Agnes ha vuelto a exhibir la transfobia de quienes ostentan el poder; importa poco el color de su bandera, importan más los hechos concretos.
BRAHIM ZAMORA | @elinterno16
Ser juez y parte tiene su encanto, pero también dificulta intentar ser lo más objetivo posible. Discúlpenme, pero soy un sujeto, no un objeto, así que la objetividad, además de considerarla una falacia, no es una aspiración para lo que escribo, porque lo hago desde una postura.
Agnes Torres fue mi compañera de trabajo en Erósfera, ese proyecto del que fui parte en la segunda mitad de la primera década de este siglo. Agnes Torres Hernández fue, además, y antes que nada, mi amiga.
A mi compañera y amiga, hace casi una década nos la arrebató la jodida violencia que impera en esta nación, a sus amigxs, sí, pero también a este estado, a esta ciudad. Ella nació para brillar con toda su maravillosa presencia ahí donde se parara, ahí donde decidiera ser.
La última vez que la vi viva fue el miércoles 7 de marzo de 2012, el anterior a su asesinato. Llevaba un vestido azul de primavera, ella era la primavera antes de la primavera. Ella es la primavera hoy, en 2021, que su nombre vuelve a retumbar en los sordos oídos del poder.
Agnes ha vuelto a exhibir la transfobia de quienes ostentan el poder; importa poco el color de su bandera, importan más los hechos concretos. Y omitir o usar los derechos de una población a conveniencia de una agenda política, es discriminación. Lo dejó muy claro la CNDH en el comunicado enviado al Congreso del Estado, urgiéndole a legislar ya la reforma al Código Civil por la que Agnes peleó desde 2010.
La iniciativa de reforma al Código Civil para el reconocimiento de las identidades trans a través del cambio de nombre y género por medio de una anotación al acta de nacimiento original es un pequeño paso en el ejercicio de la ciudadanía de las personas trans: permite que el resto de sus documentos sean concordantes con el nombre y género con el que se vive la vida cotidiana y elimina una barrera para el ejercicio de la discriminación que viven día con día para conseguir un trabajo, obtener un certificado de estudios, recibir servicios u obtener un crédito bancario, por ejemplo.
Eso, tan sencillo de describir, tan fácil de hacer, ha sido un tema para el desencuentro, el manoseo político y el maldito pragmatismo electoral que nadie entiende por qué sigue siendo la impronta de algunas personas de Morena. Se entiende que el pragmatismo político se ejerza a la hora de tejer alianzas para obtener el poder, pero una vez que éste se consigue y se ejerce, lo que debe imperar debe ser la agenda. Y uno esperaría que la agenda de la población LGBTTTI+ sea abrazada e impulsada por los partidos de izquierda progresista.
Una vez que se ejerce el poder, continuar relativizando la posición de izquierda es una mezquindad neoliberal. Por eso al PRI y al PAN no les da empacho ser pragmáticos y unirse sacrificando cualquier agenda que no sea la del poder por el poder mismo, el liberalismo de derechas: la voracidad y la devastación a costa de quien sea.
Pero el líder del Congreso, Gabriel Biestro, ha jugueteado durante tres años con la agenda feminista y la LGBTTTI+, exhibiendo lo que realmente piensa sobre estas agendas: no le importan, de hecho, le estorban para el tejido de alianzas del siguiente cargo. Pensó que podría lidiar con su propia transfobia, no la que se expresa abiertamente contra, sino la mustia, la que omite, la que no mira, a la que no le interesa la vida y los derechos de las personas trans y además relativiza y al hacerlo se convierte en un excelente servidor de la derecha: no pasa nada en esos temas; justo lo que los grupos conservadores quieren, que se conserven las condiciones de la desigualdad.
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Yo mismo le entregué en 2018 en las oficinas de Morena que estaban a un costado del Alpha 2 la iniciativa, junto con otras que impulsamos en el Odesyr. Agenda que dimos en propia mano a todas las personas en campaña en ese año; agenda que suscribieron diputadas electas y que se trabajaron en mesas aún antes de que tomaran el cargo. Agenda que está por quedar en el basurero del Congreso.
