La exposición Mundo Colibrí incluye 45 esculturas de esta ave; esta crónica narra el proceso de investigación de los creadores de la exposición.
LULÚ FARRERA | @Lulu_farrera
Con más de 330 especies a lo largo del continente americano, el espíritu del colibrí ha volado en el imaginario de incontables culturas americanas, siendo el viajero legendario del imaginario indígena.
Como un ave cíclica que se va con partida de las flores y regresa con las lluvias de abril, el alma de esta criatura alimenta la curiosidad y el asombro de incontables personas que se han visto inspirados al cuidado de ella para que, en tiempos venideros, continúe su retorno a los jardines de la ciudad.
Tal ha sido la misión de Nils Dallmann y Ana Álvarez, museógrafo y diseñadora de la exposición “Mundo colibrí, un regalo de las Américas”, que se exhibe en el Museo Nacional de los Ferrocarriles, en Puebla, desde el 15 de agosto.
Tras arduos meses de haber investigado las 45 especies endémicas de México, Dallmann y Álvarez montaron en una exposición lúdica la historia, representaciones y grandeza de este animal para invitar al público a ser participe en su preservación.
Desde Alaska hasta la Patagonia, el colibrí, un regalo de las Américas, es visualizado como un ave de unión que, según los mexicas, toma el papel de mensajero de los dioses cual Hermes latinoamericano.
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De acuerdo con lo explicado por Ana Álvarez, según la tradición mitológica, vivir como colibrí era recompensa de los guerreros caídos en batalla que reencarnaban en ellos y que, tras haber luchado, eran premiados con una vida entre las flores.
En la exposición, el ave de pico de espina es inmortalizada entre esculturas y mantas redondas tejidas a escala humana en cuyo centro se encuentran las flores que lo nutren.
La elusiva ave es vista a través de los halos de luz que se ocultan entre las esculturas y dejan entrever a la criatura en su naturalidad.
Locomotoras, coches y vagones vacíos se convierten en un hogar inusual pero bienvenido por los colibríes que habitan las ocho hectáreas del Museo del Ferrocarril.
El espacio privilegiado en donde las antiguas colecciones ferroviarias descansan se ha convertido también en un jardín comunitario y en un importante pulmón de la ciudad que invita a un sinnúmero de especies a explorar sus adentros.