A partir de un recuerdo familiar y una advertencia premonitoria, esta crónica nos sumerge en un recorrido por las calles de Bosques de San Sebastián, en Puebla. Un mapa donde los recuerdos se entrelazan con una galería de horrores: ejecuciones, cuerpos desmembrados y la normalización de la nota roja como paisaje urbano.
A la maestra Apolonia Rendón Arcos, mi abuela
“No saques el dinero allí, ¿no ves que acá matan?”, fue lo que le dije a mi madre afuera del Oxxo horas antes de que lo incendiaran. Aquella tarde volvíamos de la casa de mi abuela. Esa casa de infancia, perfumada de recuerdos: el abuelo barnizando por decimosexta ocasión las puertas en tres años, la masa siendo manipulada por las manos de la abuela, los olores de las salsas, el chorizo frito, frijoles y las pellizcaditas recién hechas. Casa rara de ventanas que dan a otros cuartos o a la cocina. Casa llena de helechos, noches estrelladas, tulipanes, ramos de novia, cactus y un bambú. En esa casa, apoyado sobre una ventana que da a la calle, fue donde presencié mi primer delito.
Era de noche, el calor del verano asustaba el sueño, encendí la luz y abrí la ventana. Me quedé asomado un rato, miraba los edificios de apartamentos con un foco encendido en sus balcones iluminando ropa colgada, torsos con o sin brazos, de colores rosas, blancos, algunos rotos, otros zurcidos. La estética de la señora Lolita, callada como en el día. Junto a ella la casa de otra gente en fiesta, se oían risas y música, afuera había una camioneta blanca. La calle sumida en la tenue luz de las estrellas de la luminaria pública, silenciosa y serena, apenas interrumpida por el arrullo de la música de aquella fiesta. Rata de dos patas. Un Tsuru-rojo rompió la soledad de la calle 2B al subir hacia el Boulevard Monterrey. Te estoy hablando a ti. Lo miré pasar, pero al llegar a la esquina se detuvo y se echó de reversa. Porque un bicho rastrero. Se paró frente la estética, un hombre bajó y comenzó a orinar en el poste de luz. Aún siendo el más maldito. Entonces regresé la vista al cielo nocturno, decorado con las marañas de cables viejos que siguen igual que hacía 20 años, o esa sensación dan. Se queda muy chiquito. Y mientras contemplaba aquella arbolada de follaje serpentino y el cielo nocturno me di cuenta del silencio. El coche aún no se había movido. Bajé la mirada y me encontré con otra. Maldita sanguijuela. Nos vimos, los vi, el señor de afuera, el conductor y otro atrás también me veían. Le hablé a mi madre. Maldita cucaracha. Me dijo que me quitara, cerrara la cortina y apara la luz, y salió del cuarto. Que infectas donde picas. Pero necio yo, me arrojé a la ventana, y apenas entre las líneas de luz de la persiana, alcancé a mirar cómo en segundos le quitaban una llanta a la camioneta blanca para luego arrancar y desaparecer entre Bosques. Que hieres y que matas. Tiempo después vimos a una familia salir de la fiesta, mi padre les gritó que les habían robado una llanta y el señor, gordo con bigote canoso, sólo alcanzó a reclamarle a alguien “no mames, te dije que salieras a ver”.
Con ese recuerdo salgo de la casa de mi abuela, listo para recorrer la galería de horrores que exponen sus calles.

Calle 2B
Salir al encuentro de Bosques de San Sebastián no es un sentimiento sencillo tanto para el extranjero como para el colono. Según datos de la entonces presidenta de la colonia, Irma Chávez, en 2018 se contaban 10 mil 400 habitantes sólo en las dos primeras secciones. Cuánta gente habrá tenido la suerte de nacer o mudarse por acá desde entonces. Al menos la calle de mi abuela no percibe los grandes cambios. Al caminar puedo enumerar el paso del tiempo en esta calle y los dedos me sobran. La estética de la señora Lolita sigue igual, los edificios con sus departamentos vacíos no cambian, aunque acaba de llegar un Golden retriever que mira pasar a los transeúntes; en frente, un par de edificios más pequeños, pero con unos cuantos departamentos dúplex siempre vacíos; junto, un consultorio con un letrero luminoso descompuesto que señala la presencia de un doctor las 24 horas del día, pero al que mi madre nunca ha visto abierto.
