GUADALUPE JUÁREZ | @LupJMendez
Corría la segunda mitad del Siglo XVII en la ciudad de Puebla cuando la mitad de sus habitantes murió de tifo.
La pobreza, el hambre y la falta de agua aquejaban a sus pobladores, sobre todo a los más pobres, a los que vivían en los barrios fuera de las calles perfectamente trazadas, y ellos fueron las principales víctimas de la enfermedad, la misma que años antes mató a ejércitos enteros alrededor del mundo.
La tifo, al igual que otras enfermedades, llegó a suelo latinoamericano desde Europa, ligada a las ratas, a la falta de higiene y a un piojo que era el vector transmisor, pero que en ese momento los enfermos no tenían idea de cómo se contagiaban.
La tifo es la enfermedad más mortal para los habitantes de la ciudad en la historia, afirma Miguel Ángel Cuenya, historiador e investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla durante una plática virtual organizada por el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (IMACP), en la que analiza cada una de las epidemias que sufrió el municipio y su impacto.
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Y sí, la tifo –la más peligrosa— volvería a matar a más poblanos años después.
Ocurrió en 1812, en medio del movimiento de Independencia, cuando una ciudad conservadora como Puebla temía a la llegada del cura Miguel Hidalgo y trataba de protegerse con trincheras para evitarlo.
Esas barreras y el miedo a las tropas del cura no fueron suficientes para frenar la tifo que ocasionó que murieran 5 mil 682 personas, 9.5 por ciento de la ciudad, 70 por ciento de ellos indígenas.
“Como siempre, los más pobres fueron los más afectados porque vivían sin ningún tipo de ventilación, con pisos de tierra y lógicamente todos se contagiaron y no se sabía cómo”, expone el autor del libro Salud, enfermedad y muerte en la ciudad de Puebla: de la independencia a la Revolución.
Desde esa fecha, Puebla sería sitiada hasta en 11 ocasiones por conflictos militares. Así, con las guerras a cuestas, en 1833 el cólera mataría a 3 mil 49 poblanos… aunque en esa ocasión no sólo murieron los más pobres.
Entre los fallecidos estaba el gobernador de Puebla, Patricio Furlong, sepultado en el templo de San Javier.
En ese lapso, en Puebla había 40 mil habitantes y sólo 26 médicos para atenderlos. Las medidas para evitar contagiarse consistían en barrer las calles hasta dos veces al día y prender fogatas en las esquinas.
A los enfermos ya les decían que el agua tenían que hervirla, aunque todavía se desconocía cómo se contagiaban; había medicinas para aminorar los calambres intestinales y tratamientos con peyotes y hasta opio para infusiones. También hay registro de las primeras cartillas médicas que daban a la población.
En 1847 se registrarían más casos de tifo en la ciudad, pero que no fueron tan significativos, aunque tres años después regresaría el cólera. Y las muertes desbordarían el panteón de San Javier.
Las epidemias disminuyeron durante el porfiriato, pero en 1915, después de la Revolución Mexicana, la tifo regresaría a la ciudad de Puebla.
Esta vez había 100 mil habitantes propensos al contagio, pero un médico para atender a cada mil 130 de ellos, baños públicos y 10 hospitales, circunstancias “mejores” en las que murieron 2 mil 75 personas. De nuevo, los más pobres eran los más afectados.
En 1918 otra epidemia azotó la ciudad: la influenza, que lo más cercano a lo que se vive ahora —asegura el investigador— al ser una aflicción pulmonar.
El ayuntamiento tenía problemas con el gobierno estatal, pero la diferencia la haría una comisión central de caridad, conformada por comerciantes, estudiantes de medicinas y otros actores que juntaron dinero, consiguieron medicinas y habilitaron más hospitales.
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La influenza en esa época cobró la vida de dos mil personas, cifra menor al representar el 2 por ciento de su población, a comparación de la mortalidad del 6.5 por ciento en municipios como Chignahuapan, Teziutlán o Tecamachalco. Una victoria ganada a la muerte que se extendió a San Pedro y San Andrés Cholula.
Ese es el virulento recorrido en la historia de Puebla hasta el Covid-19: la pandemia más mortífera en el mundo del último siglo.
Fotografía de portada: François Aubert.