En Atlimeyaya, Puebla, los avistamientos OVNI son más que anécdotas; son parte de la identidad del pueblo. Esta crónica nos lleva en un viaje al famoso “Monumento El Ovni”, recogiendo testimonios de encuentros cercanos que abarcan décadas. Un lugar donde el misterio se ha convertido en folclor, turismo y parte del paisaje cotidiano.
Elda Juárez
Para Abi y Stayku
Desde antes que estuviera instalado el ovni, ahí en el cerro había avistamientos. Era común aquí en el pueblo ir a verlos, a veces teníamos suerte y a veces no, pero seguíamos yendo, dice Leti, que nació cerca de Metepec en Atlixco, en el estado de Puebla, y ha visto en el principio del milenio la llegada de la escultura del Objeto Volador no Identificado que hoy se llama simplemente el OVNI de Atlimeyaya.
La vez que supe de la existencia de los ovnis fue en 2004, estábamos en la casa tomando el fresco. A lo lejos en el cielo se veía una bola roja que flotaba en el cielo, entre nosotros nos preguntamos ¿qué es?, ¿a qué se parece? Pasó una hora ahí sin hacer ningún movimiento. En cuanto cayó la noche alguien estaba intentando enfocarla con reflectores. De pronto llegó otra bola idéntica. Permaneció unos minutos ahí, de frente, brillando a lo alto, parecía que se comunicaban. En cuestión de segundos desaparecieron, una primero y la otra detrás, sin dejar rastro; momentos después la luz humana que venía de abajo también se apagó.
El fenómeno Ovni se transmitía en televisión abierta en el programa T3rcer Milenio. Los domingos escuchábamos historias sobre la posibilidad de la existencia de vida en otros planetas, contadas por la voz nasal de Jaime Maussan. Mostraba imágenes pixeladas o vídeos difuminados de los objetos que dejaban casi todo a la imaginación.
Me enteré luego que había un ovni aterrizado cerca de Atlixco o había sido donado por la Universidad Autónoma de Puebla y montada hasta la punta por un grupo aficionados del fenómeno. Desde el año 92 del siglo XX se registraron visitas de objetos lejanos que parecían naves que no fueron ignoradas. Ante eso un grupo de aficionados a la Ufología encabezados por el ingeniero Norberto Gil Salgado, empezaron a gestionar ese espacio para documentar y hacer patente para los demás la presencia de objetos voladores. A este lugar se le conoce ahora como “Monumento El Ovni”.

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Era diciembre, no sé si el año 96 o 97, ajá. Venimos a una posada aquí en la colonia, en ese tiempo no vivía aquí, me dice Alex desde su sofá. Estábamos echando la cascarita en la privada con mis primos hasta que llegó el momento en que me cansé, todo sudado me fui a la banca.
Veo a lo lejos una luz, pensé “es un avión”, parpadeaba, pero cuando se va acercando digo “no, eso no es un avión”. Yo tenía 10 años, ajá, a esa edad ya sabes distinguir las cosas en el cielo, sabes que existen cosas extrañas, alimentadas por las leyendas urbanas que estaban en apogeo.
Estoy recostado y veo que se acerca más la luz. Se detiene. Tenía al centro un foquito que parpadeaba. Les grito a mis primos que vean, pero no me pelan; es que esa cosa no hacía ruido como los aviones, no había nada de ruido, ajá, estaba suspendido arriba de nosotros. Pasan unos segundos, la lámpara central se apaga y se empiezan a prender luces a su alrededor, tiene la forma de un huevo estrellado. Quedé paralizado, el tamaño del platillo era de dos autobuses, en un instante se movió desapareciendo.
La ruta
Quedamos de vernos en la central donde salen los camiones hacia Atlixco, para llegar a nuestro destino teníamos que abordar dos naves terrestres más. Kal me iba a guiar en la ruta, atravesó su infancia en Atlixco, hasta que salió de allá para estudiar la universidad en Puebla. Llegamos al primer destino, bajamos buscando en algún puesto de la calle o en el mercado tamales de cominos, pero ya se habían acabado. Al paso armamos unos tlacoyos con forma oval rellenos de frijoles que sobresalían de nuestras manos. Luego dimos varias vueltas buscando el camión que nos llevaría hasta Atlimeyaya.