Casi al llegar al final de la calle se ve el primer cambio reciente: una pulquería y, en su patio trasero, un lavacoches. Recuerdo que, junto a ese local, tras las copas de unos árboles que le daban una oscuridad casi siniestra, vivía mi amigo Julio de la primaria. Digo vivía porque el letrero que coronaba la fachada de su casa ya no está desde hace como siete años. Ese letrero avisaba del culto que allí se predicaba: el de la Santa Muerte. Me consta. Alguna vez, cuando nos despedíamos en la entrada de su casa, alcancé a ver el enorme altar a la niña blanca, como le dicen sus devotos. Ojalá Julio esté bien. Era bastante feo, como cualquier niño de primaria. Pero su altar no era la única señal de muerte que tiene la calle 2B y sus alrededores.
Después de la casa de Julio, la pulquería y los lavacoches, hay una pequeña área verde con pinos que alguna vez fueron frondosos llenos de piñas, ahora cafés y repletos de musgo. En contraesquina de ese lugar está el Mercadito. A primer vistazo hay una tienda cuya entrada atraviesa hasta profanar el corazón del mercado; a esa tienda la flanquean un par de dulcerías. A la más grande solía llevarme mi abuela, me daba 5 pesos para 100 gramos de gomitas. De eso no sé cuántos años tiene, porque esos 100 gramos de gomitas hoy día cuestan 14 pesos. Sí, también me compraba un Boing de guayaba con otros 5 pesos, pero esos 10 pesos ya no alcanzan para nada actualmente. Los precios están para morirse. Aunque hay gente que ya no lo descubrirá. Como el par de muertitos que se cuelga el mercado.
El primero fue de un 15 de septiembre del 2019. Detrás del Mercadito, en la cerrada 2B, a eso de las 7 de la mañana, previo a la conmemoración del Grito de Independencia, otro grito dio aviso del suceso: envuelto en una cobija, atado de pies y manos con una soga, fue hallado un hombre de identidad desconocida. Hallaron al occiso frente a una pequeña fonda económica, dirigida por la señora Julia, cuyo mole de panza, a 70 pesos el litro acompañado con tortillas hechas a mano, cebolla picada y limones es el platillo insigne, el más vendido. lo sabré yo, que lo serví viendo con vómito en el cogote la materia resbaladiza, aguada y gelatinosa caer de la cuchara al bote de unicel, asqueado de su olor picoso a grasa. Cuántas tardes, cuando la ausencia de clientes lo permitía, no habría de recordar aquel encobijado. Tenía señas de tortura, por lo que no descartaban que el asesinato hubiera ocurrido cerca, en la casa de algún vecino.
El segundo muerto es un poco más fresco. De nombre Patrick, alias “Jimmy”, un 16 de abril del 2024, durante una riña en un puesto de micheladas en la parte de atrás del Mercadito, le disparó con el tiro de gracia a su compañero de nombre Francisco Javier. Ante la mirada impotente de sus familiares que, en su letanía de pedirle que “no se fuera”, terminó por morir. La nota quedó como un “pleito de narcomenudistas”.

