliza el lenguaje geológico para abordar el trauma y el crecimiento, y creo que podría considerarse una nueva forma de escribir. Biofilia, de Julio María Fernández, es un cuento escrito en clave de funcología, una historia de amistad y de traición. El valor de una cresta pufuthea, de Mical Karina García, es un relato de aceptación sobre el cuerpo y el ser, pero puesto en un escenario rarísimo, en donde no se sabe si la protagonista es una planta, un alienígena, una salamandra o un insecto.

Calabozo de 256 pantallas, de Jorge Guerrero, es una microficción que me encanta, no podría decir si es cyberpunk, pero es un cuento sobre la paranoia y el encierro. Los herederos, de Adriana Letechipía, aborda la llegada de un grupo de extraterrestres que vienen y se quedan en la tierra, aunque en realidad es una historia de resiliencia. Implante obligatorio, de Axel Lima, es una obra cyberpunk con muchos mexicanismos, una coyuntura entre la narcocultura y los sistemas de justicia, que no es pronta ni expedita, un retrato brutal del México de hoy. El rostro de Dios, de Damián Neri, es un cuento maravilloso de ciencia ficción dura, rara, un relato introspectivo que incluye la aparición de extraterrestres y de astronautas que también son sacerdotes de distintas religiones. Espuma cuántica, mi cuento que el jurado decidió incluir en la antología, aborda el luto y la pandemia de covid, pero es más que nada un ejercicio sobre cómo manejar la nada, el vacío, cuando tu posición es completamente física, sin dar lugar a la metafísica o a la religión.

Si tuviera que resumir el libro diría que no puedo decir exactamente de qué van, tienen que leerse, porque mi interpretación difiere de lo que podría captar otro lector. Pero son cuentos novedosos, alejados de las historias de acción hollywoodense. 

–Es interesante que la mayoría de los autores nacieron entre los ochenta y los noventa, son millennials. ¿Ves alguna clave en esa generación?

–Sí, y curiosamente no están haciendo sus primeras publicaciones, en realidad han publicado mucho recientemente. Sí veo que hay un florecimiento, que están encontrando su mejor momento, madurando mucho como escritores. Han leído a muchos autores que aparecen en las mismas publicaciones que ellos, o en publicaciones en donde a ellos los han rechazado. Pero eso los ha hecho madurar muy rápido en términos literarios y de autoría. El resto ya tenemos una trayectoria un poco más grande, para no decir que somos más viejos. 

El libro Lo Mejor de la Ciencia Ficción Mexicana 2023 puede ser adquirido en Amazon o a través de José Luis Ramírez. 

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