La Batucada Lencha Manas acompaña cada marcha feminista en Puebla; sus integrantes han formado un espacio de colectividad, lucha y sororidad.
PALOMA FERNÁNDEZ | @PalomaPEN
Fotografías: Brenda Palacios | @BGPalacioss
En los últimos años, la lucha feminista poblana se ha caracterizado por la toma de las calles: gritos rezumbando a lo largo de las largas avenidas, carteles y pañuelos púrpuras, bailes que son performances… y también de los tambores. Porque el sonido de las marchas retumba al ritmo del tambor.
Hace 5 años, en el Día de las Rebeldías Lésbicas, el feminismo poblano vio nacer un grupo insigne de la protesta callejera; a la colectividad, el amor y la rabia que emana del repique de la Batucada feminista Lencha Manas.
Sus fundadoras son Gabriela Cortés y Mónica Ponce, aunque en la escena se les conoce sencillamente como como Gab y Mona. El 13 de octubre de 2015 Gabriela y Mónica convocaron a todas las mujeres que conocían para salir a protestar, pero les pidieron reunir cazuelas, cucharones, botes, todo lo que fuera útil para hacer ruido.
—Se trataba de hacer un acto que molestara a la gente —explica Mónica—, algo que molestara a los oídos, que fuera arrítmico. Porque esa era la idea, ser mujeres muy arrítmicas que deconstruyeran estos objetos que socialmente se destinan a las mujeres, como las cazuelas, ollas, sartenes.
Cortés y Ponce ya eran conocidas en algunos círculos feministas por su papel en El Taller, una asociación dedicada a la defensa, formación y diálogo de los derechos de las mujeres, y la visibilización de los lesbofeminismos.
—Desde El Taller nuestra herramienta ya eran el teatro, los actos performativos, entonces también pensamos que la batucada podría ser un acto performativo —completa Mónica.
En cada marcha, la Batucada Lencha Manas revuelve el aire con sus proclamas, que ya son casi himnos. Suya es la cadencia de la protesta, el sonido que acompaña al puño en alto.
Y, sin embargo, no se trata de un grupo estático. Las siete mujeres que la integran actualmente —aunque en ocasiones pueden ser más— forman parte de la tercera generación de la batucada; es decir, se renueva constantemente. Casi siempre sus integrantes emanan de la Escuelita Feminista, un proyecto educativo y social creado por El Taller en 2012.
A veces, sin embargo, el llamado llega por otro lado. A Joss, por ejemplo, la hipnotizó el ritmo de los tambores, un sonido —una sensación— que sólo puede calificar como “orgásmico”.
—Cuando yo me integro a la batucada, de verdad que es sorprendente lo que puedes hacer con tanto ruido, lo que decía Mona, el hecho de azotar algo y que incomodes al que está de aquel lado, que le moleste y se ponga a escuchar qué es lo que estás diciendo —explica Joss.
La batucada ha sido no sólo un espacio de lucha, sino también un espacio de sororidad, diálogo y colectividad; tanto en las calles como en sus reuniones sopesan y abrazan su propia diversidad, su sentir y su pensar.
—Nuestra revolución es ser felices. Creo que el patriarcado nos quiere tristes, enojadas, nos quiere abnegadas, y estar en la batucada es ser felices, es bailar, es cantar, es recordar las que ya no están… sí les lloramos, pero también les recordamos con amor, también les recordamos vivas —relata Sofía, integrante.
Minerva, Sofia, Estrellita y Zaira —las cuatro mujeres que completan el grupo— se encontraron en la octava generación de esta Escuelita Feminista. Sus personalidades tan contrastantes las unen en un punto específico: sus vidas no fueron las mismas después de esta escuelita.
Para Minerva, entrar a la batucada significó revolucionar su propio legado familiar. Tomó una cazuela vieja, se unió al grupo y, así, sembró una semilla, un cambio, una explosión.
—Estar en la batucada es, saber que puedo generar un cambio, saber que puedo incomodar a la gente, y entonces mover algo, mover algo dentro de la sociedad, incluso en tu propio núcleo —explica.
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De cierto modo, Estrellita —cuyo nombre fue modificado por petición— sintió lo mismo. Sintió que el ruido de los tambores podía ser, metafóricamente, el ruido de un martillazo en contra del sistema que oprime, violenta y mata a mujeres, niñas y niños por igual.
—Mi objetivo principal en la batucada es para recordarle al estado principalmente que tiene una obligación de garantizarnos, de protegernos y de hacer valer los derechos humanos, y que no nos vamos a quedar calladas, y que vamos a estar incomodándoles y echándole en cara su incompetencia para poder hacer justicia —señala.
Zaira, la última estudiante de la octava generación de la Escuelita Feminista en entrar a la batucada, no concebía la hermandad que se le daba en este espacio. Era algo inédito en su vida.
—Esta batucada nos une. Sí puedo sentirme bien; me puedo sentir como en casa, me puedo sentir como con toda la confianza de que si me caigo me van a decir “wey, levántate, aquí estamos” ¿sabes?
Fátima es el miembro más reciente de la batucada, pero sus convicciones van mucho más allá de su integración a Lencha Manas.
—Históricamente al patriarcado no le gusta que las mujeres se junten, que hagan ruido ¿no? Creo que esta es una forma muy importante y fuerte de hacerlo.