Boulevard Oaxaca
Después de pasar por el Mercadito, se dobla hacia la derecha, hacia la calle 5B. Sobre esa calle conviven una tortillería, una funeraria y una cremería. Recuerdo a mi abuela con una sonrisa preguntar “¿quieres una cremita de allí?”. También hay una especie de callejón que conecta con la calle 3B. Ahí suele ponerse una viejita, en una jardinera, para vender ropa. Ella y su jauría de perros gordos de parásitos o huesos de pollo. De la calle 5B es subir y girar hacia la izquierda, poco después del DOGO y la panadería, ahí está la calle 8B, también detenida en el tiempo. La antigua sede del instituto Araminta, que su posición entre dos casas y su alto portón con unas cámaras de seguridad flanqueándola le dan un aspecto de prisión. En frente, hay un pasillo que intentó ser un mercadito, pero solo prosperaron la carnicería y verdulería que dan hacia la calle. Adentro hay un pasillo de cortinas vandalizadas, con hierbas crecientes que indican lo poco transitado de ese espacio. Al seguir caminando hay otra verdulería casi en la esquina con la Boulevard Oaxaca. Este boulevard es famoso, entre otras cosas, por su clonación de negocios: tres o cuatro papelerías bien establecidas y otras dos algo vacías; tres ferreterías, y en una de ellas vive Eduviges, una gatita calicó, que dormita sobre una almohada verde con un cartel junto que reza: “Dicen que soy muy floja ¡Yo no se porque! -Eduviges-“. Pero no es el único personaje famoso de esa calle. Al final de la calle, esquina con el boulevard Xonacatepec está El Oxxo quemado.
Fue en la madrugada del 1 de marzo del presente 2025 cuando un ataque con detonaciones de arma de fuego ocurrió en los límites de las colonias Del Valle y Bosques de san Sebastián con el saldo de dos escoltas asesinados que resguardaban al director de Grupos Especiales Alberto N. “Hades”. El comando armado bajó del boulevard Xonacatepec con sentido hacia Amalucan, pasando el deportivo y edificios departamentales; descendieron frente al Soriana, donde semanas después un microbusero de la 68 verde y su chalán golpearían a un estudiante por supuestamente pagar con un billete grande, después de la Técnica 50 y metros y metros de más edificios Infonavit por un lado, y por el otro, la recién parida Plaza Vía Bosques, un templo de los Santos de los Últimos días y un Farmacias Guadalajara.
Todas estas edificaciones serían testigos del incendio que consumiría hasta las cenizas de las papas, refrescos, caguamas y tarjetas de puntos, al Oxxo con esquina del Boulevard Oaxaca y Xonacatepec. En redes sociales se lamentó el hecho. Una página en Facebook que lleva por nombre el de la colonia hizo público su pésame al lugar de encuentro nocturno de trabajadores y borrachos (no mutuamente excluyentes). También celebró su reapertura hace un mes. Nadie lamentó los muertos. Como tampoco nadie lamenta, mas que su anónimo familiar, al anónimo muerto de un asalto que salió mal en frente de ese Oxxo. De ese homicidio serán como diez o nueve años. Yo iba en secundaria. Aquella madrugada me estaba peinando cuando escuché el estruendo seco. “Eso no fue un cohete, nadie tira cohetes a las 6 de la mañana”. Horas después supe del incidente. A ese muerto me refería cuando le dije a mi madre “No saques el dinero allí, ¿no ves que acá matan?”. Después de esa esquina debo cruzar al boulevard Xonacatepec para llegar a mi destino.
Pero antes, más muertos.
Boulevard Xonacatepec
Mientras dejo atrás esta esquina roja evoco una memoria luminosa: en este punto solía esperar con mi abuela la Ruta 68 que nos llevaba al centro. Si era una ocasión especial visitábamos el ahora desaparecido Vips del ex mercado La Victoria. En uno de esos paseos la oí hablar por primera vez del día en que ella faltase. Le planteé la idea de que yo faltase antes, a lo que ella contestó con un “ay Jesús”, respuesta usual a mis desvaríos que compartía con ella mientras se reía.
En fin, al caminar por este boulevard es inevitable recordar, más en tiempos de lluvias, un problema constante como se hace notar en diversos portales de internet que confirman lo evidente para cualquier peatón, y son las continuas inundaciones en las calles y bulevares, trasformados en ríos caudalosos con fauna propia: desde peces con intestinos plateados con escamas rojas, verdes y amarillas que forman palabras como Sabritas o doritos; también pazaguatos cortos de color blanco con café que frescos saben a nicotina; hay seguido transparentes truchas cilíndricas con el hocico abierto en una perpetua “OOOOOO” como queriendo alimentarse; a veces salen seres exóticos más frescos, animalillos blanditos y cafés, los hay largos y cortos, gruesos y desnutridos pero todos apestosos, que salen a pasear del desagüe que es su nido.