Cada dos calles encontramos paradas de combis o camiones que van a diferentes comunidades, sus letreros fluorescentes arrojan destinos, pero ninguno es el nuestro. Vamos a tomar este que nos acerca, dice Kal, nos trepamos con esa prisa que solo tiene quien es de fueras. El camión se va parando, espera a que lo alcancen pacientemente, nos mece en dos compases o más sobre la carretera de tierra con piedras.
El recorrido es corto, por las ventanas en la serranía se alcanzan a ver cascos de viejas fábricas textiles que tuvieron su esplendor a mediados del siglo pasado. Llegamos cerca del paradero de la Antigua fábrica de Metepec, hoy centro vacacional. Nos asomamos para encontrar la combi, pero no aparece, acordamos pedir un viaje por una aplicación que tardará unos minutos en llegar. Mientras, caminamos cerca. En el negocio informal conviven nieves, salvavidas, trajes de baño, ropa bordada por mujeres atlixquenses, tiendas, memelas. El lugar tiene la denominación de “Pueblo mágico”, que ha terminado por unificar rasgos en los pueblos a los que les ha caído esa maldición o bendición, usted juzgará.
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En el pueblo entre las montañas y el río vimos un conjunto de bolas todas juntas, sí, encontramos a uno de los compas bien clavado mirando, no le decimos nada, volteamos a ver y nos quedamos bien concentrados, uno de ellos reacciona, trae las llaves de la camioneta. Se suben unos, yo le corrí al río con otros, ya cuando reaccionamos se habían movido las bolas flotantes. Contamos lo que nos pasó al día siguiente, así como ahorita, en corto, porque nos habíamos echado unos alcoholes, ¿quién se va a confiar de unos borrachos? Total, le platicamos a otros camaradas, para nuestra sorpresa nos dicen “¿ustedes también lo vieron?”.
Esa noche fue la fiesta del pueblo atrás del cerro, estos amigos tocaban en un grupo musical que la amenizó. El bataco nos dice que se quedó viendo esa bola y siguió tocando, pero pensaba ¿qué es eso?, la banda empezó a ver las luces y entre ellos empezaron a hacerse caras. Allá las vimos más altas, doradas, bonitas, más lejanas, como medusas.

El aterrizaje
Avanzamos por la subida desde donde se empieza a ver el ovni, me emocioné. Iba con la esperanza de encontrar un ovni o un extraterrestre, tener un golpe de suerte. Es un camino en alto hasta la cima, al entrar te recibe la placa que se colocó en el año 2000 cuando se fundó el monumento al Ovni, aparecen los nombres de quienes gestionaron el espacio para poner la obra de arte (antes tanque de agua) en forma de ovni creada por el escultor Ricardo Vivar.
Al lado ves extraterrestres sentados en sillas altas esperando su caguama o michelada, retumban los corridos de una carpa, de la otra. ¡Pásele, pásele! Tenemos memelas, quesadillas, cerveza, azulitos, pásele, nos gritan desde la carpa de “Piñas El Ovni del güero” o “El ovni”, la carpa que está al centro. Es el medio día y los visitantes escalan hasta la punta, desde la mitad del camino se asoma imponente la nave, poco a poco la empezamos a rodear, esperando que se prenda.
Llegamos al Ovni, está hueco por dentro, no hace ruido, tal y como lo cuentan otros tantos que han visto ovnis y nos cuentan su historia. La estructura está recién pintada de plateado brillante, alrededor hay personas sacándose fotos, invocando a los marcianos a que vengan para registrar un vídeo morboso y se vuelva viral. Cerca del platillo está un chavo con ojos rasgados que no se despega de su mamá, ella lo anima a que se integre con los demás que lo ven con extrañeza; el síndrome de Down sigue siendo en el siglo XXI un tabú.
Se ha documentado que en las zonas en las que se ha dado un avistamiento ovni cuentan con cuatro características constantes: la primera es que exista presencia de agua, segunda que tenga cerca montañas o volcanes, la tercera que cuente con un pasado de asentamientos humanos y, por último, que tenga vista abierta del cielo. El Ovni de Atlimeyaya cumple con las cuatro.
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A mí me tocaron los del año 92, íbamos cerca de aquí con un compa que vivía cerca de Cacaxtla, aquí en Puebla. Ya hasta los tenían cronometrados, dice Nereo. Le pregunto ¿A quiénes? Pues a las naves, me responde. Acá, cuando daban las 11:02 de la noche, se iluminaba algo cerca del aeropuerto, se levantaba y en ángulo recto flotaba, se veía cómo pasaba a mover los arbolitos. Llevaba una velocidad constante, seguía y se perdía hasta más o menos Atlixco. Salía de él, una lucesota, las de los aviones se veían opacas en comparación a estas, ni los reflectores del aeropuerto se igualaban. Por supuesto que no era un avión, lo superaba en brillo y en velocidad.