Pero Agnes vuelve al Congreso, como lo hicimos en 2009 con la Reforma Bailleres cuando el PRI de Marín pactó con la Iglesia las reformas constitucionales para bloquear el derecho al aborto. Ahí estaba ella, poniendo el cuerpo, con las compañeras, porque Agnes era generosa, feminista, solidaria, a favor del aborto legal. Vuelve en forma de símbolo, vuelve en todas las voces que la nombramos para recordar el enorme pendiente legislativo. Vuelve con las mujeres de la toma de diciembre que no olvidan, que no sueltan, que luchan, y que lo menos que esperan de la izquierda partidaria, es compañía, empatía, impulso.
La tansfobia legislativa también se mira en la incompetencia: durante esta legislatura ya se han presentado las iniciativas para impulsar las reformas. La diputada morenista Estefanía Rodríguez trabajó intensamente con las poblaciones trans e hizo lo debido, presentó la iniciativa en julio pasado. El omnipotente presidente de la Junta de Gobierno la congeló por las diferencias políticas con la diputada: puso su interés particular por sobre la gente, por sobre los derechos de la gente, por sobre el trabajo de las colectivas, por sobre las vidas discriminadas e interrumpidas, por sobre la agenda pendiente y ordenó, ordenó la ignominia, como sus antecesores del PAN en el mismo cargo.
Vino la toma. Y con ello, la puesta en la mesa de la iniciativa pendiente, la llamada #LeyAgnes. Como no iban a retomar las iniciativas de sus colegas que le resultan antipáticas, se propuso el 15 de febrero para presentar una nueva, que envío a la Jugocopo el pasado 6 de febrero la diputada Vianey García. Y de lo cual, la sociedad se enteró esta misma semana. Al parecer el interés por comunicar adecuadamente, por darle seguimiento a los acuerdos firmados, a la palabra empeñada, es prácticamente nulo y parte de una idea pragmática: ¿cuántos votos representan, cuánto daño electoral pueden hacer, cuánto ganamos por cumplir con los principios programáticos de cualquier partido de izquierda en el mundo? Y no lo que debería ser el centro: ¿Cuántos pasos nos faltan para la igualdad sustantiva de derechos?
Otra vez, los derechos, la gente, al segundo o tercer plano y no al centro, como debería ser desde el principio. La discriminación tiene muchas caras, muchas maneras de hacerse presente. Las groseras omisiones, tropiezos y ocurrencias (ahora se hará “parlamento abierto”, esa estrategia para retrasar, simular, dar coba a las voces antiderechos, etcétera y no un auténtico parlamento abierto; ahora se presenta de nuevo; ahora se maromean las iniciativas enviándolas a cinco comisiones que jamás se pondrán de acuerdo para siquiera reunirse, como estrategia para bloquear democrática e institucionalmente… más la ocurrencia que se dirá en la próxima rueda de prensa) dan cuenta de ello. Su trabajo y no otra cosa es lo que queda, es su defensa o su perdición.
Todo esto pareciera que parte de la convicción de que hay vidas que no importan o que importan menos, que hay derechos que pueden seguir esperando más y más décadas, más y mejores momentos. De la idea de que cuando las mujeres y las personas trans y no binarias se levantan, es porque alguien las está manipulando y no su propia realidad y su condición y reconocimiento como sujetas políticas, lo que las mueve. Así de limitado el entendimiento de la realidad, del hecho político, más allá del ejercicio del poder como se hizo en el siglo XX. Así las carencias con las que la LX legislatura será recordada u olvidada.
Ha sido una década desde que Agnes entró por primera vez al Congreso con su propuesta en un fólder, sabedora de que el camino sería largo. ¿Alguien recuerda los nombres y los rostros de quienes le dijeron que no, que después, que eso no era importante ahora? Para lxs pusilánimes quedará el olvido y el silencio. Aún a casi nueve años de su asesinato, su caminata, su marcha de todos los días, sigue vigente. Y florece, florece porque la primavera tiene su rostro y está por llegar.
¡#LeyAgnesYa!
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