El poetry slam es poesía, pero podría ser otra cosa: una obra de teatro, un performance, un movimiento político, un popurrí. Y los slammers son poetas, pero también podrían ser algo más. Así fue la tercera final del Slam Nacional MX del Circuito Nacional de Poetry Slam, realizada en Puebla.
MARIO GALEANA | @MarioGaleana_
En el Teatro de la Ciudad de Puebla un funk se apaga de repente y al escenario sube un hombre que acomoda el micrófono con parsimonia. Después pone las manos a los costados, cierra los ojos, hunde la cabeza, exhala a través de las bocinas y en ese resuello hace al público testigo de su propia transformación.
Todo permanece en silencio hasta que el hombre declama su poema. Pero declamar no es precisamente lo que hace, porque el poema le atraviesa el cuerpo entero. El hombre actúa su poema, canta su poema, vive su poema.
Su nombre es Alejandro Jiménez y esta noche será ganador de la final del tercer Slam Nacional MX del Circuito Nacional Poetry Slam en México, en la que se batirá con Diana Duque, Liz Et, Labia y La Mar, finalistas como él y provenientes de otras ligas de diferentes estados del país.
El poetry slam es poesía, pero podría ser otra cosa: una obra de teatro, un performance, un movimiento político, un popurrí. Y los slammers son poetas, pero también podrían ser algo más: actrices, prestidigitadores, cantantes, mimos.
A ratos no se sabe si dice más el tono de su voz que sus gestos, que sus movimientos, que su propia poesía. Usan las palabras como extensión de sus cuerpos y sus cuerpos usan al lenguaje allí donde las palabras no dicen lo suficiente.
Hablan del amor y la violencia y el acoso y la comunidad y el aborto y la familia y el pasado y el presente. Entonan proclamas feministas tanto como boleros y canciones de la infancia. Son herederos trasnochados de los beatniks, desertores de la RAE y del masculino genérico, primos lejanos del rap, testigos del spoken word.
Y el Slam Nacional MX está lejos de ser un recital tradicional de poesía. De entrada, es un concurso entre agrupaciones o ligas de poetry slam desparramadas a lo largo de México. Pero las calificaciones se rigen casi de manera aleatoria, porque el jurado se elige al azar y puntúa sus poemas como si fuera un examen.
Esta noche, sin embargo, el jurado no califica a nadie por debajo del 9.4, y no se sabe bien si todo les parece perfecto, si cada una de las cinco participaciones les parece la aguja en el pajar, o si están decididos a no quedar mal con nadie.
El ambiente tiene algo de reality show. Antes de que inicie la primera de las dos rondas entre los slammers, cinco personas conducen el evento con el ánimo de un presentador de MTV. Ellos también son slammers, pero son coordinadores de distintas ligas del país.
Los cinco explican que esta noche es el resultado de una larga serie de eliminatorias en las que han participado más de 50 personas, y quien resulte elegido en esta final representará a México en la Copa América Slam, que habrá de realizarse en Brasil en 2022.
Nada es solemne en el concurso. Entre cada participación dos dj’s mezclan perreo, cumbia, funk o hip-hop. Hay un momento, incluso, en el que el público tiene que pararse a bailar. Y todo parece apoteósico, a pesar de que en el teatro no hay más de cincuenta personas y la mayoría son o fueron slammers.
Al cabo de las dos rondas, cinco participaciones por cada una, algo tiene sentido: para ganar un slam hay que ensayar incesantemente. Recordar incesantemente. Gesticular incesantemente. Cualquier mirada al apunte, al recorte o al teléfono celular resta fuerza al discurso.
Hay que llenar el escenario con la presencia, y hay que estar allí para sentirlo.