En la ida se tardaba acá, un minuto más o menos, pero de regreso eran segundos y se volvía a meter al volcán. Mi amigo, continúa Nereo, sabía más o menos por dónde era que salía, agarramos su camioneta en la noche, a medio camino había militares que nos preguntaron:
– ¿A dónde van?
-Aquí adelantito.
-Nada, aquí no puede pasar nadie.
Yo creo que sabían, todos sabían nada más que nadie decía nada. Un año estuvieron así esas luces yendo y viniendo. Ahora puedes ubicar el lugar donde eso pasaba, está cerca de la autopista, en el outlet. En ese tiempo salió acá el “ovnibus”, era un camión que iba de Atlixco a Cacaxtla, se paraba en la explanada y todo mundo diciendo “ya viene” y “ya viene de regreso” el objeto volador. El camión llegaba a la hora que aparecían estas luces, un tiempo cerquita de ahí se empezó a hacer vendimia de comida, fiesta, relajo, ya sabes cómo es la gente. Hasta que lo de las luces se apagó.

El descenso
A un costado del ovni de Atlimeyaya pasa una pequeña cascada corriente de agua, baja con fuerza y se puede escuchar a unos pasos. Nos acercamos a tocarla, está fría. De frente están a la vista los cerros y más al fondo el Popocatépetl, el volcán activo que está en Cholula, Puebla. La gente vuela papalotes, ríe, toma fotos, vídeos, echa novio, ahora es lugar turístico que atrae a un buen número de visitantes los domingos.
Bajamos para aterrizar en los antojitos de la carpa “El ovni”, nos recibe un joven: “si quieren les tomó una foto con el marciano” nos reímos en señal de aceptación. Llega primero la caguama y lueguito echando humo las memelas. En la carpa de un lado se prepara para el show del marciano local, junto con su pareja venden recuerdos para la ocasión. Él se ha montado un traje guango gris claro, tenis blancos, guantes con tres dedos, una bolsa para que eches las propinas. Le da indicación de los precios a su esposa que maniobra con una bebé en los brazos mientras su otra hija da sus primeros pasos en territorio extraterrestre.
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En mi casa en Iguala, Guerrero, durante mi infancia era recurrente ver estrellas, así como luces que palpitaban hasta desaparecer. Las que yo había visto eran distintas, objetos voladores que se pierden en la inmensidad de la noche. La vez que los vi fue cuando salió el libro que cerró la saga de Harry Potter, mis amigos y yo teníamos un grupo en torno al Mago e hicimos un evento en una librería que se acababa de inaugurar. Como éramos organizadores salimos más tarde, atravesamos la plaza para salir al otro lado que estaba baldío del lado de la vía Atlixcayotl, no existían los edificios del Centro Integral de Servicios, ni casas, por eso estaba muy obscuro.
Caminamos para tomar el transporte, alzamos las miradas al cielo y vemos una formación de luces, cuatro o cinco formadas en una línea, ahí fue cuando empezamos a decir son aviones, no es la antena de tal lugar, son las estrellas, aunque las estrellas se veían más altas, estas luces estaban suspendidas, pero no se movían y eran mucho más grandes que un avión. Se empiezan a mover para cambiar la formación quedando como un triángulo quedando tres arriba y una abajo o dos abajo, parecía que se estaban comunicando o planeando algo. Ahí se me erizó la piel, nos asustamos, esto ya no es algo que tu mente pueda descifrar o explicarte. Las bolas restantes se apagaron o se fueron, ya no nos quedamos a ver, del miedo empezamos a correr hacia donde pasaba el camión.
El registro
Pásele, lo que guste, nos dice la joven mujer desde el fondo de su carpa que exhibe playeras, máscaras, ovnis tejidos, marcianos de tamaños diversos. “Ya ve que sí regresé”, le digo, al inicio pregunté los precios para calcular para qué souvenir me alcanzaba. Se acerca el extraterrestre, se quita los guantes para señalarme los precios de una especie de tarro malhecho que compré.
