Por Roberto Longoni / @Galleta27
Después del trauma que significó la segunda guerra mundial, muchos intelectuales se vieron orillados a pensar en las causas, los orígenes y las posibilidades de lo que había ocurrido. Ante la barbarie de los campos de exterminio, donde la muerte se volvió la empresa más rentable de todas, el filósofo alemán Theodor Adorno planteó la necesidad de preguntarnos si merecíamos seguir existiendo como humanidad después de Auschwitz, si aún era posible reivindicar nuestras formas de vida como formas “civilizadas”, “avanzadas”, “científicas”.
En contra de la clara mentira que representan ideas como el progreso científico para nuestro planeta (solo hace falta recordar la imagen de horror y muerte que dejó la bomba atómica, “científicamente comprobada y eficiente”, para darnos cuenta de que la ciencia ha servido a los fines de la destrucción), la crítica de muchos intelectuales se dirigió de igual manera a dejar claro que aquello que había ocurrido no había sido un accidente o un suceso aislado y extraordinario.
El argumento es el siguiente. La forma en la que nuestra sociedad se reproduce y cohesiona es por medio del dinero, el valor de cambio y la ganancia. Bajo estas formas los seres humanos pasamos a un segundo plano, nos convertimos en sirvientes y esclavos de algo que en último término no nos pertenece y que tampoco comprendemos bien de dónde viene, pero que va determinando nuestras formas de ser, actuar y estar en el mundo. Bajo esta forma de relacionarnos tampoco es posible reconocernos humanamente, pues el otro solo existe o importa en tanto pueda aportar algo a la cadena de producción.
Para que esta forma domine nuestro mundo es necesaria la disciplina, el terror y la incertidumbre. Estos son fantasmas constantes y presentes en la historia de la humanidad. Una sociedad basada en esto no puede más que resultar en campos de exterminio y balaceras en la calle; en atropellamientos masivos y masacres colectivas. En gente profundamente enferma.
“Toda reificación es un olvido” enuncia Adorno junto con Horkheimer. Reificar significa elevar algo a un estado “divino”, como si fuera externo, como si no tuviéramos ninguna implicación o control sobre él. El dinero, el valor de cambio, la ganancia, aparecen reificados, como si fueran algo que se creó mágicamente. Lejos de esto, lo que Marx demuestra es que todas estas son formas creadas por el ser humano. Es decir, somos nosotros mismos los que hemos creado nuestras propias formas de destrucción, por lo tanto, toca a nosotros mismos dejar de reproducirlas.
Mensajes en Facebook, buenos deseos a las víctimas, ser “buenas” personas con el vecino, pueden ser símbolos honestos de solidaridad; sin embargo, si no paramos la máquina de olvido que son el dinero y la ganancia, nada será resuelto, y el terror seguirá siendo presente, lamentablemente.
Fotografía: Univisón
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