Me atrevo a decir que este ocasional río es la vialidad más importante de la colonia desde que se entregaron los primeros departamentos para trabajadores del ADO en 1980, puesto que conecta los límites de Amalucan, fronteando el cerro del mismo nombre (cuyas historias narran rituales, túnicas blancas, un llanto doloroso que invade el aire en un grito fatal, un vestigio de un centro ceremonial e inmobiliarias invasoras, aunque, son tema aparte); avanza, sube y serpentea hasta llegar a un puente que eleva a los autos y camiones sobre la Autopista México- Puebla y cruza a Santa María Xonacatepec, pueblo mágico cuyo principal atractivo es su adición al Triángulo Rojo del huachicol, así como sus esporádicas muertes en varios puntos del lugar, que, a voz popular, son atribuidas a ajustes de cuentas o “cacerías” que anuncian una nueva administración en el negocio del ordeñe clandestino de hidrocarburos. Un proyecto reciente del gobierno es cambiar la visión de la manchada junta auxiliar con la apertura del Parque del Ajolote, aunque dos años pasaron para que sus árboles fueran regados con la sangre del sobrino de un narcomenudista. Como sea, volvamos a este lado del colmillo norte, en la inmensa boca del lobo que es Puebla, boca que forma parte de la jauría que es México.
Porque sí, incluso sobre esta vialidad hay varios titulares de nota roja. Un par de estos, curiosamente, suceden en el mismo escenario exacto. Un poco después del Soriana hay dos calles paralelas con el mismo sentido hacia Xonacatepec, sólo que una es para entrar a la colonia El Valle, o como mi abuelo le dice, “Las Calaveras”, debido al montón de señaléticas con calaveras que advierten no profanar el suelo de aquella colonia en caso de no querer estallar por perforar un ducto de gas. En ese tramo hay once contenedores de basura usualmente frecuentados por vecinos para arrojar sus desperdicios y por pepenadores que se zambullen en estos desperdicios. El primer hecho sucede un 13 de septiembre del 2022 cuando en estos contenedores fueron halladas las pertenencias de los doctores Cabrera y Castillo (el autor de apellido Castillo, se deslinda del presente suceso). Más bien, las pertenencias de estos doctores fueron cedidas por sus pacientes, pues se trataban de órganos humanos como úteros, miomas, hernias umbilicales, vesículas y hasta tumores. Alguna vez fui a una consulta y al decir mi apellido la doctora me preguntó “¿Es usted familiar del doctor Castillo?”. “No lo sé” fue lo que contesté. Digo, nunca falta la capillita familiar en algún punto del árbol genealógico. Me pregunto si será ese doctor el que cometió este pequeño desliz. Aunque se declaró que no hay doctores con estos apellidos en la zona, cabe cuestionarse ¿Por qué venir a dejar sus menudencias aquí? ¿Cómo es posible que las pollerías sean más pulcras con esta clase de subproducto?
El segundo suceso ocurrió en el mismo punto, a la altura del Boulevard Puebla. Y no es confusión de hechos, pues son tres los años de diferencia. Este ocurrió un 13 de noviembre del 2019. Ahí, en esa calle bordeada de un largo mural comunitario de letras neón que cambia cada vez que vienen a Puebla Los Askis, los Telez, Black Power, La sonora dinamita y demás grupos cumbieros, frente a esa barda, en aquellos contenedores encontraron un cuerpo desmembrado en una bolsa negra. La denuncia la hizo un vecino que se percató de un brazo saliendo de la bolsa.