Mientras se pone la máscara le digo “¿me puedo sacar una foto contigo, en cuánto está?”. Diez pesos, musita ya con la máscara puesta, diez pesos le digo para cerciorarme que sea eso y no cien, sí, me dice con la cabeza. Kal dispara la luz brillante desde el celular, vente le dice a ella, les regalo una foto. Ni lo pensamos, le entrega el artefacto a la joven que inmortalizará nuestra llegada a la galaxia donde se encuentra varado un ovni y sellamos nuestra amistad con el extraterrestre.
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En ese punto nos paramos mi novia y yo para destapar una caguama, pasando el ovni, ella me dice “mira se me hace que ahí hay gente con un dron”, después el objeto volador se acercó más y tenía lucecitas a su alrededor, era como un huevo estrellado. Lo fuimos siguiendo para tomarle una foto, pero cuando estábamos más cerca se fue y ya no pudimos.
Al siguiente mes fuimos a la cascada que está más adelante del Ovni de Atlimeyaya. Nos metimos caminando hacia la cascada porque nos queríamos tomar una foto, le digo a mi novia “súbete hasta arriba para que te tome la foto”, y ahí en la punta de la cascada estaba un ovni en forma de huevo, no sé si era el mismo o era otro, cuando intenté enfocarlo con el celular se fue.
“Aunque más antes a mí me habían llevado, fue en la pandemia”, cuenta Fernando mientras se acaricia su barba. “Al llegar a casa en la noche metí la moto a, después me acosté a dormir, de repente abrí los ojos y ya iba arriba de mi casa flotando, vi el techo y dije, ¡ora! Había una lucesota grandota, dije ´yo no quiero ir porque me da miedo´, algo en mi cabeza me dijo ´no te preocupes, aquí se te va a quitar el miedo´. Yo le temo a las alturas, por eso seguía pensando mientras subía ´no quiero ir, no quiero ir´, no me daba miedo ir allá con ellos, sino la altura, porque estaba bien alto, pero me volvieron a decir en mi cabeza ´aquí se te va a quitar´. De ahí no recuerdo nada hasta que me bajan otra vez. Ora, cuando abrí los ojos ya estaba en mi cama. Ahora me subo al teleférico sin miedo, así a cosas altas, a lo mejor me curaron, no sé.”
La huida
Caminamos para encontrar el punto Marconi, ese lugar que tiene una variación en grados que provoca la ilusión óptica en los automóviles, da la impresión de estar subiendo en lugar de bajar. Queríamos llegar ahí así que empezamos a caminar por la carretera, que es estrecha para que pasen autos en ambos sentidos sin tener espacio para caminantes. Nos íbamos metiendo a los sembradíos que están al lado de la carretera. Al final decidimos no llegar, en esa semana fueron días lluviosos y entre las enredaderas del pastor que es una especie de pasto más grueso, que llena todo el rededor del Ovni, además del lodo y los chapulines, no resultaba fácil caminar por ahí.
Correteamos la combi que nos llevaría de regreso al centro de Atlixco, pasamos al fondo abducidos por este transporte que no daba tregua, entre más gente se amontonara más subía. De regreso vi la forma de naves ovnis en todos lados, en el sombrero de la señora que llevaba dos botes llenos de comida, los ladrillos de construcciones que sellaban con un tipo estrella al centro, los cascos de fábricas abandonadas, así hasta llegar a nuestro destino.
De regreso a Puebla apareció una tienda que vende todo para andar high con materia verde. “The ship”, que tiene como imagen a un extraterrestre mariguano, en esta fusión retomo la conclusión de Don Pedro Ferriz “que los ovnis existen, pero no sabemos qué son”. Ya sin buscarlos en el camino seguían apareciendo guiños al fenómeno por todas partes, no hace falta hacerles propaganda, el fenómeno ovni sigue vivo.
Elda Juárez (Puebla, 1987) es historiadora, docente y cronista. Obtuvo mención honorífica en el 5º Gran Premio Nacional de Periodismo Gonzo. Publicó el cuento “Paralelas” en el libro “Puedo ser bien perra” editado por Marvin. Participó con el texto “La tonada de Julia” en el libro `Escritura de arena y otros cuentos editado por la Secretaría de cultura de Puebla. Así como la crónica “La Terminal, Cantina” en la antología `Últimos tragos. De cantinas, abrevaderos y borracherías´. Ha participado en presentaciones de libros, talleres y charlas en torno a la crónica y literatura