Recuerden que nada dura para siempre, y si este grupo en el poder se hace llamar de izquierda (Morena), eventualmente quedará un espacio por llenar a la derecha. México, entonces, tendrá que pagar las hipotecas que ustedes convinieron.
Un líder de opinión mexicano declaró durante un debate televisivo que le recomendaba a sus alumnos universitarios no temerle a la polarización. La recomendación pasa de ser obvia a displicente porque la democracia, por definición, busca establecer medios institucionales para canalizar conflictos entre polos antagónicos. Siendo que cierto grado de polarización es sano en una democracia, la pregunta correcta es a qué nivel de polarización debemos temerle. En los siguientes párrafos intentaré responder la pregunta de si México está polarizado y explorar las consecuencias de ese fenómeno.
La respuesta concreta es sí: México está polarizado. La complicación reside en identificar la naturaleza de esa división y sus potenciales efectos. De acuerdo con especialistas como Thomas Carothers, autor de Democracies Divided, la polarización puede surgir de 1) diferencias étnicas, como en el caso de India; 2) religiosas, que se han presentado en Turquía por visiones fundamentalistas; o 3) ideológicas, basadas en posiciones contrastantes que no pueden coexistir, como sucedió con la visión bolivariana de Hugo Chávez y su consecuente división entre chavistas y no chavistas en Venezuela.
En México, la narrativa de Morena contra los llamados conservadores sugiere que la polarización parte de un componente ideológico, pero el concepto que mejor explica la naturaleza de la división política es el de polarización afectiva. Esto se debe a que el punto de partida de la polarización -aunque es ideológico- adquiere su potencia de la sistemática crítica de López Obrador contra la corrupción personificada en los partidos tradicionales. “La mafia del poder” envuelve el nicho de enemigos repudiados. Su genio político recae en definir una distancia emocional entre sus simpatizantes y cualquier idea divergente, por lo que cualquier persona de la ciudadanía, cualquiera dedicada a la política, al periodismo o a la sociedad civil puede ser, por ende y a conveniencia, parte de la mafia del poder.
¿En qué punto de la polarización nos encontramos? Los especialistas clasifican en distintos niveles de gravedad las consecuencias de la polarización. El punto inicial consiste en una disfunción institucional y pobre desempeño de indicadores democráticos, mientras que el nivel intermedio consiste en el debilitamiento de instituciones democráticas debido al dominio de una facción sobre la otra, y el más grave se manifiesta en la guerra civil. Mi opinión es que en México ya estamos experimentando las consecuencias de una polarización de gravedad intermedia, es decir, un nivel de iliberalismo en el que una de las facciones subyugó a la oposición y otras instituciones democráticas.
Los eventos de los últimos meses son indicativo de ello. La Presidenta Claudia Sheinbaum ganó las elecciones de 2024 en casi todas las profesiones, estratos de edad e, incluso, en los distintos niveles socioeconómicos del país. Esto se debe a cierto mérito del gobierno por el aumento de 116% al salario mínimo, el alcance estratégico de los programas sociales, el aumento del ingreso per cápita y el del empleo formal (12%). Sin embargo, también coadyuvó el impulso divisor de la agenda en las mañaneras, la maquinaria de estado, el repudio a los partidos tradicionales y la deplorable campaña de la oposición, que terminó por desdibujarla. Así, el oficialismo pasó a dominar a la facción rival y pintar de cuerpo entero la tónica de su gobierno en los años por venir: la reforma al poder judicial, la disminución de presupuesto para el INE y la desaparición de órganos autónomos son reflejo de una polarización agravada y la consecuente recentralización del poder.
¿Debemos temerle a la polarización? Debimos temerle hace tiempo. El proceso legislativo de los últimos meses refleja menos cooperación y casi nulo entendimiento para la elaboración de políticas entre nuestros representantes. Más preocupante aún es la forma de llevar a cabo el proceso, que no está basado en argumentos para el desarrollo del país y se encuentra al servicio de una visión de poder totalizadora, misma que se puede extender a distintas áreas del ejercicio del poder, como la libertad de participación y la seguridad.
Entre la conciencia y la consigna, la mayoría de las personas legisladoras de Morena -y de la oposición- demuestran no estar a la altura de una discusión de agenda sostenible por el bien del país a largo plazo. El Poder Judicial, el INE y los autónomos, lejos de ser perfectos, habían generado resultados positivos en sus respectivas áreas de operación, y merecían un trato más reflexivo sobre su destino. Asumiendo, en la más optimista de las visiones, que la falta de contrapesos promovida por Morena no será explotada por sus propias huestes, ¿qué podemos esperar de los grupos que lleguen al poder en los años por venir? Al quedar superado el discurso espurio entre los buenos y los malos, al revelarse que Morena es una herencia de la mafia del poder, ¿a quién recurrirán las mexicanas y los mexicanos? Recuerden que nada dura para siempre, y si este grupo en el poder se hace llamar de izquierda, eventualmente quedará un espacio por llenar a la derecha. México, entonces, tendrá que pagar las hipotecas que ustedes convinieron.
Sobre el autor
Adrián Veraza es politólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y cuenta con una maestría en Gobernanza, Desarrollo y Políticas Públicas por la Universidad de Sussex. Trabajó como servidor público en el Consejo Nacional de Desarrollo de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) Actualmente estudia un programa de Ma/PhD en Ética y Democracia en la Universidad de Valencia, donde busca entender las implicaciones éticas de la inteligencia artificial y las ciencias aplicadas para el desarrollo.
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