Tener voz y participación es una enfermedad para el sistema y por eso los repelen [...] Su muerte tal vez quede impune, pero fortalece los corazones de todos los subversivos que creemos en un mundo justo y que tenemos otros parámetros de desarrollo.
Por Gabriela Di Lauro / @GabyDiLauro
Luchar contra un parque eólico, una mina a cielo abierto, una hidroeléctrica, el fracking o cualquier otro proyecto que atente contra la naturaleza o territorios de pueblos indígenas, no es oponerse al desarrollo.
El presidente Truman utilizó por primera vez el concepto de subdesarrollo en un discurso de 1949, en él se refirió a todos los países que no tenían los estándares de desarrollo que los Estados Unidos habían alcanzado hasta ese momento. La teoría de la modernidad así como la teoría de la difusión, junto con acuerdos económicos encabezados por el Banco Mundial, coadyuvaron en la tarea de ayudarle a los países pobres a alcanzar los parámetros que los colocarían en un futuro en una mejor condición de vida. Desarrollo, entonces, consiste para las corporaciones y los gobiernos que todos los pueblos tengan una vida semejante a la de los pueblos “desarrollados”.
Los principios que rigen a los gobiernos y a los planes de desarrollo muy lejos están de considerar los que para ellos son los “pequeños detalles”: el cuidado por la tierra, el respeto a las tradiciones, la salud, las zonas sagradas, los modos tradicionales y milenarios de autogobierno, el trabajo con las plantas, el agua y un largo etcétera.
Existe una línea invisible que divide el norte del sur (y a su vez hay norte y sur dentro de cada región) en donde el desarrollo está –literalmente- por encima del subdesarrollo. Dicho de otra manera: el desarrollo de una región implica, necesariamente, el subdesarrollo de otra.
Así es como la promesa de bienestar no ha llegado, se ha obligado a los pueblos a desaprender su idioma, su lógica de relaciones, su gobernanza. Vivimos justamente ese momento de desilusión en la que los mayores continúan preguntándose dónde quedó la felicidad prometida, donde mi generación no tiene ese bienestar que prometía una carrera universitaria y los jóvenes no tienen referente de bien estar (así, separado: bien estar con la tierra, bien estar con sus semejantes, bien estar con ellos mismos).
Los gobiernos latinoamericanos han empeñado el futuro de sus países con deudas millonarias con el Banco Mundial y los tratados internacionales de comercio que van más allá de una apertura de fronteras para el paso e intercambio de mercancías. Los países latinoamericanos, México uno de ellos, han concesionado enormes extensiones de su territorio a las industrias extractivas extranjeras (canadienses y estadunidenses en la mayoría de los casos).
Concesionar significa darle permiso a esa empresa para apropiarse de la tierra y del agua para beneficio de sus propios intereses. El hombre ha perdido la capacidad de decidir sobre su propio destino, su voluntad ha sido vendida de igual manera por dos vías. La primera, la más evidente, la de poder elegir qué, cómo y cuándo comprar. Sus necesidades han sido creadas por los medios y por un estilo de vida que le obliga a trabajar para tener, desechar, seguir trabajando, volver a tener, desechar; la libertad de tránsito está regulada por el diseño urbano; el acceso a los derechos fundamentales recogidos en la Constitución son sólo un sueño. La segunda, la menos obvia para quienes viven en las ciudades, la del derecho a decidir qué, cómo, cuándo y cuánto sembrar, cómo organizarse en comunidad… alguien ha venido a decirles qué es lo mejor para ellos, ha sido domesticado.
Pero cuando el hombre ha sido tocado por la conciencia, cuando se reconoce dueño de su destino, ser pensante capaz de tomar decisiones y defender lo suyo levantando la voz, entonces se convierte en enemigo del Estado porque se opone al desarrollo, porque amenaza los intereses de una democracia ficticia.
Paulo Freire, en La educación como práctica de la libertad (1969), se refiere a los defensores de la libertad como los subversivos “porque amenazan el orden”. Tener voz y participación es una enfermedad para el sistema y por eso los repelen. No es el estado hondureño con un arma matando a Berta Cáceres, es el estado hondureño y las transnacionales entrando de madrugada a la casa de Berta a callar una voz de lucha.
La muerte de Berta se suma a la de muchos otros luchadores indígenas alrededor del mundo que defienden tierra, agua y libertad; su muerte tal vez quede impune, pero fortalece los corazones de todos los subversivos que creemos en un mundo justo y que tenemos otros parámetros de desarrollo.