Por Obed Ruiz/ @ObedRuizGuerra
No importa de qué tipo, una pasión nunca es equiparable. De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera es como empieza “Sin embargo”, una de las canciones más conocidas del afamado cantautor Joaquín Sabina, un hombre que no solamente profesa amor por la música, también lo hace por el futbol y principalmente, por el Atlético de Madrid, equipo al que le compuso el himno del centenario.
Bien dice Juan Villoro que un hombre primero es capaz de cambiar de patria, dejar a sus padres, su casa y su mujer antes que cambiar de camiseta, una premisa que el español entiende a la perfección y a la que podrían adaptarse los versos de la canción mencionada poniendo el nombre de algún equipo al final.
El personaje que se ha ganado el cariño y el respeto de su público con letras capaces de llegar hasta el fondo de los pechos más fríos, ha señalado y refrendado su afición por el Atleti en más de una ocasión, pero su amor por Argentina, uno de los países más futboleros y en donde más reconocimiento se le tiene, también lo hizo hincha de uno de los equipos populares del país sudamericano. Tal como él mismo lo dijo en un concierto: De España soy del Atlético de Madrid, en Buenos Aires soy de Boca Juniors, y si viviera en Córdoba, sería de Belgrano.
El futbol, para el aficionado, es una constante terapia intensiva en cada partido, una muerte chiquita
La pasión de Sabina por los Colchoneros es, como la de muchos, una locura aprendida de varias generaciones. La de él data al menos de dos, la de su padre y la de su abuelo, misma que incluyó y canta en el himno de su amada escuadra: Para entender lo que pasa, hay que haber llorado dentro, del Calderón, que es mi casa, o del Metropolitano, donde lloraba mi abuelo, con mi papá de la mano.
El repertorio musical es casi incalculable, pero a la hora de hablar de futbol y Joaquín es imposible no pensar en Dieguitos y Mafaldas, esa canción que, según se sabe, fue escrita para una de las mujeres que tuvo. Era el año 1998 y se disponía a grabar el disco Enemigos Íntimos cuando conoció a Paula Seminara, una chica de apenas veinte años y con la que mantuvo una relación amorosa de poco más de un año, incluso cuando él tuvo que regresar a Madrid. Por desgracia, poco tiempo después ella se enamoró de un joven que conoció en la cantera de Boca y dio por terminada su relación con Sabina. Sin embargo, la importancia de Paula fue tanta en el palmarés amoroso del cantante que, a pesar de la herida, suplió la ausencia por la fiesta xeneize, misma que se inmortalizó en la letra con la que ella declaró haber llorado cuando la escuchó por vez primera en su cumpleaños porque, si hablaba de ella y de Boca, era suficiente para que se sintiera la persona más feliz.
Es cierto que perdió el amor de Paula, pero durante su estancia en Buenos Aires ganó el cariño por otro equipo: Boca Juniors. Aunque la pasión no fue tal para desplazar en el paravalanchas de su afición al Atlético de Madrid, algo que puede constatarse con múltiples anécdotas de aquellos que han presenciado un juego a su lado.
Pero un hincha, un aficionado, un loco, un enfermo del futbol como lo es Sabina sabe que reconocer colores no es suficiente y el juego siempre está por encima de todo. Muestra clara de ello es la entrevista del escritor Benjamín Prado que recuerda una ocasión en que, otro escritor, Luis García Montero y él, se juntaron en casa de Joaquín porque era el que tenía la tele más grande para presenciar una edición más del Real Madrid contra el Atlético de Madrid. Los escritores eran de aficiones merengues, por lo que el anfitrión estaba solo en el graderío improvisado en que se convirtió su sala. Narra Benjamín Prado:
Recuerdo el derby en el que a los quince segundo el anterior Ronaldo ya había metido gol. Luis y yo nos limitamos a hacernos un gesto, que repetimos en el segundo. Cuando el Madrid metió el tercero a los 40 minutos, Joaquín se levantó y nos gritó: “¡Metéos vuestra piedad y educación por el culo. En mi casa se celebran los goles o ya sabéis dónde está la puerta!”. No soportaba nuestra falta de entusiasmo. Si algo detesta en este mundo es el futbolista que no celebra el gol.
La traición de una mujer y un resultado adverso podrían ser suficientes para terminar con los nervios de cualquiera, pero no para los de un amante de la pelota de la talla de Sabina, ya que, como él mismo lo dice, amores que matan nunca mueren, y el futbol para el aficionado es una constante terapia intensiva en cada partido, una muerte chiquita.
Texto publicado originalmente de Apuntes de Rabona y divulgado con previo permiso del portal antes mencionado