Los dos anteriores sucesos (curiosamente ambos un día 13, siendo el de los órganos humanos un viernes 13) ocurrieron muy cerca de los límites con Xonacatepec. Ahora vayamos al otro extremo. A la altura de una entrada secundaria de Bosques del Pilar hay un llamado por algunos “Antiguo Mercado”, donde ocurrieron otros dos hechos funestos en cuestión de semanas. Haciendo honor a su nombre, en este espacio comercial ya no prosperan muchos negocios, sólo aquellos que reciben la luz del sol durante el día parecen rendir frutos todavía: un puesto de micheladas, una marisquería, un local de comida corrida. No hay necesidad de adentrarse para ver el resto de sus desoladas vísceras. Desde afuera se alcanzan a distinguir un montón de edificaciones en obra negra, locales de un gris puro, bloques sin revocar y varillas pelonas.

Entre esta naturaleza de concreto, un 22 de mayo del 2022, en un local antes vacío, ahora lleno del silencio que deja un disparo, fueron hallados dos hombres asesinados. A metros del lugar, días antes, un 13 de mayo, junto a la pizzería del Antiguo Mercado, fue asesinado con cuatro balazos un chico de nombre Javier, de unos ahora eternos 25 años. La pizzería testigo tiene su propio reporte negro: vecinos denunciaron en redes que encontraron cucarachas en su pizza, pero una amiga comenta que su pizza le gustó bastante. todo esto lo evoco mientras miro a ambos lados de la calle, porque nunca falta el cochista o el motociclista con ojos en las nalgas que no sabe conducir; lo digo porque en un lado del boulevard de un solo sentido casi me atropella una moto que iba en sentido contrario. Claro, fue mi culpa, por inocente.
Bosques del Pilar
Por fin he dejado atrás las fauces de Bosques de San Sebastián y sus sanguinarias exhibiciones que no alcanzo a ver porque no forman parte de mi recorrido, pero que bien recuerdo. La iglesia del Espíritu Santo, donde mi hermana y yo hicimos nuestra primera comunión, y en donde mi abuela nos compraba un globo o unos churros al salir de misa. En ese templo, durante un asalto que tenía como objetivo los diezmos que iban al banco, fue baleado un seminarista. La calle 1B, detrás de la calle de mi abuela, una atracción casi nacional, la casa de la Mataperros o Comeperros, depende cuál sea el humor de quien se le pregunte, donde una vecina registró la escabrosa escena mientras decía en un Live en Facebook “la vieja tiene perros en el refrigerador”. La ejecución del Córdova en el bar las Muñemiches el 23 de marzo del presente 2025, así como la detención de Rafael Melgarejo Reyes alias “El Jirafales” o simplemente El Profe, excontador de los Zetas el 24 de junio del 2014. O el caso más reciente de violencia generalizada, La Barredora, grupo delictivo al que se le adjudican el auto con dos cuerpos desmembrados y las posteriores explosiones en el sitio en Coronango el pasado 30 de junio; también se adjudican el ataque e incendio del Oxxo, incluso el incendio del Gran Bodega en Amalucan, acontecido el 28 de noviembre del año pasado (esto último afirmado por un tío que hizo alusión a la Barredora, incluso antes de que los medios lo hicieran público).

Mientras cruzo los arcos, entrada insigne del fraccionamiento, y miro el Oxxo al otro lado de la calle, recuerdo lo que sucedió el día siguiente del incendio del otro establecimiento de autoservicios: las versiones, a mi parecer, no se contradicen. Sólo hablan de una violencia con diferentes magnitudes. Unos medios dicen que en la tarde, frente a aquel Oxxo afuera del fraccionamiento, se encontró un cuerpo sin vida. Otros apuntan a que hallaron una bomba molotov. ¿Acaso importa? Como sea seguimos pasando bajo esos arcos. Necesitamos seguir moviéndonos, trabajando, ir y venir. Debemos esperar en la esquina del Oxxo incendiado, a la sombra de un asesinato, la ruta 68 que nos lleva al Centro Histórico, el Mercado Morelos, Amalucan o el Seminario Palafoxiano. Aún debo visitar a mi abuela que vive en Bosques de San Sebastián, gracias a dios, no tiene noción de los sucesos de los últimos cinco años. Anclado a estas calles de escasa luminaria, su recuerdo –su voz, su compañía– siguen arrojando luz en una colonia que ella misma me enseñó a recorrer de su mano. Aunque los muertos sigan apareciendo cada tanto.